La Sevilla mutante

Apuesto por la evolución de una ciudad, pero mal vamos si no somos soberanos de la misma

05 de mayo 2023 - 01:46

Tengo miedo a asomarme por el boquete del pecho de la efigie de Belmonte, por si en vez de la Giralda veo la grúa del edificio de apartamentos turísticos en alza a la vera de La Maestranza, vulgo, el mamotreto. (Qué palabra más bonita, mamotreto, del griego mammóthreptos, que significa "criado por la abuela"). Sevilla pierde vecinos y gana turistas, es decir, trueca ciudadanos por clientes. En ciertas zonas, pedir perejil a la de enfrente es una quimera, y no digamos ya plantear un movimiento vecinal para defender los intereses del barrio. A servidora, defensora de las zonas libres de coches, le entran las siete cosas cada vez que oye "peatonalizar" donde debieran decir "apelotonar". Hay calles que más que peatonalizarse se apelmazan de veladores, se encarecen, mutan los establecimientos regentados por los propios vecinos en franquicias y establecimientos de los que somos, a lo sumo, empleados. Suplantan el bar de toda la vida por otro que imita en corchopán la falsa solera y te cobra la cerveza a precios suizos. En estos casos, los aborígenes no tienen más remedio que apretarse en las zonas aún no peatonalizadas, perdón, gentrificadas. Aunque parezca increíble, la caza de la tarrina de caracoles se está poniendo brava. Varios bares del rechupeteo caracolófago se han convertido en otra cosa. A la caída de la tarde, vagan almas antojadizas por calles y peñas preguntado por el caldito de la vida. Disfruto -por afán literario- de los relatos utópicos que proponen que la Feria de Abril se pase a enero. O se traspase al Fibes, que está climatizado. Antes, hijo mío, todo esto era barrio.

Valga esta panoplia para ilustrar esta idea: mucho se habla de cambiar, pero cambiar no significa mejorar. Ni lo nuevo resulta siempre original. Ni lo contrario a oponerse a la dirección que están tomando las cosas es detenerse o -ni mucho menos- involucionar. A menudo equivocamos todos estos términos. Hay quien sostiene, como quien invita a media ración de ruedas de molino, que este es el signo de los tiempos, como si acaso esta deriva fuese un castigo divino y no decisiones mundanas, una tras otra, en provecho de quienes puedan aprovecharse. Dicen, los más cortos de vista, que esto es prosperidad, confundiendo las migajas con la telera y el hambre de mañana con el pan duro de cada día. Apuesto por la evolución de una ciudad a la altura de los tiempos, pero mal vamos si no somos soberanos de la misma. Sevilla no ha de ser una ciudad inmóvil y ensimismada en su propio reflejo, pero tampoco una ciudad mutante que se transforme -como diría el castizo- "mejorando para peor". Sólo una Sevilla hecha para y por quienes viven en ella puede continuar llamándose ciudad, y no otra cosa insoportable.

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