Tribuna

Catedrático de Antropología

Cronopios hablando con las paredes

Una nueva frontera se ha alzado ante nosotros, ya que ahora todos somos topos, y ello nos obliga a reflexionar lo humano dando vueltas alrededor de nuestro cuarto

Cronopios hablando con las paredes Cronopios hablando con las paredes

Cronopios hablando con las paredes / rosell

El decir popular atribuye a "hablar con las paredes" una deriva psíquica preocupante. En ese punto, tras meses de encierro domiciliario o "perimetral", como dicen los entendidos, estamos en un punto cercano a la pérdida del sano juicio. Está claro que el hombre en tanto ser abocado a la sociabilidad no está hecho para vivir largos soliloquios. Los psicólogos comienzan a constatar deterioros severos en la salud mental de ciudadanos y cronopios que hablan con las paredes.

Pero esto no es nuevo. Una noticia surgida a finales de los sesenta, en 1969, recorrió el mundo: el alcalde socialista de Mijas, Manuel Cortés, de época republicana, salió a la luz tras treinta años encerrado en su casa. Era un topo. La noticia llegó a Gran Bretaña, y un historiador, que estaba haciendo la historia oral de la guerra civil española, Ronald Fraser, hizo pieza aparte del caso, y se presentó en el pueblo andaluz. Entrevistó en largas jornadas al antiguo alcalde que había vivido rigurosamente oculto durante treinta años en su domicilio, donde se le había habilitado un espacio disimulado. Sólo conocían su existencia su mujer, Juliana, y su hija, a la que desde muy temprano tuvieron que instruir para guardar el secreto. Le pregunté a Fraser si creía que esto era posible, en un pequeño pueblo donde cualquier descuido podía desvelar la existencia oculta del perseguido. Me contestó que Manuel tozudamente lo afirmaba, y que él no había encontrado otra versión. O sea, que aquel ser humano se había pasado aquellas tres décadas de su vida, es decir toda su juventud y adultez, de los 34 a los 64 años, sin poner un pie en la calle. Lo que más le dolió a Manuel, según relato de Fraser, fue tener que ver a la boda de su hija a través de una rendija desde la que la pudo contemplarla vestida de novia. A mí se me ocurre que cualquiera hubiese intentado la huida, aun a costa de su vida; pero este hombre, que la ensayó sólo una vez, fallándole sus previsiones, no quiso o no pudo. Salió de su topera cuando el franquismo prometió no perseguir más con saña a los antiguos combatientes republicanos. De esta historia de vida salió un impresionante libro, Escondido, firmado por Ronald Fraser, que es lo más parecido a una novela. De hecho, no pocos de mis estudiantes la consideran como tal, e incluso uno llegó a negarme sin dudarlo que un caso así fuese posible. El autor del libro habiendo intentarlo consagrarse a la literatura imaginativa, donde fracasó, decidió finalmente dedicarse a contar la vida de los demás, lo que que hizo con maestría.

Ejemplos pretéritos tampoc faltan. Xavier de Maistre, escritor a caballo entre el siglo XVIII y XIX, también describió su periplo de cuarenta y dos días alrededor de su cuarto, una vez que fue confinado en él tras un duelo. Ello le permitió recorrer su vida y pensar en la de los demás, sin posibilidad de escapar a su designio. El más mínimo gesto se volvía altamente significativo, como el simple hecho de atravesar el cuarto. Por su parte, Julio Cortázar, nos contó en su Vuelta al día en ochenta mundos, que emulaba la Vuelta al mundo en ochenta días, de Julio Verne, novela de un mundo que se globalizaba a la vez que se estrechaba, que sus cronopios, personajes indescriptibles de los márgenes, suerte de encarnación del común humano, se subieron a un avión para conocer un país que era absolutamente necesario visitar. Eso los sacaba de su modorra habitual.

Una nueva frontera se ha alzado ante nosotros, ya que ahora todos somos topos, y ello nos obliga a reflexionar radicalmente lo humano dando vueltas alrededor de nuestro cuarto, acaso hablando con las paredes. Los soliloquios actuales debieran redimensionar el enloquecido mundo de los "no lugares", de aquellos espacios de anonimato, como los consabidos aeropuertos, por los que hasta hace casi un año arrastrábamos nuestra existencia, todos optimistas de que el mundo ya estaba conquistado en su totalidad. Mas, la vuelta al hogar, no tiene un carácter conservador, sino que nos prepara introspectivamente para preparar un mundo más real. Hemos adoptado la estrategia de la concha, de un lugar apacible, hogareño, en el que experimentamos el "derecho a soñar" (dixit Bachelard), o quizás ensoñar. Allí, entre sueños, el marqués de Sade nos habla, como hacía en la Bastilla al pueblo menudo a través de un trozo de cañería. Y, ¿qué nos dice? Queridos cronopios preparaos para crear un mundo nuevo, una verdadera nueva realidad, de justas necesidades, de frugalidad, y también de aviones, barcos y coches propulsados sin dolo, que nos lleven al país que es necesario imperativamente visitar, y que se nos quedó en el tintero antes de ser confinados. Amén.

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