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Luis Sánchez-Moliní

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Olona en la universidad de Granada

Los campus españoles siguen adoleciendo de un preocupante déficit de libertad de expresión

Olona en la universidad de Granada

Olona en la universidad de Granada / Antonio L Juárez

NO es la primera vez que la extrema izquierda, con el silencio cómplice de algunos “moderados”, intenta impedir un acto en la universidad española. Como ya sabrán, la guadianesca Macarena Olona tuvo que pasarlas canutas este jueves para poder dar una conferencia en la Universidad de Granada. Un grupo de militantes mononeuronales se arrogaron la autoridad de decidir quiénes pueden y quiénes no lanzar sus peroratas en las aulas de tan histórica institución. Fue, en resumen, el viejo show del “no pasarán” que suele acabar en el “ya hemos pasado”. Durante décadas tuvimos que asistir a cómo las hordas de Herri Batasuna (ahora socios parlamentarios del Gobierno de España) campaban a sus anchas en el campus de la Universidad del País Vasco hasta convertirlo en una de esas bonitas utopías albanesas que terminó expulsando a algunas de sus mentes más preclaras, como Fernando Savater o Jon Juaristi. Después le tocó el turno a Cataluña, en el que el mundo lazi se empeña una y otra vez en impedir cualquier manifestación cultural o intelectual que contradiga los principios fundamentales del movimiento procesista. Pero en lo que aquel viejo mapa del XIX llamaba la “España uniforme o puramente constitucional”, es decir, el antiguo reino de Castilla (no confundir con la actual autonomía), también cuecen las habas totalitarias de los extremistas. Lo vimos el jueves en Granada y lo hemos visto en muchos otros sitios. El arribafirmante recuerda el bochornoso boicot al que fue sometido el periodista cubano Raúl Rivero, enfermo y exiliado, por un grupo de hiperventilados de izquierdas y esbirros de Castro, que decidieron impedir el acto programado en el paraninfo de la Universidad de Sevilla.

Uno está dispuesto a admitir que descerebrados hay en todos sitios y que sucesos como el que se vio en Granada son difíciles de controlar. Pero lo que llama profundamente la atención es la reacción, calculadamente ambigua, de las autoridades universitarias granadinas, que en las declaraciones tras la bronca no mencionaban siquiera el nombre de Olona, ni le pedían disculpas por su falta de previsión y seguridad. Tampoco la de algunos periodistas que hablaban de “bandos” cuando lo que había eran agresores y agredidos que no pudieron ejercer un derecho consagrado por la Constitución. Los campus españoles siguen teniendo un preocupante déficit de libertad de expresión. Cualquier pelagatos puede intentar impedir una conferencia sin que apenas haya consecuencias: sanciones, expulsiones o, al menos, amonestaciones. Es hora de que se empiecen a tomar medidas.

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