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España padece una segunda ola de contagios de Covid; en realidad, la curva no ha dejado de crecer desde el final del estado de alarma. Ante ello, el Gobierno de Pedro Sánchez ha adoptado dos decisiones. Una, que es loable, es la de ofrecer 2.000 militares para realizar labores de rastreo de contagios, lo que vendrá bien a algunas comunidades que no han sabido dotarse de un instrumento de control que está prescrito desde el mes de junio. El segundo ofrecimiento se enmarca más en el terreno de la rivalidad política que en el de la lucha efectiva contra la pandemia. Después de que las comunidades del PP -unas más que otras- criticasen las declaraciones del estado de alarma y el partido de Pablo Casado abogase por buscar otros instrumentos, el Gobierno central responde y descarga sobre las autonomías esa responsabilidad. Sánchez parece sentarse a esperar a que sean los gobiernos autonómicos los que se retraten, los que digan cómo quieren organizarse en sus territorios contra la crisis y los que soliciten la declaración del estado de alarma. La medida va especialmente dirigida contra Madrid, uno de los gobiernos más críticos y, a la vez, más ineficientes, el de una comunidad que, una vez más, parece fuera de control. Ante esto, hay que recordar que España no es un conjunto de departamentos estancos frente al Covid, que lo que está sucediendo en Madrid terminará por afectar a todos, por lo que no parece adecuado que el Gobierno central se siente a esperar a que la presidenta Díaz Ayuso sea la que mueva ficha. Esto es un error que pagará toda España. Ahora bien, la España de las autonomías también se sustenta sobre la responsabilidad de los gobiernos territoriales, que son de los que dependen la sanidad y la educación. Llevamos viendo durante todo el verano cómo estos ejecutivos territoriales tratan de escamotear parte de su responsabilidad, dejando en manos del Gobierno central unas decisiones que, en realidad, son propias de las autonomías. No está mal, tampoco, que algunos territorios se declaren en estado de alarma y otros no, pero mucho nos tememos que la asimetría territorial de esta pandemia no es más que una ilusión óptica. Porque aquí estancos no hay.
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