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Tribuna

Alejandro simón partal

Profesor de la Universidad de Zaragoza y poeta

Diálogo más allá de la fuente

Ahora que parece que vuelve la filosofía en las aulas sería oportuno imponer el diálogo como materia troncal, de herramienta útil para aprender la esperanza sin pirotecnias

Diálogo más allá de la fuente Diálogo más allá de la fuente

Diálogo más allá de la fuente / rosell

La poesía es el arte de decir lo esencial con palabras sencillas. Por ejemplo, el poeta Ben Clark escribió en su último libro: "Cuando hablamos de vino nunca hablamos". La política, que podría parecerse a la poesía en ese fin, huye por el camino contrario. Usa palabras sencillas, pero no dice lo esencial ni nada que se le parezca. Ante la eminente reunión de ministros en Barcelona, todos los políticos de la actualidad (Casado, Aznar, Zapatero o Torra), que no de nuestro tiempo, han hablado y definido el diálogo. Y, parafraseando a Clark, cuando hablan de diálogo nunca hablan. El diálogo en nuestra política se ha entendido como sospechosa complicidad. Dialogar es hoy sinónimo de negociar, de negocio, de intercambio de intereses, lejos de sus mimbres aristotélicos que apuntan a la tendencia del ser humano a mirar y a entender al otro -por muy lejano que esté-, y de la máxima platónica de que el hombre bueno es independiente de la fortuna. La esencia de la política está hoy, como apunta Alain Badiou, en el enemigo.

Sin embargo, sólo desde el diálogo podremos reconocer el dolor que provoca daño, y así detenerlo antes de que se concrete en mal. Sólo desde el diálogo podremos juzgar sin el arrebato y la precipitación que deslegitiman.

Hay que dialogar con todo el mundo, hasta con el último criminal, porque el diálogo, su dimensión comunicativa, es, como indicaba Habermas, el eje de la emancipación humana. El diálogo nos invita a vivir otras vidas cuyas experiencias no nos podemos permitir o no nos atrevemos a permitirnos. Desde el diálogo aprendemos que nadie es feliz para siempre. Dialogar nos acerca a la duda, que es el ralentí del progreso, y nos aleja de la certeza unilateral, de la cosa segura, de la que vive el fundamentalista. El que dialoga evita la fascinación y la euforia, y crece humilde. El diálogo refuerza la conmiseración, opuesto a la envidia que mata, y quizá la forma más desinteresada del amor, sin necesidad de consanguinidad, sexo o convivencia, sin más proyecto común que mitigar el dolor ajeno, sin reforzarlo jamás.

Dialogar, entonces, para que el logos complete ese "hambre de nacer del todo" que para María Zambrano era la esperanza y la confianza en el futuro. Porque cuando nos negamos al diálogo condenamos la cultura, la extinguimos un poco más, y sin cultura ahogamos la libertad en la comunidad, que no es más que una suma de libertades individuales basadas, como recordaba el profesor Norberto Bobbio, en el poder espiritual y material. Sólo a través del diálogo podemos alcanzar esa necesaria liberación para que se reactive nuestro fondo humano desde lo más esencial: sentarse y escuchar. O, en palabras de la poeta Mirta Rosenberg, "sentarse a ser pobre". Jesús de Nazaret pide lo mismo en la parábola del buen samaritano, atender al necesitado desde nuestras limitaciones para andar juntos en la luz. Quizá con él, o desde él, hagamos un poquito más de caso al asunto.

Ahora que parece que vuelve a imponerse la filosofía en las aulas sería oportuno imponer el diálogo como materia troncal, de herramienta útil para aprender la esperanza sin pirotecnias, un abandonarse a lo que venga, que hace más amable, y quizá feliz, la vida de la gente, y desde ahí empezar a entender nuestra historia reciente como posibilidad y no como el "matadero" que fue para Hegel.

La poesía es hasta hoy el mejor ejercicio para ver más allá de lo evidente, para dirigir las palabras más allá del lenguaje. Para normalizar ese camino, supuso un buen primer paso del presidente Sánchez llevar a su interlocutor a la fuente de Guiomar y Machado, pero que la próxima vez, por ejemplo estos días en Barcelona, no se le olvide sentarse con el otro y quizá pelarle una fruta (la manzana acerca; la naranja, aleja), y tocarle, tocarle más, sin temor, porque el temor es la mecha del terror, y el entendimiento es física. El diálogo sirve, en última instancia, para entender la decisión, y para no olvidar que la decisión es la antesala de lo decisivo.

El poeta Rafael Cadenas, que este año ha recibido el Premio Reina Sofía de Poesía, escribió que "la noche solo habla a las puertas", lo contrario, el día, hablará entonces a lo vivo, a las personas, y traerá solución a nuestra vida, y la hará más cómoda y serena, que tendría que ser el fin último de la política, que tengamos una vida con la mayor ausencia de infortunios, o, lo que es lo mismo, una vida dialogada, digna, posible.

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