Por montera

Mariló Montero

Las ruinas de un camping

18 de abril 2009 - 01:00

ME lo imagino ante el espejo, donde recién duchado se peina su cabello injertado. Mide con cuidado el juego de la muñeca derecha con la que dirige el peine de oro con finas púas para que las hebras cubran los vacíos de su cabeza. Orgulloso, luce ante el espejo el escaso pelo que le queda en el pecho palomo de un hombre de talla contenida. Es tan presumido que aún, a su edad, ve un acto de seducción dejar que se deslice por sus piernas la toalla blanca que lleva anudada en la cintura. Bajo sus pies descalzos, sobre el suelo de mármol travertino, la ciudad del país que preside ha visto romperse las valiosas ruinas de las que vive. Él es Berlusconi y bajo sus pies desnudos se ha producido el mayor terremoto de las tres últimas décadas. El primer ministro se dirige hacia el vestidor iluminado. Meticuloso, elige la ropa adecuada para realizar su visita a la zona devastada por los terremotos, donde han muerto doscientas noventa y cuatro personas, ha dejado más de un millar de heridos y cerca de cincuenta mil damnificados. Escoge un suéter negro, a la caja, para disimular las arrugas del cuello, y una americana a juego. Pantalones, un buen cinturón conjuntado con los zapatos y el reloj de tres millones de pesetas puesto en hora.

El brillante coche oficial le lleva hacia la región de Abruzos, en el centro de Italia, (según la bota de Italia, en su talón de Aquiles) rodeada de muros medievales y cuyas provincias viven del turismo. El fuerte español del siglo XVI (España será la encargada de recuperar su esplendor), la basílica románica de Santa María de Collemaggio, la basílica de S. Bernardino y la Fontana medieval de 99 chorros, que aún no se sabe de dónde llega su agua. Todo es ahora una montaña de escombros. Berlusconi se pasea por las nuevas ruinas de las ruinas romanas (Amiternum), los antiguos monasterios y castillos. Miles de personas se han quedado sin hogar, sin hijos, sin familia, sin nada. Miles de personas que han sido agrupadas en campamentos para damnificados desde donde Silvio Berlusconi les aseguró a todos que no les faltaría de nada, que tienen médicos, medicinas, comida, agua y que "deberían ver la situación como un fin de semana de campamento". Ha pasado una semana del terremoto y hoy es el día en el que ese campamento de fin de semana será el precario hogar en el que deberán resistir hasta, por lo menos, el invierno que viene, según dijo ayer el presidente de la región, Gianni Chiodi.

A pesar de todo Silvio regresó a su coche oficial, que le dejó en su casa, y en su cuarto de baño se volvió a mirar al espejo que le contó los vacíos que tiene en su cabeza y debajo de lo que tapa su pecho palomo. Que cree que sus ruinas son de oro, como al que él le sobra, y no de la humanidad de la que él adolece.

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