La caseta

El crecimiento del nacionalismo gallego se debe, en su mayor parte, a un trasvase del voto socialista

De seguir así las cosas, al PSOE de Pedro Sánchez le podría ocurrir lo que a la caseta de su partido en la Feria de Sevilla: que acabará repartiéndose en pequeñas fracciones independientes. El ejemplo del BNG es muy ilustrativo a este respecto. El crecimiento del nacionalismo gallego se debe, en su mayor parte, a un trasvase del voto socialista. Y en las próximas elecciones vascas, habrá que preguntarse a quién pertenecen las papeletas que justifican el nutrido ascenso de Bildu. Con el PSC, la cuestión quizá sea más complicada, tanto por el advenimiento y evaporación de Ciudadanos, como por el apretado minué de la amnistía, que influirá en las perspectivas electorales del señor Illa. Si a esto le añadimos ERC y otras fuerzas regionales que hoy medran con/contra el Gobierno de la nación (léase Junts o el siempre ganancioso PNV), el resultado previsible es que la “caseta” del PSOE bien pudiera hallarse en trance de demolición.

Que esto sea así beneficia, principalmente, a quienes hoy son sus socios y mañana serán sus recipiendarios. Al electorado socialdemócrata español, como parece claro, no le resulta ventajoso. El socialista gallego Francisco Vázquez, antiguo alcalde de La Coruña, ha dicho ya que “Sánchez está acabando con el PSOE”. Y serán muchas otras las voces que se pronuncien contra el acusado personalismo del presidente, muy firme en su papel de condotiero, si el proceso actual no se revierte. Con toda probabilidad, es esta diseminación de la socialdemocracia española, esta filtración de un partido nacional hacia fuerzas grupusculares, centrífugas y retardarias, la que se halla en el origen de la formación Izquierda Española, encabezada por el abogado Guillermo del Valle. No sabemos qué frutos cosechará este nuevo partido, cuya ambición es presentarse a las europeas de junio como una izquierda “de izquierdas”, al margen de la contaduría xenófoba y el santoral provinciano de los nacionalismos. Pero la cuestión inicial, repito, es qué ocurrirá con la socialdemocracia española, antaño representada, mal que bien, por el PSOE, y hoy huérfana y errante como una meiga valleinclanesca.

Son tantas las incertidumbres que acucian al elector español, que esta vaporización de la izquierda, llamémosle tradicional, más inclinada a la igualdad y a la presencia del Estado en cuestiones cruciales, quizá le pase desapercibida. Hoy la izquierda se halla embutida y como disuelta en el vago concepto de “progreso”. Un progreso donde brilla, con fulgor esdrújulo y perfil memorable, el destacado progresista don Carles Puigdemont.

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