El laurel de Indias y la cursilería botánica

El laurel de Indias es el árbol de plaza por excelencia, no se le debería faltar el respeto

Los laureles de Indias del Banco de España
Los laureles de Indias del Banco de España / DS

15 de marzo 2022 - 06:00

PODAR con estilo versallesco los laureles de Indias de la Plaza San Francisco es como ponerle un traje oscuro a Huckleberry Finn. Si alguna vocación tiene el ficus microcarpa (tal es su nombre latino) es la de ser un buen salvaje en sus parajes originarios del sur y sureste de Asia, no un niño repipi endomingado. Porque este árbol, pese a que su nombre nos hace pensar en las Indias Occidentales, proviene de las Orientales, como los mantones de Manila o la nuez moscada. Una vez conocí un grupo de tres laureles de Indias cuyas copas formaban una inmensa bola verde bajo la que se reunían, cuando la labor en la platanera llegaba a su fin, los campesinos de la zona, como si fuese uno de esos árboles de junta y concejo de la vieja Castilla. Allí se sesteaba, se jugaba a las cartas, se murmuraba y se dejaban escapar las tardes de agosto sin más angustias que las precisas. A aquella mole vegetal, que bebía de una atarjea que pasaba por sus pies, le llamaban El Mato, palabra que, como tantas otras del archipiélago canario, tenía un evidente origen portugués, como gaveta o fechillo. Es por eso que mantengo una antigua amistad con los microcarpas y me duele verlos pelados como sansones frente al Banco de España, quizás para satisfacer la cursilería botánica de vaya usted a saber qué concejal o técnico municipal con alma de prioste. Y es por eso también por lo que los saludo con respeto cada vez que me topo con uno, al igual que algunos indostánicos se humillan ante los sagrados elefantes. No es una casualidad que la corteza de este árbol tenga la misma rugosidad lunar de los paquidermos.

Pocos árboles como el laurel de Indias sirven para dotar de sombra a una ciudad en la que el calor es el invitado indeseable durante cinco meses. Sólo hay que ir a la Pila del Pato para comprobarlo, sentarse una mañana de verano bajo su inmenso ejemplar y dedicarse a observar el discurrir de la estudiantina del Instituto Velázquez o el trasiego de los hombres en misión de mandado.

Árbol de plaza por excelencia, el laurel de Indias, obeso surtidor de sombras, debería contar con más apoyo y respeto por parte de las autoridades municipales. No sólo respetar sus copas generosas, que nunca se amoldarán al cartesianismo de las podas afrancesadas, sino también ayudarlo en su largo caminar como especie, encargándose de su proliferación por barrios y glorietas. Lo agradecerán los pájaros y ciudadanos.

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