La tribuna
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Como casi todos los años, las celebraciones del 28-F están teniendo lugar en época de carnaval. En correspondencia con ello, los partidos políticos y sus dirigentes se disfrazan de andalucistas e inventan relatos sobre la autonomía.
Resulta chocante, aunque significativo, que se tiñan de verde y blanco, y afirmen ser "los defensores de Andalucía" -¡qué buen nombre para una comparsa!-, aquellos que solo la consideran como un lugar propicio para sus negocios -económicos y/o políticos- o como un contenedor de votos. Todos ellos (y ellas) se refieren a Andalucía con palabras como "territorio", "tierra" o "región", nunca como pueblo ni como nacionalidad histórica, que es como se la define en el artículo primero del Estatuto de Autonomía. Desde la Junta, este travestismo político lo ha practicado durante décadas el PSOE y lo continúa haciendo hoy el PP-Cs. Escribía hace años el inolvidable Carlos Cano: "Me avergüenzan aquellos andaluces que nos llenan de ruina, paro y mentiras usando la bandera verde y blanca para envolverlo todo". ¡Qué no diría hoy ese hombre de luz que fue Carlos!
Con todo, lo más grave de la impostura no son los disfraces sino el contenido de las coplas: de los relatos elaborados para tratar de conseguir ser vistos como ocupantes del espacio político andalucista; un espacio que, por un lado, afirman sus aplaudidores que ya no existe pero, por otro, tratan de ocupar quienes actúan en el escenario de la vida pública dándole la significación que conviene a sus intereses. Una paradoja que debería dar que pensar. En esos relatos -que responden al esquema de las coplas carnavalescas, con estribillo y todo- se manipula o incluso se inventa la historia. Pondré aquí solo tres ejemplos, aunque hay muchos más.
El primero de los relatos afirma que fue el 28F cuando comenzó la autonomía andaluza. No es cierto. Aquel día, el pueblo andaluz consiguió una victoria política indudable pero, de acuerdo con una legalidad que había sido fabricada para hacerla imposible, sufrió una derrota legal. No sería hasta ocho meses más tarde, y a través de una muy forzada interpretación de un artículo de la Constitución (el 144), cuando pudo iniciarse, que no culminar, el proceso.
Más falso aún es el segundo relato. Afirma que el 28F fue resultado del consenso entre todos los partidos políticos. Se aduce que en el "pacto de Antequera" de diciembre del 78 once partidos de las más diversas ideologías se comprometieron a poner en marcha la autonomía "más rápida y eficaz" para Andalucía. Esto es cierto (lo certifico porque yo fui uno de los once firmantes), pero igual de cierto es que varios de esos partidos, entre ellos AP (precedente directo del PP) y UCD (que era el partido gobernante en España) se desengancharon de ese compromiso y actuaron frontalmente en contra de lo firmado, pidiendo el no o la abstención en el referéndum. Lo que se dio el 28-F fue una gran movilización popular y una muy dura batalla política. Pero de consenso, nada.
Una tercer relato es el que asegura que el 28-F los andaluces nos manifestamos en las urnas, como supuestamente habríamos hecho también en las calles el 4 de diciembre del 77, a favor de "la unidad de España" y de "la igualdad entre todos los territorios". Falso lo uno y lo otro, porque lo primero no fue tema a consideración ni lo segundo era el objetivo. Lo que la gente votó el 28-F (o creyó que votaba, porque eso le habían dicho que sería la autonomía) es que Andalucía pudiera dotarse de los instrumentos políticos necesarios para resolver nuestros seculares problemas (o dolores, como los había llamado, en su tiempo, Blas Infante). Problemas que hoy, tras "cuarenta años de Autonomía", permanecen sin solución y en algunos casos aun más agudizados por dos razones principales: no ha habido voluntad política para encararlos durante el larguísimo periodo de psoismo ni tampoco hoy, y no existen las competencias de autogobierno imprescindibles para ello, caso de que hubiera existido esa voluntad.
Frente al triunfalismo oficial y ante los variados disfraces que convierten las celebraciones del 28-F en un carnaval político, se hace necesario subrayar el verdadero, y ambivalente, significado del 28-F. Este fue, a la vez, la reafirmación de la existencia de Andalucía como sujeto político -como pueblo- y el comienzo de una larga etapa de cloroformización que continúa hoy.
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