Visitador de cárceles

06 de enero 2023 - 10:48

HACE unos días me despedí de dos de uno de los condenados por el caso ERE, dos wassaps antes de que entrasen en la cárcel para cumplir una pena de varios años de cárcel. Llevo escribiendo sobre política andaluza algo más de 30 años y quienes ahora están en prisión son, cuanto menos, viejos conocidos, no son amigos en el sentido estricto ni guardo con ellos una relación emocional o comercial, pero sé, por esa convivencia profesional que han sufrido el proceso judicial como una condena por su condición de personas públicas, algunos son muertos civiles, otros se han arruinado en el pleito y otros padecen alguna enfermedad que, sin duda, se ha agravado durante una década de proceso.

Este es el contexto justificatorio, el que me servía para explicarme el porqué de una llamada, pero alguien que me conoce bien me censuró: ¿Por qué lo haces si son unos delincuentes? Tenía muy a mano la célebre frase de Concepción Arenal, la primer mujer a la que se permitió estudiar leyes en España, ésa a la que se concedió el título de Visitadora de Cárceles: odia el delito y compadece al delincuente. Recuerdo también la imagen del padre del fotógrafo Pablo Juliá, un señor de porte británico que visitaba todos los domingos a los presos, para él desconocidos, de la cárcel de Cádiz. No creo que lo suyo fuera rebeldía ni una visión rousseauniana de la justicia, sino de algo tan humano como la compasión.

También lo es la sed de justicia, de modo innato sabemos distinguir el bien del mal de la frondosidad del árbol de la ciencia, pero quien conozca a Carmen Martínez Aguayo no habrá dejado de sentir un respingo cuando se enteró de que ya había entrado en la cárcel de mujeres de Alcalá de Guadaíra. Igual que reconforta saber que Agustín Barberá, enfermo desde hace diez años, tiene suspendida la entrada de momento. Tampoco puedo dejar de interrogarme sobre qué efecto sanador puede tener que José Antonio Griñán, a sus 76 años, pase la condena entre rejas.

Esto no es una discusión jurídica o política, para la que ha habido y habrá mucho tiempo, sino de saber si quien siente compasión por alguien que va a perder su libertad es cómplice de sus hechos. Puede que lo de Concepción Arenal sea una disfunción, un atajo moral, pero creo que a esta gallega que se disfrazaba de hombre para asistir a clases le avala una biografía impoluta.

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