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rafael / sánchez Saus

Hay que actuar ya

HACE unos días, Ignacio Camacho, columnista de referencia de un periódico tan poco sospechoso de veleidades rupturistas como Abc, escribía: "ya no hay modo de autoengañarse: estamos ante una crisis de régimen, un colapso institucional sobrevenido a partir de la recesión… Las estructuras básicas (del sistema constitucional del 78) han quedado amenazadas por el desplome de la confianza social y la ausencia de verdaderos liderazgos públicos". Y concluía: "El desafío nacional ya no consiste en reducir el déficit o arrancar la maquinaria productiva; la prioridad es evitar que se venga abajo el marco de convivencia, el gran logro ahora cuarteado de la refundación democrática". Estas reflexiones de Camacho se publicaron antes de que El País difundiera los resultados de una encuesta que muestran hasta qué punto, y con qué rapidez, se están cuarteando los pilares del sistema político español: por vez primera el PP y PSOE no suman una intención de voto superior al 50% del electorado, mientras que el prestigio del Rey se ha desmoronado de tal forma en sólo tres meses, de diciembre acá, que su persona ha perdido treinta y dos puntos de aceptación ciudadana. Este desplome es aún mayor entre los jóvenes y los votantes del PSOE, lo que explica que justo en estos días las Juventudes Socialistas hayan solicitado que el "camino hacia la república" se discuta en los próximos foros del partido y en la Conferencia Política prevista para el próximo octubre. Más allá de sus innegables errores, el Rey se adivina, pues, como el perfecto chivo expiatorio de los partidos que han arruinado la idea y el porvenir de España, porque, con tal de salvarse, ni a él le van a perdonar lo que a sí mismos se toleran a diario.

Algunos hemos venido avisando desde hace mucho tiempo de que la crisis, además de económica, reviste igual gravedad política e institucional. Ahora la sombra, un oscuro temor, parece ir adueñándose de todo. Ante la situación que se ve llegar, lo que muchos nos preguntamos es si este decepcionante Gobierno y su desconcertante presidente se decidirán a hacer algo de aquello para lo que fueron elegidos, a abordar de una vez la agenda política y social, además de la económica, o seguirán tocando la lira mientras España se incinera en la hoguera del pesimismo y de la aversión a las instituciones para dejar el campo libre a los aventureros.

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