09 de mayo 2025 - 03:09

Por si no lo leyeron, advertí hace un par de artículos que les iba a dar la turra por entregas con mi reciente viaje de trabajo a Tokio, donde he sido testigo de grandes avances y prodigios que no tengo más remedio (es información de servicio público) que compartir. El más urgente, y diría también que importante, es el del váter nipón, esa suerte de retretes inteligentes instalados no solo en baños particulares, también en aseos públicos, que marcan una brecha insalvable con las inclementes letrinas sevillanas. La tecnología punta ha llegado hasta el mismísimo. Los váteres nipones, marca Toto –que me permito hacer nombre común lo mismo que el táper, los pósit, el rímel y los danones–, es decir, los totos japoneses son lo más. Me permito presentárselos, compartirles mis vivencias y suplicar su instalación en estaciones, centros cívicos, hospitales, oficinas, bares, restaurantes y comercios sevillanos, además de, por supuesto, en las casetas de la Feria.

El encuentro con mi primer toto nipón fue traumático. A las dos de la madrugada bajé a la recepción de mi hotel con lo que yo pensaba que era la cadena del váter en la mano. Había arrancado de un tirón seco una tímida cadenita que pendía del techo, pensando que servía para vaciar la cisterna. El recepcionista se quedó de un aire. Resulta que estos inodoros pueden programarse para que descarguen solos, incluso para que abran la tapa, a modo de genuflexión inversa, nada más verte. Al posar las posaderas, un chorrillo de agua inspira la micción. Que el asiento esté caliente (algo que supongo que les gusta) a servidora le genera un rechazo instantáneo. El váter dispone de una luz interior que le confiere un rollo lisérgico o de escatológico cofre del tesoro, y un cuadro de mandos que ni el de un avión. Por los dibujos identifico los botones que sirven para modular la temperatura y grosor de los chorros con los que usted podrá asearse y solazarse salvada la necesidad. Confieso que no los usé, mi temeridad no llega a tanto (agua y lucecitas: electrocución asegurada). Recurrí al papel higiénico, de gramaje tan fino que acaricia el Sol Naciente y sus aledaños de un modo diría que inquietante. Si le das al botón Privacy suena una melodía compuesta para solapar la sinfonía natural del cuerpo. A continuación, hay que darle al botón Deodorizer, que expide una fresca fragancia. Y por fin, el botón de la varita mágica lo deja todo como una patena. Lo que no me he atrevido a tocar es la tecla Tornado Flush, por miedo a otro tsunami. Por ponerles alguna pega, echo en falta un manillar y que la taza se tumbe en las curvas. Y un curso acelerado de formación. Los aseos de Sevilla piden a gritos los famosos totos del Japón (aunque cuántas nos conformaríamos con que en ciertos bares al menos hubiera un pinche aseo de señoras).

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