María José Guzmán

El poder de la ilusión

Puntadas con hilo

Por unas horas, cada 5 de enero, los sevillanos obran el milagro y crean una ciudad perfecta

07 de enero 2020 - 08:22

Pocas ciudades viven con la misma entrega que Sevilla la Cabalgata de los Reyes Magos, una fiesta que está declarada con acierto como mayor por el Ayuntamiento de Sevilla desde 2004 y para la que el Ateneo, que es la institución que se encarga de organizarla, solicitó el título de Bien de Interés Cultural (BIC), en la categoría de Patrimonio Etnológico, que, sin duda, lo es. Lo hizo coincidiendo con el centenario de este evento, una de las muchas razones para considerar así a este cortejo que no ha faltado a su cita ni un solo año y ya se han cumplido 103.

La Cabalgata del Ateneo es todo un ejemplo de organización, un reto que se supera con creces y que cada año no sólo pone a prueba a la ciudad, sino que sirve para entrenarla para nuevos desafíos. Un evento que muestra siempre la mejor cara de Sevilla, sin dobleces, sin retranca, sin hipocresía. Las sonrisas y los aplausos se contagian porque son inocentes y sinceros. Se canta y se baila, sin importar la edad ni el qué dirá el que tiene al lado. Se ovaciona a rabiar tanto a los Bomberos como a la Policía y se tararea una rumba con la misma intensidad que una marcha cofrade o el himno nacional, sin pensar que detrás de ese pronunciamiento público pueda haber una lectura política o religiosa. Y si aparece la envidia, es de la sana. "¿Te has fijado en ese balcón? Qué barbaridad, el año que viene nos sumanos a la fiesta".

Por unas horas todo se vuelve sencillo, como la vida de los niños. Muchos recuerdan con nostalgia su infancia y todos los tópicos de ilusión, fantasía... dejan de serlo y cobran su genuina dimensión. ¿Cuánto dura esa magia? Quizás sólo 45 minutos, el tiempo de paso del cortejo real. Luego se desvanece y la realidad pierde colores y brillo. Pero por unas horas los sevillanos son capaces de obrar el milagro y no sólo sentir que Sevilla es la mejor ciudad del mundo, sino creérselo y transmitirlo. Y todos unidos logran un momento realmente perfecto.

¿Y si esos poderes se utilizaran en otros momentos del año? Sevilla sería otra. La ciudad es fruto de la administración de sus responsables políticos, es cierto, pero también de la gestión que de ella hacen los propios ciudadanos. Una urbe no avanza si quienes forman parte de ella se niegan a mover un dedo. Difícilmente será una capital moderna y competitiva si quienes la habitan se enrocan en las más rancias tradiciones y cierran la puerta a todo lo que viene de más allá de intramuros.

Si un día los sevillanos que salieron este domingo a la calle para ver la Cabalgata emplearan el mismo ímpetu en disfrutar de Sevilla y en sacar la mejor de sus caras, el triunfo estaría asegurado. Bastaría con reconocer los puntos fuertes de la ciudad, dejar de demonizar industrias como el turismo para explotarlas lo mejor posible, premiar a quienes, sin ruido, son referentes de Sevilla más allá de las artes más populares y alegrarse simplemente cuando fuera comentan que la capital está de moda. Pero para ello hace falta tener ilusión y hay quienes se empeñan en perderla, ofuscados con la vida misma.

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