NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Los profesores recuperan el control de las aulas
La autoridad es como la materia. No se crea ni se destruye, pero sí se transforma. En este caso se muda. La magistrada Natalia Velilla ha escrito un libro sobre la crisis de la autoridad, un problema que lastra la sociedad española desde hace ya muchos años, pues se ha confundido interesada y maliciosamente la autoridad con el autoritarismo, al igual que han hecho los comerciales de la educación con la memoria y la memorieta. La crónica del tipo de 26 años que ha agredido a ocho guardias civiles en el puesto de Chiclana es un gran ejemplo del problema. España es un país de pendulazos en muchas cuestiones y, como tal, no admite matices en el análisis de ciertos asuntos de máxima actualidad. Pasamos, en general, de tenerle respeto reverencial a los agentes de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado a chotearnos de ellos y someterlos a una humillación. Los agentes están cada vez más vendidos por efecto de un buenismo idiota. Como lo están los profesores y los médicos. Hasta la Policía Local tuvo que salir en rescate de los guardias civiles, que saben la que les cae encima si se les ocurre responder al agresor.
Nos han pintado tanto una sociedad de Bambi, cargada de derechos y en la que no existen ni el fracaso ni el aburrimiento que estamos tan anestesiados que nos provoca pesar, rechazo y rubor que un agente haga simplemente su trabajo. No digamos si vemos a un adulto (no ya un progenitor) reprendiendo a un niño por un mal comportamiento palmario. A los policías les queda el papel de intimidar con su mera presencia, como cuando Marlaska envía a los guardias civiles a la valla de Melilla para que hagan de floreros. Con suerte asustan a los pobres desdichados que buscan una vida mejor en suelo europeo jugándose literalmente la integridad física y hasta perdiendo la vida. No tienen autoridad quienes debían tenerla porque no interesa que la haya. Y la víctima no es otra que la sociedad en general. Comenta la autora del libro los efectos negativos que tuvo en los juicios el tiempo en que los letrados no usaron las togas por efecto del Covid. Se enzarzaban en discusiones, se tuteaban en la sala y se perdía el respeto al lugar, sede de la Justicia. Claro, los símbolos tienen su importancia, no son un atrezo.
Muchos profesores se bajaron del estrado y se hicieron colegas de los alumnos como muchos médicos pasaron a tutear a los pacientes. No toda la culpa es de los padres débiles. La falsa proximidad tiene un precio: la pérdida de la autoridad. Mantener la distancia siempre saludable tiene un precio: ser tildado de fascista. Pero ya sabemos que España es propensa a los pendulazos. Y ahora la autoridad es de los motivadores.
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