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Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

18:00 P.M. despedida y cierre

Dice la Junta que los contagios han bajado en los bares. Las tajadas no, las tajadas siguen su ritmo

El cierre de los bares ayer a las seis de la tarde me recordó mucho, de tan parecido, al cierre de la edición impresa del periódico. Es decir, se aguanta al máximo, se lleva la hora al límite, se intenta transgredir lo que se puede la orden que se ha recibido, se hace un poco oídos sordos a los requerimientos; en fin, se hace todo lo posible por estirar el tiempo, y así se aprovecha de éste hasta el último segundo, bastante más de lo que se puede y se debe. A las 17:56 de ayer yo vi bares como he visto páginas, muy lejos de poder darle el visto bueno a la hora estipulada. Sin recoger, sin cerrar. Con el "no llegamos" subiéndote la taquicardia y bombeándote adrenalina. "No les da tiempo", me dije al ver las terrazas con la clientela tan pancha, relajada, a gusto, dispuesta a pedir otra copa más demorándose en la tarde dominical mientras se iba haciendo de noche a las seis, una hora en la que tener que encender en esta ciudad las farolas es otro descuadre más. Cierto que ya se oía el entrechocar de mesas y sillas en alguna parte, señal de que la recogida había comenzado, pero parecía algo aislado. Me pregunté si iba a ser el domingo de la insumisión, si había llegado la hora de la rebeldía. Días atrás habíamos recogido en este periódico la noticia de la "ruptura de relaciones" de los hosteleros con el Gobierno autonómico, al que declaraban la guerra. Suena grandilocuente, pero así ha sido todo el lenguaje usado desde marzo: bélico. Ahora pasan al ataque. La Junta considera desmedida esta agresividad que provocó el insomnio del presidente Juanma Moreno, toda la noche en vela, sin pegar ojo, en pijama y yendo de un lado para otro despelucado y aterrado con la idea de un asalto de camareros -todos aliados, castizos y hipsters- al Palacio de San Telmo, pero insiste en que con el cerrojazo de los bares los contagios han pegado un buen bajón. Las melopeas no, las tajadas no descienden, siguen su ritmo, por lo que pude comprobar ayer, por ejemplo, en tres gordas embutidas en pantalones de cuero que estaban pimplando un líquido rojo servido al por mayor en unos cubos de playa transparentes y se reían como Richard Widmark antes de tirar a la paralítica en su silla de ruedas por la escalera en El beso de la muerte. Los fabricantes de los vasos de plástico no han notado la pandemia, al contrario. ¿Cierra el bar y la copa está a medio empezar? No hay problema. El vaso de plástico acude en tu ayuda y ya puedes ronear con él lo que te plazca, mientras los camareros, como unos expertos y eficaces redactores de Cierre, ponen el punto final -y a su debida hora- a la última mesa, a la última página del domingo.

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