
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El Palacio de Magdaleno
La aldaba
Deben ser las cosas del neocomunismo perfumado. ¿No hay una izquierda caviar, una derecha dura, un centro moderado cuqui, una derecha blandita o una derecha montaraz y hasta de casino? Pasaron los tiempos de los barbudos, descamisados, renovadores y turbo-renovadores. Todo cambia, no podemos vivir permanentemente en los años de la denostada Transición. Se ha consolidado un necomunismo suavón, pedante y de pretendida boutique. De sonrisa esculpida y estilo gourmet, de animalitos de Disney, de piel de oveja que esconde un lobo y, según los casos, de barbitas cuidadas con esmero y fragancias caras. ¿Y por qué no? ¡Viva la libertad!, que dijeron en Cádiz. Esta semana hemos disfrutado con la plática de Yolanda Díaz, vicepresidenta del Gobierno y ministra Contra el Trabajo. Con estilo de consultorio sentimental reveló una suerte de receta de la señorita Pepis para acabar con el enfrentamiento con el ministro Cuerpo a cuenta de la reducción de la jornada laboral: "Las diferencias que tenemos en el seno del Gobierno, esta es una diferencia apasionante, las resolvemos con mucho amor y mucha síntesis. Es como se hacen las cosas dentro de esta coalición". ¡Qué precioso testimonio, qué fanal de belleza nos ilumina con tan grácil oratoria, qué canto a la aplicación de grandes virtudes y valores profundos a una política que emerge del fango gracias a estas confesiones! No se oía nada igual desde los consejos radiofónicos del padre Mundina para el cuidado de las plantas, a las que personificaba e instaba a darles conversación y mimos. Vivimos tiempos de amor, tiempos repipis, tiempos pretenciosos, insulsos, huecos y reblandecidos.
En España no se admiten matices en los debates serios, en parte porque cierta izquierda ha impuesto el marco mental. El centro-derecha, salvo honrosas excepciones, no solo no sabe combatir ese marco con sus criterios propios, sino que lo ha engullido como un hipopótamo del tragabolas. Por eso resulta un soplo de aire fresco, como nacido de una tertulia de señoronas en un café del Barrio de Salamanca, oír una alusión... al amor. ¿Acaso tenemos una vicepresidenta cayetana? ¿No estaban los señores de los puros de los cenáculos de Madrid, que decía Sánchez? ¿No estaban los ricos de los de Lamborghini, que también afirmaba el hermano del heroico dimisionario de Badajoz? Esta es la revolución del amor. ¡Que algunos no se enteran! Hay que sonreír, sonreír mucho. Todos a la terapia del amor. Y la síntesis, que no se nos olvide. Todos sintéticos y prácticos. Es la nueva política que acabará con la España de los garrotazos, del derrotismo y el cabreo. Viviremos con amor, votaremos con amor y, por supuesto, trabajaremos menos, pero con más amor. En la próxima rueda de prensa oiremos hablar de poesía. Frente al fango, versos. Contra los bulos, la métrica del amor. Catulo en la Moncloa. Ámense, señores. El progreso era el amor de Yolanda. En Génova se aman poco. Y en Vox... no leen poesía. ¡Cómo está la derecha! No olviden regar las plantas con amor.
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