¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La revolución del pesebre
SEGÚN parece, nos vamos a tener que ir acostumbrando a oír cada vez con más frecuencia esa expresión anglosajona: los working poors, aquellas personas que aun gozando del privilegio de tener un puesto de trabajo, no superan el umbral de la pobreza. Triste y duro, pero así es. Porque -ya lo escribimos la semana pasada- empiezan a desatarse todas esas euforias a las que, a la menor de cambio, somos tan proclives sin que haya verdaderas bases para ellas; algo parecido les ocurre, por ejemplo, a los argentinos con su selección de fútbol. Luego pasa lo que pasa: que siempre ganan los mismos, no los seres superiores, sino los que hacen las cosas mejor. ¿Comienza a crecer la economía? Pues sí. ¿Se crean nuevos puestos de trabajo? También parece que sí; algunos. ¿Qué tipo de trabajo? ¿En qué condiciones? Ahí está la clave de la que se nos viene. Como subrayaba hace pocos días José Aguilar en estas mismas páginas acerca de la propuesta de reducción del salario mínimo (y de los demás sueldos) realizada por el FMI: "La iniciativa del Fondo tiene una lógica aplastante: mientras menores sean los salarios, y por tanto, los costes laborales, más propensos serán los empresarios a contratar nuevos trabajadores... es más, si no cobraran por trabajar seguro que habría más contrataciones. Se llama esclavitud".
Publicaba esta semana el diario El País un magnífico reportaje (Trabajar para ser pobre) en el que se ahondaba en lo anteriormente expuesto: la mayor parte de los trabajos que comienzan a crearse son, permítaseme la expresión, trabajos basura, que apenas dan para subsistir en el límite de la pobreza. A esto, el neoliberalismo lo denomina flexibilidad laboral y sus voceros se congratulan de que seamos capaces de crear empleo sin llegar al 2% de crecimiento del PIB. Pero qué empleo. El porcentaje de personas que ganan como máximo el SMI se ha duplicado de 2004 al 2012, sin tener en cuenta que muchos de esos trabajadores -con contratos a tiempo parcial-ni siquiera alcanzan ese umbral. En ocasiones, hay que reconocerlo, se trata de empleos de baja productividad o valor añadido, por los que es antieconómico pagar más; pero no siempre es así. Una sobreoferta de titulados enormemente cualificados tira a la baja -con la cobertura legal de las últimas reformas cuando no por la mera picaresca de trabajar más horas de las establecidas en contrato- los salarios. Luego nos llevamos las manos a la cabeza cuando el consumo interno se mantiene en mínimos, cuando cierran las mejores tiendas o cuando los jóvenes cometen -cargados de razón-- eso que un diario rancio por naturaleza definió como "el suicidio demográfico de España". No desearán traer más siervos a este mundo, digo yo.
También te puede interesar