puerta de los palos

el Fiscal

El niño de la Esperanza

Llevaba treinta años revistiéndose de la gracia de la túnica macarena cuando la Virgen de la Esperanza fue coronada aquel día en que se quedó fuera de la Catedral por exceso de público

EL antifaz levantado y el capirote hacia atrás, como sólo a los niños les está permitido llevarlo, como magos de la ilusión, como seises de penitencia, tres vueltas al cíngulo marcando el vientre de niño montañesino y toda la gracia que embadurna sobre el pequeño cuerpo una túnica de merino de 1935. Niño de la Esperanza aún sin basílica, de la Anunciación con los costaleros del muelle, los de las caras rotas e intenso olor en aquellos años de San Gil agrietado, de los cirios y las varas en el reposo del café, el trago de coñac o el latigazo de aguardiente en el tabernerío del alba, de los camiones con ladrillos y cemento de beneficiencia para levantar el templo, de la recogida de oro para labrar la corona, de aquel hermano mayor, el general Bohórquez, desayunando en Las Escobas en esa mañana del año en la que el cansancio es alegre y la fatiga es aliada del entusiasmo, que es la mañana del Viernes Santo; de las cañas de manzanilla y la fuente de tapas al pasar la cofradía por el polvero de Gabriel Rojas, de los nazarenos en un hermoso rebujo creando un tramo único a la vuelta por Parras.

Niño de la Esperanza que conoció a Queipo de paisano en la presidencia de la cofradía y que vio llegar los tapices del Ministerio de Turismo de Manuel Fraga para adornar aquel altar inédito y pasado por agua de la Plaza de España de 1964. Hijo de Esperanza, chiquillo del barrio, hijo de la vida cotidiana de la hermandad en tiempos de apreturas, discípulo del San Francisco de Paula, hijo del mercado de la Encarnación, entre aquellos puestos convertidos en altares cotidianos en honor a la Virgen, que los pucheros teresianos de la Esperanza son la fruta, la carne, el pescado y el pan nuestro de cada día, que si Dios está en algún mercado de Sevilla es en el mercado de la Encarnación. Niño encorsetado en las tardes de la Campana con el ayayayayay de las saetas de Manolo Caracol.

Niño que recibió por la vía materna el legado de amor a la Virgen, gracias al cual siempre ha contado con un firme asidero en los vaivenes de la vida, que cuando aprieta el viento hay que tener bien fijados los varales maestros. Niño con un dobladillo en la túnica casi tan largo como la propia túnica, que la esperanza de vida de los nazarenos se mide por esos dobladillos que marcan cuántas Semanas Santas quedan por vivir. Si las manos de los nazarenos revelan la edad, los dobladillos pregonan el jubiloso porvenir.

Niño que aprendió del Padre Cué que la Virgen de la Esperanza es de sus nazarenos hasta la Catedral, pero que el pueblo la hace suya desde que sale por la Puerta de los Palos, niño que conoció el antes y el después de la centuria romana, que es el antes y el después de Ángel Franco como capitán. Niño que se quedó fuera de la Catedral en la coronación al cerrar los canónigos las puertas por exceso de público, que muchos creemos que Bueno Monreal le dijo en la Puerta de la Asunción: "Márchese usted, que es mejor que no vea nada ahora, porque dentro de cincuenta años usted la va a liar de tal forma que lo tomarán por loco" . Y cincuenta años después, el niño de la Esperanza, aquel regordete de la mirada sepia y la faz redonda, no se ha quedado fuera de la Catedral. El niño de la Esperanza sigue en la vida cotidiana de la hermandad, que para eso las cofradías tienen el don de no excluir a los niños ni de apartar a los viejos. La única diferencia, como proclama el mejor pregonero, es que el niño la llama Macarena y el viejo prefiere decirle mi Virgen de la Esperanza, porque va cambiando la forma de llamarla como se va acortando el dobladillo de la vida. Si lo primero que desarrollan los niños es el sentido de la propiedad remarcado por el uso de los posesivos, los niños macarenos se reservan un posesivo muy especial para cuando van cumpliendo años. Y así se aseguran seguir siendo niños.

El niño de la Esperanza de hoy sigue llevando la vara, viejo macareno en horas y también en obras, sede de la sabiduría en el atrio y ejemplo de la fortaleza física que concede la fe. El niño de la Esperanza tiene hoy la misma cara de personaje que en 1935, cuando aún faltaban casi treinta años para aquella coronación y él ya llevaba casi treinta revistiéndose con la gracia de aquella túnica. Al niño de la Esperanza lo han tomado por loco, como intuyó Bueno Monreal. Bendita locura macarena, benditas colas, benditas las oraciones de los mudos y las miradas de los ciegos en el Sagrario, benditas las saetas que eran guirnaldas, bendita la sal que sus costaleros pisaron y bendita las voces que su Salve entonaron, bendita estampa de la Esperanza junto al Dios de los monaguillos que está en la Lonja y benditas las once horas que a la Catedral la llevaron.

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