
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¿El papa León XIV en Sevilla?
Se hacen apuestas sobre cuánto aguantará Sánchez en la Presidencia. Se hacen apuestas en las alturas políticas, también entre socialistas de largo recorrido y socialistas sanchistas, en la oposición, en el mundo empresarial y en la calle. Apuestan incluso quienes desean que permanezca, pero se suman al reto de ver quién ha demostrado más tino en la interpretación de la estrategia del presidente. Desde el PP transmiten unos días que están preparados por si Sánchez convoca elecciones antes del verano, y preparados también para el caso de que culmine la legislatura en el 27. De momento, han convocado el congreso del partido y hacer los cambios necesarios. Que falta hace.
Lo único seguro es que Sánchez no tiene la menor intención de dimitir. Aguantará lo que haga falta, resistirá. Es ya una cuestión de orgullo, de defender su persona y su proyecto político. Se entiende: es difícil convocar elecciones cuando apenas existe posibilidad de ganar, y cuando la mayoría de los socios que le han permitido gobernar sin ganar las anteriores elecciones ahora no te tienen tanto aprecio, y algunos de ellos se encuentran en caída libre precisamente por su apoyo al sanchismo. Así que, si las cosas no le vienen mal dadas en los próximos meses, hay Sánchez para rato. A no ser que se produzcan noticias imposibles de superar porque le afectan personalmente, o a alguien de su círculo más íntimo, el familiar.
Aunque presume de aguantar lo que sea –tituló Manual de Resistencia su último libro– ha tenido momentos de tirar la toalla. Cuando fue expulsado del partido en 2016 entró en una situación anímica parecida a la depresión. Se fue a EEUU, pero regresó sin tener claro qué hacer. Le salvaron del desánimo un equipo de incondicionales, mínimo: José Luis Ábalos, Margarita Robles, Susana Sumelzo, Francisco Toscano, Alfonso Rodríguez de Celis, Adriana Lastra y poco más. Con ese puñado de incondicionales y casi todo en contra –en cuanto ganó las primarias se le añadieron algunos de sus más firmes detractores– llegó a La Moncloa.
Hay quien dice que en los famosos cinco días de reflexión pensó seriamente en la dimisión, pero da la impresión de que acertaron quienes dijeron que era puro teatro. ¿Qué puede pasar si siguen apareciendo informaciones tan demoledoras como las que se conocen estos días? No se sabe, por eso se cruzan las apuestas. Pero hay un hecho que evidencia su estado de ánimo: está insoportable, cuentan quienes trabajan con él. De un hombre iracundo se puede esperar todo: que pegue un grito y anuncie que se marcha; o que su propia ira lo lleve a apretar los dientes y no dar a sus adversarios la satisfacción de dimitir. Así que toca esperar.
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