La tribuna
Gaza, tragedia humana y política
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Cada vez que tras un proceso electoral se embarranca la elección del presidente del Gobierno, la tendencia es tratar de establecer comparaciones con experiencias anteriores, obviando la evidencia de que cada tiempo es distinto, cada ambiente diferente y cada persona una incógnita. Ya dice el refrán que "tendremos que arar con los bueyes que tengamos", dicho sea sin ánimo de establecer comparaciones.
Tal vez, sabiendo que la democracia es el único sistema político en el que la culpa de lo que pase es atribuible en exclusiva a los ciudadanos, la pregunta que debemos hacernos no sea solo la de "qué piensan hacer ellos" - los electos-, sino qué hemos hecho nosotros y qué pensamos hacer frente a la incertidumbre que asuela tertulias, periódicos y telediarios. Hemos votado como hemos querido. No es verdad eso que repite con tanta frecuencia el líder de Unidas Podemos de que "los ciudadanos han decidido…". Los ciudadanos no hemos decidido nada colectivamente; fuimos a votar sin ponernos de acuerdo con nuestros vecinos o con nuestros amigos. Nadie que vive en Cádiz se puso de acuerdo con quienes viven en Santander. Votamos lo que votamos, pensando en lo mejor para la opción que quisimos, y queríamos que fuera ese partido el que gobernara, y no el de enfrente a el de al lado. El resultado ha sido el que fue: no existe ningún partido con mayoría suficiente para investir por sus propios votos al candidato que se presente para ocupar la presidencia del gobierno.
Estamos en una situación parecida a la que ocurrió en las elecciones generales de 2015. Sólo en la Transición española los partidos políticos fueron capaces de llegar a un acuerdo de convivencia y por la libertad. No tienen ni punto de comparación la afinidad que hoy existe entre las diferentes fuerzas parlamentarias con la que existía en 1976 y 1977 entre quienes habían ganado la guerra y quienes la habían perdido; entre quienes disfrutaron de una dictadura de cuarenta años y quienes sufrieron las consecuencias de la falta de libertad que existió en España en esos años; entre quienes pisaron las cárceles franquistas por luchar por la libertad y quienes encarcelaron a esos luchadores por todo lo contrario.
¿Por qué, entonces, allí sí se llegó a acuerdos de gobernabilidad e incluso para hacer una Constitución y aquí no son capaces de consensuar mínimamente la formación de un gobierno que pueda garantizar la estabilidad de nuestro país? La respuesta está en la duda. En la Transición, unos y otros sabíamos lo que había que hacer; había que transitar de la dictadura a la democracia. No cabía otra solución. Sabíamos qué hacer, pero teníamos muchas dudas de cómo hacerlo. Y la duda conduce al diálogo. Quienes están en política saben que la política existe porque existe el conflicto. Si no existieran conflictos en la sociedad, no existiría la política y, por esa razón, se manifiestan diferentes posiciones para tratar de resolver esos conflictos. Pero la aspereza de unos y la soberbia de otros imposibilitan el acercamiento. No se puede dialogar con quien está seguro de que todo lo que propone o defiende. El diálogo se lleva mal con quienes mantienen posiciones categóricas o fanáticas.
Si quienes tienen la responsabilidad de resolver el jeroglífico que hemos planteado los ciudadanos con nuestros votos tuvieran dudas respecto a qué es lo mejor para la democracia, la estabilidad de España y el progreso y bienestar de sus ciudadanos, habría bastantes posibilidades de que el entendimiento podría asomarse a la mesa del diálogo. Si quienes han sido depositarios de nuestra confianza tuvieran claras un par de propuestas imprescindibles para que nuestro país avance y deje atrás la rémora del secesionismo, podrían llegar a acuerdos para hacer frente a los desafíos de una sociedad que cambia acelerada y vertiginosamente como consecuencia de la inteligencia artificial.
Los políticos españoles usan las redes sociales como caja de resonancia para que los mensajes o consignas del partido correspondiente alcancen una mejor visibilidad. Oí al presidente del PNV, sr. Ortuzar, decir que los políticos que negocian la investidura deberían hablar menos y hacer más. No estoy de acuerdo. La búsqueda de un diálogo con los ciudadanos sigue ocupando un lugar marginal en unos momentos y con unos instrumentos que posibilitan la interacción de los parlamentarios con los ciudadanos si se pierde el miedo a la democracia y a las redes sociales. Información, transparencia, rendición de cuentas, vigilancia y confianza entre representantes y representados son notas que las Tecnologías de la Información y el Conocimiento proporcionan para que los vínculos entre ciudadanos y políticos se estrechen y fortalezcan. Todos tenemos dudas de lo que hay que hacer. Entre todos podemos dialogar si abandonamos el fanatismo, la seguridad absoluta y elogiamos el derecho a dudar.
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