La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

El horror del Moscú matalascañero

La nueva plaza principal de la playa de Almonte es el enésimo churro que se sufre en la urbanización

Una mente preclara tuvo hace meses la feliz idea de poner patas arriba la plaza principal de Matalascañas. No es que se tratara de un espacio urbano churrigueresco digno de protección, sino más bien de un churro en toda regla, con su pavimento rojizo, sus fuentes de chorro mínimo y algunos bancos a juego con el enlosado. Ahora han transformado la plaza entera. Del churro colorao hemos pasado directamente al urbanismo duro con bancos de diseño que parecen ataúdes y con una iluminación nocturna que recuerda a la de una nave espacial de película de presupuesto barato, a la de un puesto ambulante de Gofres Belinda o a la de un club nocturno de carretera. Elijan ustedes la comparación más adecuada, pero les aseguro que el juego de lucecitas no les dejará indiferente. El gran pino junto a la parroquia ha desaparecido. Estos tíos que remodelan plazas y calles siempre la toman contra los árboles, los más débiles de todas las reformas urbanísticas, las primeras víctimas de cualquier remodelación. El resultado es un gran espacio abierto sin sombra, marcado por las losas de gres que imitan a la piedra, una gran superficie idónea, por supuesto, para la instalación de decenas y decenas de veladores que conviertan la plaza en un gran comedero, que es de lo que se trata, y que permitan ganar dinero al Ayuntamiento con el correspondiente cobro de licencias. Como no hay obra sin firma, han colocado de forma pretenciosa y casi cómica un gran rótulo con el nombre de la playa con el mismo tipo de letra que el que da la bienvenida a Marbella. Si antes era la plaza roja por la tonalidad del pavimento y los bancos, ahora es el Moscú matalascañero. En la costa de la luz nadie ha pensado en la sombra. La plaza principal es una suerte de gran loft para la fritanga y la peladura de gambas. Linces, los que han diseñado esta plaza dura sí que son unos linces y no los que habitan en el coto. Alguien estudiará en el futuro el fenómeno de una playa que en sus inicios era una cuidada urbanización, de ambiente selecto, con un comercio con estilo que incluía hasta tiendas de antigüedades, y que se ha convertido en el paraíso del frito variado, la chancla y los seres vociferantes. De los restaurantes de mantel gordo a esos negocios de hostelería en los que uno cree que está en los bodegones de la calle del infierno. Sin noria, pero en una suerte de castillo del terror con lucecitas de colores. La nueva plaza de Matalascañas es la que merece la actual urbanización. Un churro de catálogo. Un adefesio de libro. La enésima mamarrachada. Tráete la sal, que he pedido más gambas. Y llena ahí.

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