EL TIEMPO Llegan temperaturas de verano a Sevilla en pleno mes de mayo

Tribuna

Francisco Oñate

Biólogo

Un caso reiterado de contaminación visual

El autor advierte sobre el impacto visual en la Plaza de San Leandro de Sevilla de 34 señales de tráfico en apenas 400 m2 de superficie

La contaminación visual es un fenómeno que desgraciadamente se afianza en los últimos tiempos en nuestra ciudad. Sus causas son sabidas y múltiples: urbanismo descontrolado, publicidad agresiva, presión turística,… para qué seguir. Una vuelta con un poco de atención por el centro histórico y los barrios de la ciudad nos puede poner al día de estas afecciones. Pero también hay otras formas más sutiles de impactos visuales, como es el ejemplo que se describe a continuación.

Apremia darle a este tema un poco de racionalidad no vaya a ser que llenemos Sevilla de un bosque de objetos metálicos innecesarios (¡ay, los árboles!) que afeen los cada vez más escasos rincones patrimoniales e históricos que nos van quedando

A primera vista, con el trajín y las prisas diarias, puede pasar desapercibido, pero es un hecho comentado ya por muchos vecinos y paseantes de este hermoso rincón de la ciudad. El caso es que al llegar caminando a la Plaza de San Leandro y pararnos un instante para observar su conjunto (el laurel, la pila del pato, el convento, los naranjos,…) sentimos que algo enturbia ese bello paisaje urbano y no caemos en la cuenta hasta que los ojos recorren despacio el perímetro de la plaza y comprueban, espantados, las 34 señales de tráfico existentes en los apenas 400 metros cuadrados de su superficie. ¡Una señal por cada doce metros cuadrados de plaza! Sí. De récord. Aunque si nos ponemos a buscar por otros sitios de la ciudad a lo peor nos llevamos más sobresaltos.

Y como prueba ahí está el collage formado con cada una de las imágenes de las señales de tráfico que existen en ella. Un total de 34 (28 en el viario más 6 vados) que componen en su conjunto este caos señalético: ¡14 de prohibido aparcar!, 5 de prohibido el paso, 6 de vados, 2 de prohibida la circulación, etc. Creo que en la Gerencia de Urbanismo subestiman la capacidad comprensiva del personal y ahí está: ¡A repetir señales hasta que aprendan…!

Bromas aparte, este es un ejemplo de libro de contaminación visual, entendiendo esta como “todo aquello que afecte o perturbe la visualización de algún sitio o paisaje, afectando su estética” (Wikipedia).Y la actual normativa municipal sobre el tema tampoco es muy resolutiva en el asunto.

Así la Ordenanza de Circulación de Sevilla (BOP nº 189 de 16/08/2014) en su Capítulo III, De la señalización de las vías. Artículo 23. Régimen de señales dice lo siguiente:

“Las señales implantadas en la vía pública para ordenación del bordillo y sistemas de aparcamientos rigen:a) Hasta la siguiente señal que acote el espacio, dando fin a la primera.b) Hasta la siguiente señal que indique otra norma.O sea que según criterio de quien tome la decisión de instalarlas se pueden colocar señales de tráfico ad infinitum.

Buscando referencias concretas sobre el asunto viene a colación un ya lejano pero vigente Informe del Defensor del Pueblo Andaluz titulado La contaminación visual del patrimonio histórico andaluz (1998). En él se refleja la responsabilidad de los Ayuntamientos en dicha afección sobre su paisaje histórico, señalando las “agresiones ambientales al patrimonio histórico, la arquitectura tradicional, los cascos antiguos de nuestros pueblos y ciudades y, con carácter general, al paisaje urbano y rural” , así como que, ya entonces, existe el “marco jurídico suficiente, aunque mejorable, para impedir el impacto visual…”

A esto le podemos añadir la obligación de los municipios a implementar las medidas del Convenio Europeo del Paisaje, en vigor en nuestro país desde el año 2008, donde se reconoce la forma de paisaje urbano y se apremia a los gobiernos locales y regionales a la protección, planificación y gestión de sus valores patrimoniales.

Apremia darle a este tema un poco de racionalidad no vaya a ser que llenemos Sevilla de un bosque de objetos metálicos innecesarios (¡ay, los árboles!) que afeen los cada vez más escasos rincones patrimoniales e históricos que nos van quedando.

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