Mucho más que romana y barroca
Écija
El libro ‘Écija Artística: Colección Documental, siglos XVI y XVII’, fruto de años de estudio de dos historiadores locales, aporta datos claves sobre la pujanza y costumbres de la ciudad en la época
La principal fuente documental ha sido el Archivo de Protocolos Notariales de Écija
Que Écija se proyecta como una de las ciudades patrimoniales más importantes por su legado romano y barroco no es nuevo. Pero es menos conocida por los siglos que siguieron o precedieron a esas etapas, que no fueron las únicas de esplendor.
Eso puede cambiar ahora con el trabajo que han publicado los historiadores locales Gerardo García y Marina Martín: Écija Artística: Colección Documental, siglos XVI y XVII, que continúa la senda que en la historiografía supuso el III Catálogo Arqueológico y Artístico de la provincia, de 1951, dedicado en su mayor parte a Écija y que ha sido la referencia en investigaciones posteriores sobre el municipio.
El volumen es fruto de décadas de investigación altruista de dos archiveros de profesión: Marina Martín es la archivera municipal, y Gerardo García es funcionario de la Junta, en la Dirección General de Bienes Culturales. Sólo la posibilidad de publicar todo lo que tenían acumulado ha puesto un punto y seguido a un trabajo ímprobo.
En Écija Artística: Colección Documental, siglos XVI y XVII hacen aportaciones basándose sobre todo en uno de los archivos más importantes pero desconocidos del municipio: el de Protocolos Notariales, con más de 5.000 legajos, que apenas han sido objeto de atención por las universidades del entorno, se lamenta García, pese al interés que tiene desde un punto de vista más amplio que el local.
Porque Écija fue en el XVI y el XVII uno de los núcleos más poblados de Andalucía occidental, el tercero por detrás de Córdoba y Sevilla. Rebasó en muchos momentos los 20.000 habitantes y destacó por la presencia de una élite muy adinerada, que la convirtió en foco para las artes y referente en los usos y costumbres de la época.
Se refleja en testamentos, escrituras de dotes y arras, inventarios y particiones documentados en ese archivo. Según García, esa riqueza –en bastantes hogares había pinturas flamencas, relojes alemanes, tejidos de China o India o alfombras de El Cairo, instrumentos musicales únicos– tenía que ver con la agricultura y con industrias como la pañería, por el fino tratamiento de la lana que se hacía a las orillas del Genil. Hoefnagle lo inmortalizó en 1567 en uno de sus grabados. Eso situó a Écija en el eje entre el comercio europeo y americano y atrajo a una numerosa colonia flamenca.
Como ejemplo de todo ello, Gerardo García traslada con emoción incluso “jugosos detalles de la vida cotidiana de algunos de los más acaudalados” que han quedado reflejados en el volumen, para el han revisado más de 40.000 documentos. De ellos, 786 se han transcrito para que sean inteligibles y se han fotografiado para un CD que acompaña a la edición.
Cita el jaez –adorno para caballos– que poseía un vecino, Francisco de Aguilar y Córdoba, patrono del convento de la Victoria, tasado en 10.000 reales, cuando un pollo costaba un real. También se describe el carruaje que este personaje encargó para su mujer: el interior debía estar “tapizado en terciopelo azul, con cojines y cortinajes de seda, bordados en oro, con almares y flores de lis”, el herraje debía de ser dorado, como las guarniciones de cuero y con metal para los cuatro caballos.
Esa élite patrocinaba seis parroquias y 20 conventos de clausura que demandaban retablos, pinturas y tallas, convirtiendo a Écija en un foco artístico secundario, del nivel de Jerez, Antequera o Úbeda.
El libro, publicada por la Universidad de Sevilla y la Consejería de Cultura, con la colaboración de la Fundación Unicaja, la Diputación y el Ayuntamiento, rescata una amplia nómina de artistas y documenta la presencia en la ciudad de arquitectos, pintores y escultores de renombre, como Juan Martínez Montañés.
También recupera la labor artesanal, sus herramientas, materias primas y su léxico, con expresiones sugerentes aún hoy, como la “danza de arcos”, una galería en la que éstos se sucedían, o “a carne de cuero”, una especie de contrato llave en mano para obras.
Organización de grandes eventos
El volumen pone de relieve cómo la ciudad organizaba grandes eventos por el Corpus o para conmemorar hitos reales. Como curiosidad, en 1572, para celebrar el nacimiento del príncipe Fernando, hijo de Felipe II(que también visitó la ciudad) se organizó una carrera a la que se invitó a participar a las mujeres que ejercían la prostitución.
En 1611, por la muerte de la reina Margarita de Austria, el Ayuntamiento ordenó vestir de luto a todos los mayores de 12 años y se encargó al carpintero Juan de Mesa un túmulo funerario, de más de 10 metros de altura.
Los archivos confirman además cómo ya en el siglo XVI los vestigios romanos suponían un reto para los albañiles al construir. Incluían cláusulas en los contratos que obligaban al propietario a asumir los costes y retrasos. Gerardo García explica que en el libro se aportan muchos datos sobre las técnicas de construcción, que vienen a cuestionar la costumbre actual de dejar con el “ladrillo visto” edificios de la época cuando se rehabilitan. Sin embargo, los documentos demuestran que tenían piel y se usaba el enfoscado y la policromía.
Educación pública y festejos taurinos
Más allá de las élites, en esos siglos había también preocupación por la educación pública. Así lo atestigua la petición que, en 1596, Alonso Chico de Molina, vicario de la ciudad, envió al Ayuntamiento respaldado por otros vecinos, por el estado de insalubridad en el que los jesuitas daban clases y pedía dinero para construir una escuela, recordando que era impropio que la ciudad no tuviera dinero para ello y sí para organizar corridas de toros.
Son sólo ejemplos de una inmensa Écija, todavía por descubrir en muchos aspectos, que se pone en valor.
Se documenta la autoría de varias tallas de la Semana Santa
En el proceso de documentación de la obra artística creada durante esos siglos, Gerardo García y Marina Martín han logrado esclarecer además la autoría de varias esculturas religiosas, pertenecientes a hermandades y cofradías, que han gozado o gozan de gran devoción. Entre ellas está el Santísimo Cristo del Confalón, que fue encargado en 1578 por la hermandad al escultor Luis Sánchez, vecino de Écija. En la misma línea, han documentado que el antiguo Cristo de la Vera Cruz es la misma talla que se conserva en la iglesia de San Juan como Cristo del Olvido. La imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, titular de la hermandad de San Juan Bautista, fue tallada también en la ciudad por Alonso de la Plaza y data de 1593. Por otro lado, la dolorosa que se venera en la iglesia de Santa Bárbara bajo la advocación de Nuestra Señora de la Fe fue tallada en Sevilla, en torno 1680 por el escultor Pedro Roldán, en la ciudad de Sevilla.
Hay además otra “magnífica escultura”, según García, el antiguo Cristo del Dulce Nombre de Jesús y que desde 1936 se venera en la iglesia de Santiago de Herrera, que es obra del pintor Ambrosio Martínez de Torres, de 1582.
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