Miryam Rodríguez Izquierdo

Los mapas del tesoro

Al salir de la caverna de lo cotidiano los tópicos sobre Sevilla se desdibujan

18 de julio 2019 - 02:31

Conocer la ciudad en la que se vive, a pesar del tiempo que se lleve en ella y hasta si se nació allí, es una tarea siempre inacabada. Porque todas las ciudades cambian: unas partes envejecen, otras se renuevan y nada permanece del todo igual. Tanto los decorados urbanos como los paisajes humanos se transforman cada día, como en un hechizo del atardecer. Eso hace imposible despertar a la mañana siguiente en el mismo sitio en el que uno se durmió. Las rutinas, no obstante, engañan al habitante. Le hacen creer que lo inmediato es lo real, lo que existe. Y es por los itinerarios que se repiten, casa, compra, trabajo, por los círculos sociales fijos, por los lugares de ocio frecuentados y por las características del barrio de residencia. La percepción del entorno se limita. Lo que se acaba sabiendo sobre la ciudad no son, al fin y al cabo, sino estereotipos aprendidos. Sevilla, por ejemplo, es bella y singular, fría por la humedad en invierno, calurosa en los veranos, perfumada de azahar por primavera, aflamencada en toda época, aliñada de aceitunas, circunvalada por autobuses granate, salpicada por las canoas y piraguas del río y, desde la catedral al parque, ennoblecida con calesas.

Pero igual que en el mito platónico, al salir de la caverna de lo cotidiano los tópicos sobre Sevilla se desdibujan. Porque no son más que reflejos. La ciudad real se extiende por encima de ellos. Esa sensación de reinicio, como al desinstalar un sistema operativo anquilosado, es la que busca y consigue provocar Miradas sobre Sevilla, la propuesta creativa que la Fundación Valentín de Madariaga ha acogido estos últimos meses. Se trata de algo tan sencillo, y tan difícil, como partir de unos pocos elementos, sólo unos pocos de los muchos que componen esta urbe antigua y moderna, y presentarlos con enfoques inusuales. El efecto es la superposición de perspectivas inéditas, que acaban venciendo a las acostumbradas. No muestra el cielo, sino los cielos de Sevilla. No sublima lo romántico, sino que indaga en el tránsito imperfecto del amor y también en su ausencia. Ensalza sin complejos la belleza desatendida de las Tres Mil. Da voz, pluma y pone rostro a un ciudadano que puede ser cualquiera. Diseña un futuro, uno posible, sin perder de vista dónde y quiénes empezaron Sevilla.

Esta muestra colectiva, en la que obras de artistas reconocidos y por descubrir comparten plantel, sugiere y cuenta mucho más de lo que se puede plasmar en estas líneas y sobre todo en palabras. El conjunto lo vertebra una apuesta por la integración, que es a la vez social y estética, y lo moldea una acertada metáfora: la de los mapas. Cada sección es un mapa sensible y hay tesoros. El boceto introductorio de la antesala, firmado por el capitán del proyecto, Paco Pérez Valencia, despliega las líneas clave del itinerario. El resto consiste en seguir el rastro de las emociones, hasta alcanzar el lugar de los tesoros ocultos.

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