¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

La 'nueva España'

31 de octubre 2016 - 01:00

A veces nos asalta un temor: ¿y si nos estamos equivocando en nuestra apreciación del momento político? ¿Y si los partidos constitucionalistas ya son incapaces de impulsar la regeneración y España necesita una catarsis como la que propone Podemos? ¿Y si la Transición no fue más que ese chanchullo oligárquico del que hablan los nuevos profetas? El sábado, tras ver el debate de investidura de Rajoy, se disiparon todas estas dudas. Nada bueno, absolutamente nada, puede salir de esa nueva España a la que Pablo Iglesias se refirió en su discurso con insistencia de anáfora y que tiene por principales aliados a individuos como Gabriel Rufián, de ERC, u Oskar Matute, de la antigua Herri Batasuna, alias Bildu, quien en uno de los momentos más siniestros del debate recibió la ovación de la bancada morada y las palmaditas en la espalda de Pablo Iglesias. Lo dejaremos ahí.

Estelar fue la intervención del ciudadano Rufián. En su gesto desafiante, en su mirada fiera y en su verbo chulapo -más propio de un príncipe Chamberí que de un comerciante catalán- se observaba un rastro de rencor de otro tiempo, algo oscuro, lejano e inconfesable, de profundas raíces freudianas. La actitud de Rufián tenía algo de suicida, pero había truco. El tribuno charnego sabía perfectamente que estaba a salvo en aquella cámara de mullidas alfombras y decadentes señorías con traje y corbata; conocía que la Constitución y las leyes del infame régimen del 78 lo protegen y blindan. Su valor fue más parecido al del borracho blasfemo que insulta a unas monjitas que al del orador revolucionario que se juega la lengua y la bolsa. En este caso, las sores fueron los diputados del PSOE, quienes tuvieron que tomar buena nota de la tabarra que les espera en los próximos meses.

La nueva España que nos promete Iglesias tiene más de palenque para pelea de gallos que de Arcadia, razón de más para que exijamos a los partidos constitucionalistas que se apuren en acometer el saneamiento que tanto sus estructuras internas como las instituciones del Estado requieren. Rajoy puede estar satisfecho de su pírrica victoria, pero se engañará si cree que puede seguir amparando la corrupción y la prepotencia de una clase política herida de muerte. Sólo con una regeneración a fondo nos libraremos de la nueva España en la que nos quieren encerrar los utópatas y sus compañeros de viaje.

stats