Brasil, de la polarización a la fragmentación

Editorial

La enseñanza que deja Brasil es que no se puede concebir en democracia al contrincante como enemigo, como líder de un bando al que hay que abatir

01 de noviembre 2022 - 01:45

Brasil es un ejemplo de la deriva que pueden tomar las democracias cuando los contendientes dejan de reconocer al otro como contrincante y lo declaran enemigo. El ex presidente Lula da Silva ha ganado las elecciones presidenciales por la mínima, un resultado del todo legítimo, pero que da cuenta de la polarización que vive el país. También está fragmentado. La campaña electoral que ha vivido esta última semana ha sido la más sucia de su historia, ambos candidatos -Lula da Silva y Jair Bolsonaro- se han intercambiado insultos y graves acusaciones, la tensión saltó a las calles entre partidarios de uno y de otro y aún está por ver qué reacción tendrá el presidente saliente. Jair Bolsonaro ha sido un dirigente de una derecha populista, disruptora, que ha buscado la aniquilación política de sus contrincantes y que lleva en su mochila una pésima gestión ante la pandemia de Covid. Aunque haya perdido por la mínima, y cuente con el respaldo de la mitad del pueblo brasileño, no es lo habitual que los presidentes pierdan su segundo mandato. Es un caso parecido al de Donald Trump, se encargan de dividir tanto a la sociedad que en su reelección no prima un balance de gestión, sino cuál es el equilibrio de fuerzas entre dos bandos enfrentados. Lula da Silva no es, precisamente, una tercera vía, proviene de un partido izquierdista de la vieja escuela muy salpicado por casos de corrupción. La enseñanza que deja Brasil es que las democracias no se deben concebir como una competición entre enemigos; cada partido, cada candidato tiene que haber interiorizado que el contrincante, aunque sea minoritario, está amparado por la legitimidad de los votos, que las leyes se respetan aunque no se esté de acuerdo con ellas y que hay unos usos democráticos que van más allá del cumplimiento estricto de la legislación. Si los dirigentes no contemplan a sus países como el conjunto de todos ciudadanos, las democracias comenzarán a fallar.

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