Jaime Martínez Montero

¿En qué consiste la reforma educativa?

La tribuna

28 de junio 2015 - 01:00

LA ley de Parkinson aplicada a las reformas administrativas se resolvía en una ampliación del número de funcionarios y de órganos administrativos. En el caso de las reformas educativas cursa de otra manera: hace falta hacer más papeles y reformularlos de otra manera, más compleja, más incomprensible.

Lo digo con algo de conocimiento. Mi andadura como maestro comenzó con la Ley de Enseñanza Primaria. Luego vino la Ley General de Educación. Ya como inspector viví el cambio de la Logse y todo lo demás. Siempre se cumplió la afirmación anterior. Cada nueva estructura exigía nuevos formularios, diferentes documentos. Pensaba que con esta última reforma se iba a romper esta tendencia, pero no. Se ha batido el récord. Se ha llegado a niveles propios de delirio. He cogido al azar dos documentos que se ofrecen como modelos para la preparación de las clases y para la evaluación de los alumnos. Ambos son de 2º de Primaria.

La programación de una Unidad (lección) tiene cuatro partes. La primera se refiere a los objetivos y contenidos. Los primeros se han de programar como de referencia (7 objetivos en total) y didácticos (13). Tras ello van los contenidos, que también son los propios del área (37) y los transversales, que sólo son 4. Eso sí, algunos realmente ambiciosos para niños de 7-8 años. Este, por ejemplo, en el que el alumno ha de alcanzar "la toma de conciencia sobre temas y problemas que afectan a todas las personas en un mundo globalizado, entre los que se considerarán el agotamiento de los recursos naturales: el agua y la desigualdad entre las personas, pueblos y naciones". Y eso se ha de conseguir en dos semanas. La segunda parte se llama transposición didáctica, y hay que especificar la temporalización, los recursos, los escenarios y los agrupamientos. La tercera parte es de traca. Se tienen que establecer las relaciones que se dan entre "criterios de evaluación, indicadores, estándares, competencias, evidencias e instrumentos de evaluación". Para hacerse una idea, sobre un despliegue de 20 criterios, salen 120 interrelaciones. Finalmente, la atención a la diversidad se despacha con poco más de media página.

Pero el descacharre general se produce con la evaluación. Al docente le deben temblar las piernas cuando acaba el trimestre, porque ha de hacer lo que sigue. En primer lugar, evaluar los objetivos, para lo que dispone de una parrilla de 16 casillas. Como hay 17 objetivos, ha de cumplimentar por alumno 272. Y si tiene 25 en la clase, lo ha de hacer 6.800 veces. Luego vienen las competencias clave. Son 31, que por 8 casillas de especificación hacen un total de 248 por alumno y 6.200 por clase. Por último vienen las "Rúbricas", que resumen el proceso. Esto es ya más llevadero. Hay 11 rúbricas por 7 casillas: 77 por alumno y sólo 1.925 por clase. En total, por cada alumno rellena 520 casillas y si tiene un grupo de 25, la respetable cifra de 13.000. Eso, repito, cada trimestre.

¿Cómo es posible que se llegue a este disparate? Entre otras cosas, porque se encargan las tareas de diseño de las nuevas prácticas escolares a personas que nunca han pisado una escuela. La formación inicial de los maestros es la única rama en la que los que forman a los mismos ni lo son ni conocen el ámbito profesional sobre el que forman. Su desconocimiento les lleva a pensar libremente, sin pasar por el filtro de la realidad, que en las aulas se pueden desarrollar los procesos y trabajos que bonitamente a ellos se les ocurren sentados en su despacho. Para nada contrastan, para nada verifican, para nada comprueban el grado de repercusión de lo que proponen. Piensan que la polifacética vida del aula la pueden encerrar y distribuir uniformemente en las casillas del enrejado virtual que construyen en su mente.

¿Cómo se afrontará esto? Pues como ha ocurrido en anteriores reformas. Las editoriales acuden en auxilio del docente y les presentan las programaciones y las evaluaciones hechas. Si acaso, con algunas casillas vacías para poner la cruz. Así, se eligen los libros no tanto por su valor intrínseco o por el modo de enfocar los procesos de aprendizaje propios de la materia, sino por la forma más o menos elegante en que libran al docente de la tortura de diseñar paneles con cientos de entradas y miles de casillas. Cuanto más advierte la Administración a sus funcionarios de que tienen que elaborar los nuevos documentos y que va a ser muy exigente en la verificación de esa tarea, más esmero ponen los mismos en la elección de la editorial. No hay cuestión. Cuando llega el inspector se le presenta la programación que viene con el libro de texto y a otra cosa.

Por supuesto, las clases se siguen impartiendo de la misma manera que antes, y, como no podía ser de otra forma, los resultados escolares se repiten. Como éstos no son buenos, en unos años surge la necesidad de cambiar las cosas. En esto, más o menos, consiste una reforma educativa.

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