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El pazo de las Meigas

Imagino en esos salones, vedados hasta ahora, las cartas que Pardo Bazán envió a su amante Pérez Galdós

No puedo evitar la emoción. Cada cual tiene su devocionario sentimental y en mi caso Emilia Pardo Bazán ocupa un lugar fundamental en mi vida de adulta y en la infancia. La primera vez que oí su nombre no fue en el colegio, aunque había una buena aunque pacata enseñanza de literatura, sino a mi abuela. Cuando me veía leer con ahínco (o frenesí) y garabatear algunos cuentos me llamaba "mi Pardo Bazán". De manera que si otros tienen el canon de Bloom, yo tengo el de la abuelita Mimi que, sin ella saberlo, me llevó por los procelosos caminos del Pazo de Ulloa.

Así que, sin resentimientos ni vendettas, soy de las que han asistido alborozadas al fin de una infamia: la ocupación grosera del patrimonio de todos por parte de un dictador y su avariciosa familia. Pero, positiva como ando -que de víctimas impostadas vamos sobrados- vivo la recuperación del Pazo de Meirás como una maravillosa oportunidad: la de conocer en su lugar de retiro y sosiego a una de las mejores plumas de nuestra literatura contemporánea. Debería añadir que sobre todo el Pazo fue refugio de su marido, José Quiroga, ese señor discreto que la vio hacer, ir y venir sin (que se sepa) una voz más alta que otra y del que ella enviudó y heredó tan dignamente. Si eso no es amor se parece mucho a apreciar a alguien lo bastante.

Imagino en esos salones, vedados hasta ahora a los ciudadanos, las cartas que la escritora envió a su amante Pérez Galdós, recogidas en un libro estupendo y también las que don Benito le mandó a ella y que, según la leyenda antifranquista, habría destruido Carmen Polo, señora de Franco, por atrevidas, desvergonzadas y picantes. Parece que ahora por fin se tienen medio localizadas.

Y pensando en lo grandísimo que es el Pazo, ¿no sería una hermosa ocasión para saber más no sólo de doña Emilia, sino de la escuela que junto o tras ella afloró? Reconozco que también es tentador proponerle a la RAE que la convierta en una de sus sedes, dedicada por ejemplo a la invisibilidad (es una idea), ya que la escritora, cabezona, porfió por entrar en tan alta casa y fue rechazada hasta tres veces. Ahora sería un bonito gesto de contrición con carácter retroactivo. Pero volviendo al ejemplo que fue, y es, Pardo Bazán para muchas escritoras, ¿por qué no aprovechar tantos salones y amplias estancias y reconvertir la casa en un centro de discípulas? Solamente con algunas periodistas y escritoras y sus azarosas vidas tendríamos contenido museístico: Carmen de Burgos (Colombine), María Lejárraga, Luisa Carnés, Concha Méndez, Magda Donato, María Teresa León, Elena Fortún, Rosa Chacel o Elisabeth Mulder. Algunas han tenido su minuto de gloria pero muchas siguen siendo grandes desconocidas. Por fin, el Pazo de las Meigas.

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