
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La hora de Mazón
La palabra clave es Botsuana. Este país africano supuso un punto de inflexión en la reputación del rey emérito Juan Carlos I. Un elefante dañó mucho más su prestigio que sus vicisitudes jurídicas y sentimentales con Corinna Larsen y Bárbara Rey. Ya lo decía Philiw Marlowe en El largo adiós: “Hay rubias y rubias”. Botsuana celebró que un joven de 21 años llamado Letsile Tebogo consiguiera el primer oro olímpico para ese país en los Juegos de París 2024 en la prueba de 200 metros lisos. No es comparable, pero en otro tipo de competición, Botsuana ha quedado mejor situada que España en el Índice de Percepción de la Corrupción, donde ocupamos el puesto 46. Otra forma de ver mermada la reputación, esta vez sin safaris ni elefantes.
Botsuana es un país mucho más joven que el rey Juan Carlos I. Obtuvo su independencia en 1966, dos años antes de que naciera Felipe VI. Es la percha geográfica de una conmemoración. Hoy es un nuevo aniversario del espíritu del 12 de febrero, ese aperturismo de la señorita Pepis proclamado por Carlos Arias Navarro, la apuesta de Franco para sustituir a Carrero Blanco en la Presidencia del Gobierno tras su asesinato por un comando etarra. El espíritu del 12 de febrero duró “lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks”, que cantaba Joaquín Sabina en 19 días y 500 noches.
Sabina cumplía 25 años el mismo día que Arias Navarro proclamaba aquella cuadratura del círculo del espíritu del 12 de febrero. El cantautor vivía exiliado en Inglaterra y se han agotado todas las entradas para su gira de este año. Con el invento de Arias Navarro acabó dos meses después la revolución de los claveles del 25 de abril en Portugal. Aire fresco de las colonias donde nacieron Eusebio o Cesarea Évora. En 1976, el año que Sabina regresa a España, Arias Navarro inicia su particular destierro. El rey Juan Carlos I lo apartó de la presidencia y se preparó una terna para sustituirlo. El cura Lezama en sus Memorias daba por hecho que el sustituto sería José María de Areilza, ex alcalde de Bilbao y ministro de Asuntos Exteriores. Pero la jugada maestra del Rey fue nombrar a Adolfo Suárez. Un hombre del Régimen que lo dinamitó desde dentro. Un monarca nombrado por Franco su heredero a título de Rey en 1969 y un antiguo gobernador falangista pensaron que el vino nuevo no se podía servir en odres viejos. Hicieron a su manera su particular revolución de los claveles para completar la pirueta peninsular. En la conmemoración de los cincuenta años de la muerte de Franco, uno de los actos de esta monserga debería ser el merecido tributo a los dos primeros antifranquistas, el rey Juan Carlos I y el político de Cebreros que el Sábado Santo de 1977 decidió legalizar el Partido Comunista de España para convertir a Santiago Carrillo en el primer defensor de la Monarquía parlamentaria. La historia de España es siempre la de sus conversos.
Ésta fue la función clorofílica de la Transición. Con letra de Sabina. “Vivo en el número siete, calle Melancolía,/ quiero mudarme hace años al barrio de la alegría,/ pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía,/ en la escalera me siento a silbar mi melodía”.
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