Santa Catalina: deber cívico y responsabilidad

18 de mayo 2012 - 01:00

SANTA Catalina es mucho más que un Monumento Nacional, que lo es, y que un BIC, que también lo es. Tiene la autenticidad y la verdad de lo que sólo puede ser hecho por el tiempo y la vida. Un islote en el que las corrientes de la historia han ido dejando sus huellas como si fueran esas las ramas y troncos que, arrastradas por los ríos, se acumulan sobre un banco de arena resistiendo la fuerza de las aguas.

El islote de Santa Catalina lleva muchos siglos oponiendo su resistencia al olvido y al tiempo. Se llevaron las corrientes de la historia la ciudad árabe, fernandina, renacentista, barroca y regionalista; pero allí quedaron sus huellas vitalmente superpuestas: torre, naves, capillas, retablos, Sagrario, reforma de Juan Talavera, hermandades, imágenes. Hasta la portada de la desamortizada Santa Lucía, en la que fue bautizada Santa Ángela de la Cruz, fue llevada por la corriente calle Sol abajo hasta quedar varada en Santa Catalina.

A los muchos valores históricos y artísticos que atesora esta iglesia hay que sumar el de su autenticidad, que no debe perderse a causa de su ruina ni de su urgente y necesaria restauración (caso de la vecina San Román, tan malamente restaurada que parece una mala falsificación moderna de una iglesia mudéjar).

Hasta su media oscuridad en la que parecían oírse bisbiseos de beatas, rosarios rezados al caer tempranas tardes de invierno y susurros de confesiones formaba parte de su especialísimo ambiente. Ojo cuando se restaure. El sabio Julián Gállego defendía los postizos neogóticos de San Vicente como huella del mal gusto de la piedad burguesa del XIX; y ya ven cómo la han dejado: podada de la verdad de la historia por un torpe historicismo y privada de la autenticidad burguesa que le había dado su estar entre Vicente y Don Vicente (ya saben lo de los tres nombres que se daban a la calle San Vicente en función de las clases que la habitaban).

Santa Catalina atesora ese conjunto de elementos que sólo el tiempo y la costumbre pueden reunir, y del que un cierto y cuidado deterioro forma parte esencial junto al mantenimiento del uso -en este caso el culto divino- para el que fue construida y la fue rehaciendo a lo largo de los siglos. Hay que salvarla, eso lo primero, y acudir esta tarde a la concentración que lo exige. Pero no de cualquier manera (San Vicente, San Román) ni a cualquier precio (Salvador). No vaya a ser que le ocurra como a esos lugares que, según denuncia Javier Gomá, "fueron esplendorosos en el pasado y ahora pervierten su genuina belleza heredada haciendo del turismo su principal fuente de ingresos". Un mal que está disecando a Sevilla.

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