¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La revolución del pesebre
DIJO Hollande al Pleno del Parlamento Europeo: "El nacionalismo es la guerra. El debate no está entre si más o menos Europa sino entre la reafirmación de Europa o el fin de Europa. No hay otra solución que una Europa fuerte para garantizar nuestra soberanía". Y añadió Merkel: "No podemos volver a pensar en nacionalismos, todo lo contrario. Necesitamos más Europa, no menos". Ellos lo saben mejor que nadie: en 70 años (1870-1940) sus naciones se enzarzaron en tres guerras, dos de ellas mundiales.
Hay un nacionalismo sensato y cordial que nada tiene que ver con el ideológico que impone el odio hacia otras naciones o culturas. Es el que la RAE define en su primera acepción: apego de los naturales de una nación a ella. Algo natural y compatible con la apertura al otro. Pero en su segunda acepción el nacionalismo muestra su rostro feroz como una ideología que atribuye entidad propia y diferenciada a un territorio y a sus ciudadanos, y en la que se fundan aspiraciones políticas siempre agresivas. No es lo mismo el natural apego a lo próximo que su manipulación ideológica, agresiva y excluyente.
Este apego a lo próximo, que nada tiene que ver con el nacionalismo como ideología, es compatible con la apertura a otras tierras y culturas que amamos como cosa propia por nuestra íntima unión emocional e intelectual con ellas. Se es universal a partir de una raíz particular que, en vez de separar y enfrentar, une en un sentimiento común en el que las diferencias enriquecen en vez de separar. Amo a Dickens y a Conrad como cosa propia y a Inglaterra porque hizo posible sus obras. Y lo mismo podría decir de la América de Gershwin o Ford, la Italia de Fellini o Pavese, la Francia de Pascal, Proust o Camus.
Deformar política e ideológicamente el natural apego a la tierra y la cultura originarias hace imposible esta apertura que logra que nada de lo humano resulte extranjero. Europa no puede volver al nacionalismo político excluyente. Y España de no puede caer en los nacionalismos regionales. En la Transición, como reacción contra el franquismo, hubo una fiebre nacionalista de la que ya deberíamos estar sanados. Hasta a Andalucía le afectó por contagio vasco y catalán. Hace pocos días Felipe González, refiriéndose a la identidad nacional andaluza recogida en el último estatuto, dijo: "Soy un andaluz de pro, la he buscado por muchos sitios, pero no la encontré en ninguna parte". Yo tampoco.
También te puede interesar