FERIA Toros en Sevilla hoy | Manuel Jesús 'El Cid', Daniel Luque y Emilio de Justo en la Maestranza

Antonio brea

Historiador

¡Esos pelos!

Hay escuelas que ganarían en actualidad si se mostraran tolerantes ante estas niñerías

Entre mis vecinos ya no queda ningún niño desde que el benjamín de la casa se adentró en la adolescencia. Lo que percibo como otro más de los innumerables síntomas del invierno demográfico que nos está cayendo en lo alto y cuyas consecuencias más duras probablemente las vayamos a padecer mucho antes que las del cambio climático.

Al mozo, estudiante de la ESO en un exclusivo colegio de la provincia, me lo encontré recientemente, acompañado de su madre y camino de la peluquería a la que ambos somos asiduos. Me explicó con detalle su apurada progenitora que la prisa en la visita al barbero se debía a que a su hijo no le permitían la entrada en clase con el flamante corte de pelo que lucía ante mis ojos y que urgía adecentar.

Sin ánimo de poner en cuestión a ese centro docente y su proyecto pedagógico, opino que en el asunto del que nos estamos ocupando parece tener el reloj parado hace cuarenta años o incluso algo más atrás. Concretamente en la década en la que nací, cuando no eran pocos los columnistas que afilaban la pluma para ridiculizar, con los más crueles improperios, a los atrevidos jóvenes que osaban imitar la moda beat.

En realidad, el peinado del chaval del piso de abajo nada tiene en común con el de los emergentes Lennon y McCartney y sí con el que gasta a veces el castizo y menos talentoso David Bisbal, con su contraste entre ensortijados rizos y perfiles rasurados. Un estilo que podría ser deplorable en el presidente de un consejo de administración, pero que no resulta escandaloso en un chico que aún ve lejano en el tiempo el cumplimiento de la mayoría de edad.

Por lo que me atrevo a afirmar que, por más exquisito que sea el gusto de sus dueños y directivos, no deberían imponer las empresas privadas de enseñanza obligaciones estéticas capilares a su alumnado, más allá de unos mínimos razonables de higiene y decoro, en el marco de las más elementales reglas de urbanidad.

Diferente valoración me merece el uniforme escolar propio de este tipo de instituciones educativas. Es aquél una útil herramienta de ahorro para las familias, que se ven además liberadas de planificar diariamente el atuendo de los más pequeños. Y cumple también otras dos significativas funciones: la de eliminar visualmente toda diferencia social entre quienes lo portan y la de reforzar su sensación de pertenencia a un determinado colectivo. No en vano, fueron estas las principales razones de la fascinación que por la uniformidad sintieron grandes movimientos de masas del pasado reciente.

Criterios de vestuario al margen, hay escuelas que ganarían en actualidad si se mostraran más tolerantes ante estas niñerías. Quienes convierten en problema que la cabeza de un alumno se asemeje remotamente a la de un cantante o un futbolista, harían bien en centrar todos sus esfuerzos en esas otras parcelas que les sirven de divisa, tales como la de conjugar la formación intelectual de sus pupilos con la transmisión de valores que favorezcan su conversión en adultos equilibrados y responsables.

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