En una tertulia de amigos que frecuento se califica de “buena gente” a todo aquel que va por la vida con más deslices que aciertos. Con esta premisa permítanme calificar al Gobierno actual, el de todos, el de la pandemia como algunos gustan, y a su santa oposición de “buena gente”.

En estos días de zozobra común, a los que disfrutamos de él en el Aula Magna de la Universidad, se nos viene a la memoria el ilustre profesor Ignacio Mª de Lojendio e Irure, con sus clases de Derecho Constitucional e Instituciones Políticas. No había día que no concluyera sus discursos, a modo de soflama, diciendo: “Es necesario, por la propia fuerza del poder, que el poder detenga al poder”, con aplausos garantizados de toda el aula. Y nos añadía en conversación posterior que esto no era nada si no era acompañado de autocrítica, crítica constructiva y no destructiva, como en estos días es la moda.

Gracias, profesor, porque eran los años 70 y nos enseñó, junto a otros, que aunque de ideologías dispares siempre mantuviéramos al máximo el respeto, que tanto falta hoy, por la res pública. 

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