¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La revolución del pesebre
HAY fechas que marcan a una generación, una época, un tiempo. La anterior a la mía solía recordar el 23 de noviembre de 1963 con aquella pregunta que se hizo célebre: "¿Dónde estabas tú cuando mataron a Kennedy?". Es muy posible que para los nacidos en los finales 50, en los 60, esa pregunta, esa fecha clave, podría ser: "¿Qué hacías tú el 9 de noviembre de 1989, cuando cayó el Muro de Berlín?". Han pasado, Dios de mi vida, veinticinco años, un cuarto de siglo. Recuerdo perfectamente que estaba en mi habitación oyendo música en la rompedora entonces Radio 3, y que mi padre veía la televisión en la sala de estar. Interrumpieron la programación para emitir un comunicado urgente, lleno todavía de dudas: "Parece que se ha abierto el Muro de Berlín, que alemanes de uno y otro lado lo cruzan libremente, que la población alemana lo celebra espontáneamente". Corrí a comentárselo; no dábamos crédito. Horas antes, en una rueda de prensa, el dirigente de la RDA Günter Schabowski, ante la pregunta de un periodista italiano de cuándo sería posible la comunicación libre entre los dos países alemanes que acababa de anunciar, después de rebuscar confuso entre los papeles sin encontrar la respuesta -el vídeo es delirante- contestó: "Ab sofort". De inmediato. El Muro, y poco después todo el bloque soviético, comenzó a ser historia.
Es muy poco probable que en Vigo, en la factoría gallega de la marca Citroën, los trabajadores recuerden esa fecha ya lejana, y menos aún que la relacionen con el devenir actual de su situación. Pero sin duda deberían hacerlo. Recuerdo que tras la caída del Muro comenzaron a oírse esos latiguillos vacuos que tanto seducen a algunos medios de comunicación. Uno de los más repetidos era el llamado "dividendo de la paz". Acabada la Guerra Fría, liberados esos recursos que se comprimían para hacer misiles, el mundo entraría en una fase de crecimiento y prosperidad sin precedentes. ¿Ha sido así? Quizá esa pregunta -los beneficios que la posterior globalización ha traído a la clase trabajadora- habría que hacérsela a los operarios de Vigo. Citroën les ha planteado -en pocas palabras- que o se bajan el sueldo (aún más) o se llevan la producción de una nueva furgoneta -y los puestos de trabajo- al establecimiento de Eslovaquia. En la información ("Citroën obliga a Vigo a competir en salarios con fábricas de bajo coste", El País) se indica que los costes salariales de la fabrica gallega son de 22 euros la hora; en Eslovaquia de diez. La dirección le ha comunicado al comité de empresa que o mejoran "la competitividad productiva" (es el eufemismo) o emigran al Este. La interminable subasta a la baja de los salarios. ¿Quién ganó con la caída del Muro? Los de siempre.
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