el poliedro

José / Ignacio Rufino

El bar como modelo productivo

Tras la crisis el número de bares bajó drásticamente; ahora, un tímido mayor consumo estimula nuevas aperturas

16 de agosto 2014 - 01:00

Aningún sitio como a España le pega tanto aquella letra de Gabinete Caligari, castizo y acanallado grupo madrileño de los 80: "Bares, qué lugares, tan gratos para conversar, no hay como el calor del amor en un bar". Nuestra pasión por los bares es probablemente mayor comparativamente en Andalucía. Ni siquiera en sitios con grandiosos establecimientos hosteleros como las islas irlandesa y británica -la palabra "pub" es un apócope de public house, casa pública o de todos- se explican la forma de ser y las costumbres de la gente como en los bares españoles. Si hace unos días mencionábamos aquí el Índice Big Mac, con el que se explica el poder adquisitivo de cada país y hasta el tipo de cambio de sus monedas en función del precio que una de esas hamburguesas de McDonald's en cada lugar, hoy es pertinente proponer el número de bares per cápita de cada país como rasgo del llamado "modelo productivo" .Y también como indicador de la recuperación económica del país, ahora que la Europa central comienza a renquear, mientras que aquí crecemos de forma más cacareada oficialmente que rápida y sólida. En España se abren 50 bares diarios. Bares nuevos, decimos, porque bares que abren sus puertas a diario son unos 200.000. A falta de datos sobre cuántos establecimientos hosteleros hay por habitante y país, aceptaremos como animal de compañía de este artículo el tópico de que en eso somos campeones.

No es Andalucía la región española donde más bares hay por cada 1.000 habitantes. Son los de Cáceres, las muy turísticas Baleares -los bares son industria turística por antonomasia, además de lugares de esparcimiento y contacto- y el Norte quienes más pergarean (pergareo: término cazallero usado para referirse a la mucha salida de casa y callejeo, sinónimo del también muy sonoro jopeo). Aun así, y aunque sólo sea una hipótesis, parece evidente a ojo de buen urbanita que en el sur se abren bares y más bares. Durante los primeros años de la crisis, de 2007 a 2012, su población descendió en más de 70.000 establecimientos, nada más y nada menos que un 20%. Los bolsillos alegres se catalanizaron repentinamente, y las tarjetas de crédito propias o de empresa quedaron quietas cual caballo de viejo retratista de parque. Pero la cabra tira al monte, lo que unido a una mejora del servicio y la mayor sensatez de los otrora irracionales precios han hecho que la gente emprenda en estos lugares tan terapéuticos. La inversión de la indemnizaciones por despido en un local de tapas clásico, en una cervecería low-cost de cubos de zinc helados o en una gastrotaberna ha sido habitual ante la falta de alternativas de mayor valor añadido y mejor creación de empleo. De forma que si uno pasea por nuestras ciudades y pueblos, las pocas reformas de locales que uno ve y los pocos nuevos negocios que se implantan son mayormente bares. El incipiente consumo estimula la aventura del autoempleo. Es cierto que como en todo negocio sin grandes barreras de entrada y escasa vocación y experiencia empresarial, la mortandad del sector es muy alta, y no pocos de los que abren sin convicción ni mercado desaparecen pronto. Si en los felices años de la inversión en ladrillo la burbuja fue hipotecaria y acabó explotando y tirando los precios de las casas por los suelos, año tras año y sin parar, ahora tenemos burbujitas sectoriales que van surgiendo, como la de los bares, que por suerte no llevan dentro el alien del rescate bancario a costa del presente y el futuro de la gente sin culpa (usted o yo). El pequeño empresario no tiene quien lo rescate. Podemos concluir no hay más cera que la que arde, y que tenía razón un jefe de marketing cervecero hoy en la radio: "La principal industria [de Sevilla] son los bares". Tómate algo. Bonito plan; pero al menos son bares. Tan gratos para conversar.

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