TRÁFICO Cuatro jóvenes hospitalizados en Sevilla tras un accidente de tráfico

Tomás garcía Rodríguez

Doctor en Biología

Las deslumbrantes catalpas

Este árbol, originario del sudeste de los Estados Unidos, lo importó Europa en el siglo XVIII

Existen árboles que no solo se asocian a un rincón, un jardín o un monumento histórico, sino que son símbolos de un territorio e, incluso, heredan su nombre vernáculo de algún accidente geográfico u otro ámbito relacionado con la región en la que se ubican. Es el caso de la catalpa común, Catalpa bignonioides, originaria del sudeste de los Estados Unidos e importada a Europa en el siglo XVIII. El nombre genérico catalpa procede de catawba -"robusto"-, apelativo de un río y de un conjunto de tribus sioux presentes desde tiempo inmemorial entre Carolina del Norte y la del Sur. Los indios bajaban desde sus asentamientos en las colinas hasta los bosques en galería que forman las catalpas en riberas de arroyos y ríos para obtener madera, utilizada para delimitar cercados y otras labores constructoras, así como para aprovechar sus abundantes propiedades medicinales.

La visión de la planta transporta a lejanas tierras con su amplia copa aparasolada y las grandiosas hojas, inflorescencias y frutos, singulares entre los árboles ornamentales urbanos. Las atractivas hojas acorazonadas de un verde claro pueden superar los veinte centímetros de longitud, mientras sus finos frutos semejantes a cigarros puros llegan a doblar esta extensión. Las espléndidas panículas terminales de fragantes flores blancas acampanadas con tonalidades internas amarillas y purpúreas nos asombran durante su explosión primaveral. Debido a su frondosidad y exuberancia frutífera, ofrecen cobijo y alimento a las aves, pues las semillas son reclamadas por muchos pájaros. En Sevilla, se encuentran en periodo de expansión desde hace algunas décadas, siendo representativas las que circundan las plazas de la Gavidia y de la Pescadería, así como las presentes en diversas zonas de la Cartuja. Una majestuosa catalpa centenaria se erigía hasta hace pocos años en el Parque de María Luisa, abatida por el viento según versiones oficiales, siendo jóvenes las actuales.

El recuerdo de un Edén repleto de deslumbrantes plantas impregnó la cultura judeocristiana a lo largo de los tiempos, forjando en las almas ese anhelo de retorno al jardín paradisíaco perdido. Estos sentimientos fueron asimilados por el islam, que recrearía los oasis de sus ancestrales desiertos en floridos patios celestiales con fuentes tintineantes en palacios, mezquitas o alcázares de bellas ciudades de Al Ándalus. Nos encontramos alejados de la límpida naturaleza en las urbes modernas, pero la arboleda de parques, calles y plazas nos permite acceder a una porción de esos lugares primigenios, a esos añorados jardines de espacios idílicos gratificantes, de donde salimos y a los cuales es posible volver a través del respeto y veneración del entorno en que vivimos.

"Dios el Señor plantó un jardín al oriente del Edén, y allí puso al hombre que había formado. Hizo crecer toda clase de árboles hermosos... En medio del jardín, puso el árbol de la vida y también el árbol del conocimiento del bien y del mal" (Génesis 2:8-9).

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios