¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Mucho ‘sport’ y pocos ‘sportmen’

Una de las cosas que caracterizaban al ‘sportman’ era su actitud ante la victoria, más que ante la derrota

LEJOS de mí la funesta manía de embestir a los aficionados al fútbol. Soy consciente de que, entre las barras bravas de todo el mundo, existen personas más maduras, cultas, inteligentes, sensibles y maravillosas que yo. También de que no se puede amar lo que se desconoce, y fui educado en el más frío escepticismo ante los asuntos balompédicos, lo que no evitó que en mi infancia fuese abonado el Sevilla F. C. y que no pase un solo domingo de liga sin que, antes de acostarme, pregunte por el resultado del equipo, aunque desconozca el nombre del noventa por ciento de la plantilla. Asimismo, creo que el sport es una de las grandes aportaciones al mundo del Reino, a la altura de Shakespeare o el antiesclavismo. Y más que el sport, el sportman, que era una especie de hidalgo vestido de tweed, un personaje en el que se unían la altura moral, la elegancia indumentaria y el sentido lúdico de la existencia. Uno de los grandes problemas de nuestra sociedad actual es la omnipresencia del sport y la práctica desaparición del sportman. Por ejemplo, un auténtico sportman nunca se hubiese negado a cogerle el teléfono al Rey de España cuando este llama para felicitar a su equipo por haber ganado un campeonato. Ni, por supuesto, le hubiese llamado mono a un contrincante. Una de las cosas que caracterizaba a los sportmen era su actitud ante la victoria, más que ante la derrota. Ni que decir tiene que era templada y levemente irónica, siempre desapegada y marcoaureliana. Desde luego no se le ocurría maquillarse como un indio arapahoe para idolatrar a un becerro de oro a voces por toda la ciudad. Como mucho, elevaba la calidad del whisky y se pedía un etiqueta negra, por supuesto invitando al derrotado o al eterno rival. Las buenas costumbres del deporte debían mucho a los códigos de honor de la antigua milicia. El general Antonio Gutiérrez de Otero, tras derrotar a Nelson en su intento de conquistar la isla de Tenerife, se encargó personalmente de que le curasen al almirante inglés sus heridas los mejores médicos (allí perdió un brazo) y le regaló algunos de sus mejores barriles del exquisito vino canario de malvasía. Después lo despachó caballerosamente rumbo a Albión. Años después, Domingo Pérez Minik dijo que el mayor error de los canarios fue no dejar entrar a Nelson y dejar salir a Franco.

El sportman sabía también el valor exacto de las palabras. Se contenía en el uso de los adjetivos desmesurados y los reservaba solo para Cristo nuestro Señor. Incluso los más paganos sabían que los dioses nunca van en calzonas, sino desnudos.

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