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Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Los sevillanos y las 'nuevas masculinidades'

Aquí no hacen falta llorerías. Tenemos todos aprobado primero de Nuevas Masculinidades

Cuando escucho a los profetas de las nuevas masculinidades -el plural es moda obligada- tengo la sensación de que sus antepasados fueron unos garrulos mesetarios o unos cromañones incapaces de cualquier sensibilidad estética o expresión emotiva. Uno está acostumbrado a tratar con hombres mayores más o menos bien vestidos y leídos, que no necesitan renunciar a su tradicional condición viril y falócrata para apreciar la musicalidad de unos versos modernistas o deleitarse con el fragor de una rosa sunsprite; hombres que hicieron la guerra a caballo pero se perfumaban todas las mañanas con agua de violetas y ponían sumo cuidado en la elección de la toilette del día. Será por la cosa oriental de los hijos Tartessos, pero de sentimientos y azúcares estamos aquí sobrados. El heteropatriarca bajoandaluz es una mezcla de fenicio y romano, con alma campamental pero gusto por la filigrana. Ya lo dice Machado en su epitafio por el buen don Guido, arquetipo del señor sevillano: "Yo pregunto: ¿Qué llevaste/ al mundo donde hoy estás? ¿Tu amor a los alamares/ y a las sedas y a los oros,/ y a la sangre de los toros/ y al humo de los altares?".

Pero la extrema sensibilidad del macho hispalense no es exclusiva del oligarca atildado. También se manifiesta en las formas más rudas de nuestro folclor. Quien lo dude sólo tiene que pasarse un día de lluvia de Semana Santa por los templos de la ciudad. Allí verá a hombres cuadrados como centuriones de Astérix llorar cual plañideras de la antigüedad: son los costaleros que no pueden sacar a sus imágenes a la calle. A veces no hace falta ni eso para que el jipío macho brote de los torsos velludos; basta con una marcha bien tocada y aplaudida por el populacho, siempre hambriento de emociones desatadas, leviatán de la huachafería, como diría un caballerete de Miraflores salido de la pluma de Mario Vargas Llosa. Si aún no está convencido de mi tesis, el antropólogo diletante siempre podrá pegar la oreja en cualquier barra de esos bares de la ciudad que se adornan de cristos sangrantes y vírgenes floridas. Allí escuchará cómo hombres con patillas de hacha y despechugados como legionarios hablan sin ningún complejo de nardos, lirios, sedas, gemas, esmeraldas, tonos asalmonados, encajes, bordados... ¿Imaginan a un pelotari guipuzcoano elogiar la fina factura holandesa de un pañuelo o el brillo divino de un tisú? Aquí, en Sevilla, hace mucho tiempo que el varón aceptó su lado femenino sin que eso signifique renunciar a su condición de hombre en el sentido más tradicional y sexual del término. No hacen falta llorerías ni demasiadas catequesis municipales. Con una Divina Pastora en la calle nos sobra. Tenemos todos aprobado primero de Nuevas Masculinidades. Y, algunos, más.

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