Carlos Navarro Antolín
Los tontos de la zona de confort
El Papa le hablaba a Carlos Herrera de la eutanasia, de la cultura de la muerte y de la del descarte. Pensaba en esta última cuando me encontré en un agradable paseo al escritor Paco Robles con su mujer Lola Chaves, a la que conozco desde mis inicios en el oficio hace ya algo más de veinticinco años. El descarte es orillar a los enfermos y desfavorecidos, por supuesto no apostar por la vida y dejar pasar cualquier problema o incomodidad haciendo la vista gorda, huyendo si es necesario. Todos hemos celebrado la vida de Paco Robles, volverlo a ver, oír y leer. Todos vivimos unos días anclados en la oración, preguntándole a la propia Lola o al amigo cierto en la hora incierta que es José Antonio Zamora.
Se iban a casar antes de la desgracia y se casaron, claro que se casaron, después de ella. Lola da todos los días sin pretenderlo el pregón del amor, del compromiso y de la seriedad. Porque las personas tienen que ser serias como esos nazarenos de Pasión de la cera alta que anuncian la llegada de la advocación de Paco. Lola estaba y se quedó. No podía ser de otra manera. Y ahí sigue junto al escritor. Hoy igual que ayer. Su ejemplo es oro en la sociedad del descarte, en la del bienestar egoístamente entendido, en la de usar y tirar las personas y las cosas, en la de la rapidez que no te dedica ni una mirada compasiva. ¿Cuántas veces se los han cruzado, lo han pensado y no lo han dicho? Hay personas llamadas a cuidar de otras, pero hacerlo de verdad, cuando nadie observa. Y esas personas son las imprescindibles. Claro que nuestro Robles, nuestro querido Paco, ha sido fuerte en la adversidad. Y Lola también. Claro que superó la desgracia, se vino arriba y se esfuerza cada día por seguir escrutando la realidad, hablando y tuiteando. Y Lola es su vida, su asidero, su sustento, su brazo para apoyarse, su hombro para llorar, su compañera de charla. Lola no huyó. Y eso se dice poco o nada donde hay que decirlo. Elogiamos valentías superfluas, banales y de escaparate, cuando tenemos delante de nosotros mismo un testimonio sólido del amor.
Esta sociedad perdona y alaba al que huye de la dificultad porque tenemos incrustado que hay que disfrutar, vivir, tirar siempre por la cuesta hacia abajo y poner en práctica ese verbo tan estúpido como es desconectar, del trabajo por supuesto. Todo lo contrario. El valiente se queda y clava las manoletinas en el albero de la realidad por mucho que el pitón amenace la ingle de su estabilidad. El Papa lo decía y yo pensaba en Lola, la compañera de oficio que sonríe al lado de nuestro Paco Robles, quien alto y claro puede presumir de su mujer como el rey Alfonso de su amada ciudad: no me ha dejado. Amor se llama.
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