La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La intimidad perdida de Sevilla
Entro con mis nietos en San Juan de la Palma. María, que tiene dos años y medio, nunca ha visto un paso. Pero tengo la sensación de que la última vez que los vi fue el año pasado. ¿No les sucede a ustedes? Sin pensarlo me refiero a la Semana Santa de 2019 como la del año pasado, como si las no Semanas Santas de 2020 y 2021 no hubieran existido.
Conforme se van cumpliendo años cada Semana Santa se suma a las anteriores como una sola y misma cosa. Y se siente la alegría absoluta, sin sombra de las cruces que el tiempo va alzando, de la Semana Santa de la infancia que a la vez se echa de menos y se recupera con esa agridulce nostalgia que con tan perfecta emoción expresó Montesinos en "Nazareno, dame un caramelo": "Vuelve lo perdido / con las cofradías. / Mi alma no puede / con su Cruz de Guía. / Llevo en la garganta / saetas partidas, / y en la sangre el triste / tambor de otros días. / Calle de las Sierpes / por Cerrajería. / Nazareno negro / de la pena mía, / ya no hay caramelos en tu canastilla, / ni gotas de cera / en mis manos frías. / Nazareno negro, / suéltate la hebilla / para que yo vuelva / a mis niñerías. / Una vida menos / por Cerrajería". Y se siente la alegría insolente de las Semanas Santas de la adolescencia y la primera juventud, cuando en las noches tibias de incienso y azahar pasión se escribe con minúscula. Y se siente la serenidad gozosa de las Semanas Santas de la primera madurez. Y se siente la Semana Santa otra vez niña que recuperamos viéndola a través de los ojos de nuestros hijos, la de las primeras horas de la tarde, las palmeras, los olivos, la cera, los caramelos. Y se siente la Semana Santa de la última madurez, cada vez menos acompañantes, sólo los amigos más queridos o incluso nadie, cada vez menos pasos, cada vez más tiempo con los más nuestros. Y llega la Semana Santa con los nietos, hijos más disfrutados que nuestros propios hijos porque el tiempo y la vida nos han enseñado lo que la soberbia de la juventud ignora: que la infancia se pasa, que dura poco el privilegio de ver un paso con un niño en brazos disfrutando hasta de lo que no nos gusta o nada nos dice, porque para la inocencia de su mirada todo es hermoso.
Todo es uno. Sólo existe una Semana Santa que es a la vez la recordada y la que cada año se vive y se desvive para hacerse una con las vividas. Otra vez Montesinos: "Avanza a paso largo la memoria / de regreso a su casa".
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