Luz Rodríguez Cuvillo

La ilusión de las redes sociales

Es fácil comprender los atractivos de la Red para quienes viven en la agonía de una soledad crónica, por su garantía de relación, sus hermosas y resbaladizas promesas de anonimato y control. La Red nos permite buscar compañía sin correr el riesgo de mostrarnos ni exponernos, sin que otros descubran todo lo que nos falta, sin que nos vean en un estadio de necesidad o carencia. Podemos asomarnos o escondernos; podemos merodear y revelarnos, presentarnos en público mejorados. Internet da seguridad en muchos aspectos, porque gusta el contacto que ofrece: una modesta acumulación de comentarios positivos, todos esos favoritos de Twitter y los "me gusta" de Facebook, toda esa estrategia diseñada y codificada para captar la atención e inflar el ego de todos esos millones de usuarios/clientes. De esa forma, toda esa inmensa comunidad va dejando rastro electrónico de sus intereses, desde preferencias en el consumo hasta lealtades políticas, para que las grandes corporaciones las conviertan en moneda de cambio. Ocurre que, lejos de mosquear al personal, éste llega a creer que todo eso obra en su favor, de manera muy especial en Twitter, con ese gancho que esta red social tiene para facilitar la conversación entre desconocidos a partir de intereses y adhesiones compartidas y hacer sentir que se forma parte de una comunidad que disfruta de un espacio ilusoriamente propio y hasta feliz para quienes creen que con los 280 caracteres de sus tuits ya han dejado de estar aislados del todo.

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