¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
El fin del bipartidismo
El discurso oficial es monocorde y aquejado de ese triunfalismo que acompaña a la percepción distorsionada de la realidad: cuestión de confianza superada, podemos seguir. No hombre, no. Si se hubiera planteado una cuestión de confianza, Pedro Sánchez la habría perdido sin remedio. Con los votos en contra de Podemos habría sido suficiente.
El Gobierno sale reforzado, ha sido un punto de inflexión, susurraba un ministro acerca de un pleno del Congreso en el que no se votaba. Más bien un punto y seguido en la fragilidad del Gobierno y su dependencia. Una prórroga a la que los socios y aliados de lo que un día –un solo día– fue una mayoría para la investidura seguirán prestando esa respiración asistida que le permite resistir, pero no le da ni para gobernar con presupuestos generales.
La portavoz del PNV avisó a Sánchez de que la confianza del nacionalismo vasco está en la UCI por culpa de la corrupción que acorrala al presidente; Yolanda Díaz repitió letanía e inconsecuencia: duras palabras, máxima exigencia frente a los corruptos... y ningún peligro para la coalición ni intención de abandonar los ministerios; el histriónico portavoz de ERC, Gabriel Rufián, alcanzó el patetismo: si son tres golfos cobrando cuatro mordidas, vale, pero ojo si la cosa va a más y escala a niveles más altos o desvela financiación ilegal del PSOE. ¿Más altos que los dos últimos secretarios de Organización del PSOE y uno de los principales asesores de Moncloa? Son ganas de no hacer nada. La verdad es que le dan oxígeno al moribundo simulando que lo zarandean y atosigan.
Pero cobrando, porque también dependen de él casi tanto como él de ellos. Pedro Sánchez ha tomado nota e impulsado inmediatamente los pagos por el favor en el sustitutivo de la confianza. Van desde las transferencias al País Vasco de las pensiones no contributivas y el salvamento marítimo a una nueva intentona para que catalán, vasco y gallego sean reconocidos como lenguas oficiales en la Unión Europea (financiando el Estado español el coste no escaso que eso lleve aparejado), pasando por el sistema de financiación singular para Cataluña, que implicará algo muy parecido al concierto vasco: la Generalitat cobrará todos los impuestos y abonará al Estado el importe de sus servicios en Cataluña y una cuota en concepto de solidaridad con los territorios pobres y discriminados. Pero sin agravio, dice Montero. Estupendo.
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