Antonio Porras Nadales

Desplazamientos

La tribuna

Desplazamientos
Desplazamientos / Rosell

26 de julio 2022 - 01:45

Sucede en el mundo de la política algo parecido al aforismo del mundo de la energía: que ni se crea ni se destruye, solamente se transforma. Así en el mundo de la política hay ciertas funciones básicas que desde Montesquieu se atribuían a determinados órganos o poderes, pero que en la práctica vienen experimentando procesos de desplazamiento que van más allá de la vieja fórmula del principio de división de poderes aparecida en aquel lejano siglo XVIII.

Seguramente el principal de esos mecanismos es el que divide las funciones de mayoría y oposición, reflejando una tensión dialéctica más o menos controlada, desde donde periódicamente se suscitan en su caso procesos de alternancia. Se trata de un dinamismo propio del parlamentarismo democrático desde el cual se visualiza mejor la dualidad de funciones entre el gobierno, en manos de la mayoría, y el parlamento, donde cabalga libremente la oposición para desplegar su batería de críticas al gobierno. El gobierno gobierna y la oposición se opone mediante la crítica al gobierno. Esa dualidad funcional es la que sirve para canalizar los grandes conflictos sociales a través del proceso político según el hilo que marquen las urnas, constituyendo un núcleo esencial de todo sistema democrático.

Pero esta dualidad de funciones tiende a veces a desplazarse para ubicarse en arenas o esferas institucionales diferentes. Bajo la pandemia hemos experimentado, por ejemplo, un espectacular desplazamiento: las funciones de la oposición se han desplazado durante un tiempo desde el Congreso de los diputados hacia las comunidades autónomas a través de la Conferencia de Presidentes, mientras la cámara ha permanecido transitoriamente silenciada y marginada. Los propios partidos no han experimentado ninguna incomodidad aparente, en la medida en que las funciones de crítica y control del Congreso eran asumidas ahora por los dirigentes de las distintas comunidades autónomas. Por eso el golpe institucional ha sido acompañado de un discreto silencio.

Pero hay también ocasiones en que tal desplazamiento adopta formas sorprendentes: lo acabamos de comprobar espectacularmente en Inglaterra, donde ha sido el propio partido gobernante el que ha asumido las funciones propias de la oposición para forzar la dimisión del primer ministro Boris Johnson, mientras el Parlamento británico guardaba un discreto silencio. Alguien diría que los partidos políticos británicos deben ser sin duda de un tipo de partidos fuertes, con unas reglas de juego democráticas que se cumplen y se aplican con solvencia y responsabilidad. Habría que imaginarse ahora al partido gobernante en España haciendo algo similar…

Y es que, en España desde la época de Zapatero, esa dualidad de funciones parece enrarecida ante el modo como el ejecutivo suele asumir sus responsabilidades: los fallos del gobierno son atribuidos a ¡la oposición! Es la reiterada cantinela que ahora entona cotidianamente Pedro Sánchez y que descompone cualquier comprensión congruente de la dinámica propia de una democracia parlamentaria, donde el gobierno gobierna y la oposición se opone. Acusar a la oposición de ser responsable de los errores del gobierno supone descabalar por completo la lógica parlamentaria colocando al ejecutivo en una posición de irresponsabilidad: en este escenario el jefe del Ejecutivo se desplazaría ahora hacia una posición similar a la del Jefe del Estado, o sea, alguien que no es responsable de sus actos. La responsabilidad parece que se imputaría entonces a la oposición, que no gobierna. El mundo al revés.

Pero en España estamos rizando el rizo hasta límites insospechables, en la medida en que la dualidad de funciones entre gobierno y oposición se desplaza ahora hasta el seno del propio gobierno: o sea, el ejecutivo tiene su propio gobierno en mayoría, el PSOE, y también su oposición, Podemos. La dualidad de funciones no necesita proyectarse fuera de la propia esfera del ejecutivo, donde se resumen el conjunto de las tareas propias de un sistema democrático. El legislativo estaría pues de sobra.

En este caso la crítica de la oposición-Podemos se aparece como la mejor de las críticas posibles: porque se trata de una crítica "constructiva", ya que no desencadena un enfrentamiento radical entre los partidos que forman la coalición de Gobierno. Y, además, de vez en cuando algunas de las propuestas de Podemos hasta son asumidas por el ejecutivo. De esta forma el propio ejecutivo reúne en su seno la dualidad de funciones propias de una democracia parlamentaria, con una oposición plural que va desde las fuerzas de la izquierda hasta un difuso conglomerado de fuerzas externas de apoyo.

O sea, que en realidad no necesitamos al parlamento más que como un foro de crítica contra la oposición. Así va nuestra democracia.

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