Manuel Gregorio González

La perplejidad y Pablo

Confabulario

07 de septiembre 2016 - 01:00

EL señor Iglesias ha declarado en Twitter que "no entiende nada", tras conocer la intención de Pedro Sánchez de reunirse con todos los partidos del hemiciclo. "¿Ese es el camino del cambio?", se ha preguntado don Pablo, pensando quizá en ablandar el alma tornadiza e intrépida del dirigente socialista. No sabemos cuánto hay de fingida inocencia en las declaraciones del señor Iglesias; y tampoco es posible discernir si se trata de un problema de comprensión, como el que aquejó al diputado Domènech, cuando atribuyó a Manuel Azaña cierto espíritu centrífugo y cantonalista en la pasada investidura. Lo que sí puede colegirse, sin temor a equivocarnos demasiado, es que el señor Sánchez está jugando la única baza de que dispone: la baza del no, el naipe del puritanismo, un último barajar de diputados, cuyo fin es la jibarización del propio señor Iglesias.

De ahí que uno se pregunte por el improbable candor del dirigente podemita. Si su partido nació con la intención expresa de orillar y devorar al PSOE e IU; si el éxito de su formación ha sido éste de reivindicar la primacía de la izquierda; no cabe extrañarse ahora de que el señor Sánchez quiera ofrecerse como adalid penúltimo y freno inamovible a la conjura liberal-cambista. Otra cosa es que, en este batallar incesante contra el capital, el primer enemigo que se le cruce al PSOE no sean los melancólicos gigantes del PP, muy ocupados con el asunto Soria, sino los molinos, mucho más laboriosos y tenaces, del señor Iglesias. Cuando esta lucha se dirima (si se dirime), el señor Sánchez estará en disposición de ofrecerle un acuerdo al señor Rajoy, caso de que ambos continúen en sus escaños. Pero antes, debe darse la batalla por la izquierda. Y es esa batalla, precisamente, y no tanto la astucia del señor Rajoy, nuevo Breogán envuelto en brumas, la que quizá dirija nuestros pasos hacia las elecciones de diciembre.

Como es lógico, al señor Iglesias no le queda otra que fingirse perplejo y dolorido por la incomprensión de Sánchez. De igual forma, Pedro Sánchez se preguntaba el lunes, con maliciosa retórica, por qué Iglesias no facilitaba un pacto con el PSOE y C's que permitiera un gobierno de progreso. En este velar de armas, sin embargo, hay algo que escapa, necesariamente, a los contendientes. Y ese algo es la posible irrelevancia de sus esfuerzos. Las victorias de Pirro, con ser incontestables, no fueron tan victoriosas ni tan útiles como él pensaba.

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