José Jaime García Bernal. Profesor titular de historia moderna de la hispalense

"Pío V prohibió los toros por influencia de los jesuitas, pero no le hicieron caso"

  • Investigador de mil asuntos relacionados con el Barroco, este historiador sevillano es autor de una monumental obra sobre los fastos públicos en la España de los Austrias.

José Jaime García Bernal (1968) es un claro ejemplo del homo de Los Remedios: hijo de médico y alumno del colegio de los Padres Blancos. También es persona de exquisita cortesía profesoral y muy leído, uno de esos andaluces ilustrados que parecen que acaban de llegar en la última diligencia. Pese a que es un historiador muy exigente en sus investigaciones y en su discurso, a menudo suele bajar de su torre de marfil para escribir unas suculentas reseñas en Diario de Sevilla donde nos mantiene informados de las rabiosas novedades historiográficas. En su todavía cercana juventud, fue uno de los fundadores de la ya desaparecida Escuela Libre de Historiadores, un grupo del que salieron brillantes estudiosos del pasado. Tuvo como maestro y valedor a una leyenda de la Universidad de Sevilla, Carlos Álvarez Santaló, aunque también reconoce la importancia de Rafael Sánchez Mantero. Se define sin complejo como un "francófilo" historiográfico y es autor de una monumental obra: El fasto público en la España de los Austrias, producto de su tesis doctoral. Como investigador se ha interesado por los temas más variopintos del Barroco, desde la percepción intelectual de los terremotos hasta los carteles de sermones, entre otros muchos asuntos.

-Uno de sus principales temas de investigación son las celebraciones públicas en tiempos de los Austrias.

-Lo que más me interesaba del fasto público durante el Barroco era el exhibicionismo como conducta social. En aquel tiempo, la fiesta era la punta del iceberg de unmodus vivendi muy extendido. Por ejemplo, el hecho de que un gran noble, digamos el duque de Medinaceli, saliese a la calle ya era un motivo de fiesta. La barroca era una sociedad recorrida transversalmente por la pulsión del aparecer, de hacerse ver, del ser como representación, algo que se observa a todas las escalas del comportamiento en público y en todos los grupos sociales.

-¿Y cuándo surge esta manera colectiva de ser?

-En la transición del siglo XVI al XVII se produce una transformación de las formas de sociabilidad que venían de la Edad Media y el Renacimiento y que se caracterizaban por el gregarismo social y la representación por comunidades. Un ejemplo claro lo tenemos aquí en Sevilla, cuando fue residencia de los Reyes Católicos durante el bienio 1477-1478. Con motivo del bautizo del príncipe don Juan se formó una procesión para ir a la Catedral en la que estaban representadas todas las comunidades de la ciudad, entre ellas la aljama de los judíos. Según esta visión, la fiesta pública era una secuencia de los segmentos sociales que convivían en el espacio de la ciudad. Sin embargo, esta idea se rompe durante el Barroco, momento en el que las relaciones sociales se configuran en torno al nuevo concepto de espectáculo, un espectáculo diseñado por especialistas, artífices y poetas, y que va dirigido al público poliédrico y heterogéneo en el que estas comunidades ya se han disuelto.

-Todo recuerda un poco a la Sevilla actual. ¿Seguimos siendo una ciudad de sociología barroca?

-Discrepo de esa visión. Nuestra gran fiesta ciudadana, la Semana Santa, es ciertamente de raíz barroca, pero de alma romántica y con estética y formas ya regeneracionistas y regionalistas, propias del siglo XX.

-Pero algo retendrá de sus orígenes barrocos, ¿no?

-Probablemente lo más profundo: la idea de promesa, que es muy antigua y ya la encontramos en las procesiones de ánimas; el diálogo íntimo entre la imagen sagrada y el devoto, que es diferente a la idea comunitaria medieval...

-¿Cuáles eran las principales fiestas del Barroco?

-Hay que distinguir entre las fiestas del año litúrgico y las de carácter extraordinario, que entonces se conocían como fiestas extravagantes, porque se salían de lo común. De las primeras, la más importante desde el punto de vista participativo era el Corpus, pero también tenía mucho arraigo el ciclo de Navidad, con fiestas como las del Obispillo. Por supuesto, también están la Cuaresma, la Semana Santa...

-¿Y los autos de fe? La gente los vivía con excitación festiva.

-Los autos de fe eran, desde luego, espectáculos de masa en los que se representaba la comparecencia del miembro desgarrado de la sociedad que ha ofendido a la ley de Dios, el hereje, ante el tribunal divino. Ese acto tiene un componente de dolor y punición, pero también otro de consolación en el sentido de que se redime esa alma y se la reconcilia con el resto del cuerpo social.

-¿Eran muy largos?

-Sí, duraban toda la jornada e incluían procesión, funciones litúrgicas, sermones, lecturas de las sentencias de los reos, piezas musicales, parada para el almuerzo y, por supuesto, el traslado del condenado al lugar de la ejecución. Era una ceremonia intensa y con momentos de gran dramatismo. Es importante resaltar que los autos de fe tuvieron una función de autopropaganda del Santo Oficio, que ya en el siglo XVII estaba en decadencia y con graves problemas económicos. En Sevilla, en toda esa centuria, apenas hubo cuatro o cinco y muy distanciados en el tiempo.

-¿Y los toros? Imagino que ya serían un elemento fundamental en las fiestas.

-Sí, fundamentalmente a través de las llamadas fiestas de cañas y toros, que eran fastos caballerescos. Sin embargo, hay que tener en cuenta que el elemento más importante del espectáculo eran las cañas, no los toros.

-¿Y en qué consistían estas cañas?

-En dos cuadrillas de caballeros que, primero, hacían ejercicios de equitación y, después, se enfrentaban en la plaza. En una segunda fase de la fiesta se lanceaban y rejoneaban toros, lo cual, probablemente, era más del gusto popular. Sin embargo, las narraciones que conservamos de estos fastos dedican la mayor parte de sus descripciones a las cañas y muy poco a los toros.

-Pero, como usted dice, lo que le gustaba más al pueblo eran los toros...

-Sí, probablemente. Sin embargo, fueron objeto de prohibiciones en el siglo XVI y XVII por influencia de los jesuitas, los cuales consideraban que era una fiesta idolátrica, una forma de sustituir la adoración a Dios por la veneración a un animal ancestral. Esa campaña contribuyó a que el papa Pío V prohibiese las fiestas de toros, pero no le hicieron caso y siguieron siendo muy populares. Luego, ya en el XVIII, vendrán prohibiciones, pero no de la Iglesia, sino de la propia monarquía. Es la etapa de la Ilustración y se pensaba que los toros suponían un gasto superfluo y un mal ejemplo público.

-Y ahora vivimos las prohibiciones de algunos ayuntamientos y autonomías.

-[Risas] Sí, de algunos ayuntamientos y autonomías.

-También ha dedicado muchos de sus desvelos como historiador al estudio de los carteles barrocos. Sevilla sigue siendo una ciudad donde los carteles anunciadores de los fastos tienen eco público.

-Sí, este tipo de carteles barrocos se sigue viendo, especialmente, en las convocatorias de culto de las cofradías. El estudio lo pude hacer gracias a una colección bastante completa que posee la Real Academia de la Historia. Son carteles que anuncian, fundamentalmente, actos vinculados a fiestas religiosas, bien justas poéticas o bien los sermones de un determinado ciclo litúrgico: una octava, un quinario, una novena... En ocasiones, al igual que hoy, se incluye también el llamamiento a los vecinos para que exornen las puertas, las casas, los portales; para que participen con altares y artificios y también honren el motivo de la fiesta con sus coplas, etcétera.

-¿Y algún cartel que le haya llamado especialmente la atención?

-Son especialmente interesantes los carteles de actos de desagravios por los sacrilegios de los protestantes de Flandes contra el Santo Sacramento o la Virgen. Estos actos tuvieron un impacto muy importante en la opinión pública y se celebraron en toda Andalucía: Sevilla, Écija, Jerez, Córdoba...

-Paralelamente, ha prestado atención a unos documentos en los que podemos rastrear el origen del periodismo: las relaciones de solemnidades.

-Sí, precisamente hice este estudio para un libro homenaje a Alfonso Braojos. Estas relaciones de solemnidades son fuentes fundamentales para el conocimiento de los actos públicos y de las fiestas extraordinarias. Empezaron siendo opúsculos muy breves, con un carácter fundamentalmente informativo que, al igual que el periodismo, busca la identificación de los lugares, las personas y las circunstancias concretas. Sin embargo, cuando avanza el siglo XVI se cargan de otros rasgos celebrativos que idealizan el acontecimeinto con una retórica más hiperbólica y alegórica, con elementos ideológicos. Así, la relación breve se convierte en libros extensos como el de Torres Farfán sobre las fiestas de San Fernando de Sevilla de 1671.

-Entre las fiestas extravagantes de las que hablábamos, me imagino que destacarán las famosísimas exequias en Sevilla por la muerte de Felipe II y aquel túmulo al que Cervantes le dedicó un poema.

-La descripción más amplia que existe de aquel monumento es la de Francisco Gerónimo Collado, autor de una historia manuscrita que se conserva en la Colombina. Fueron unas exequias muy sonadas y solemnes que consolidaron un modelo de arquitectura efímera que luego será muy copiado en España y las Indias. El acto que se celebró en la Catedral también fue muy interesante, porque fue una representación de la inmolación del Rey por la salvación del reino. En el sermón, el predicador habló como si fuese Felipe II aconsejando a sus súbditos. Fue un recurso verdaderamente barroco, el Rey que habla desde el más allá a los allí presentes...

-Uno de los grandes temores del hombre de todos los tiempos son los terremotos. Precisamente, formó usted parte de un grupo de investigadores andaluces que se dedicó al estudio de los textos históricos relacionados con estos fenómenos. ¿Hubo muchos en la época de la que tratamos? Está el famoso de Lisboa...

-Sí, el de 1755 de Lisboa, que tuvo su epicentro en el Atlántico, fue el más famoso y tuvo repercusión en toda la costa portuguesa, gaditana y onubense. Pero también hubo uno muy importante en Málaga en 1680 que afectó a toda Andalucía Oriental. Con anterioridad se produjo uno en Sevilla a principios del siglo XVI también que conmovió a la sociedad. Con este estudio queríamos ver la conducta humana ante una coyuntura adversa y las explicaciones que se daban a esos infortunios.

-¿Qué explicaciones se daban?

-Fundamentalmente de tipo sobrenatural y providencial, como un castigo divino a los pecados de la comunidad. Pero ese discurso va transformándose en el siglo XVIII para convivir con elementos científicos, médicos y racionales.

-Hay autores que apuntan que el terremoto de Lisboa fue uno de los elementos para el nacimiento de una conciencia atea en Europa.

-Sí, no se comprendía cómo la providencia consentía ese azote injustificado contra la humanidad, justo en un momento en el que empezaba a cuajar la idea de que el hombre evolucionaba en un sentido lineal hacia la felicidad. El terremoto de Lisboa produjo un gran debate intelectual en Europa en el que participó el propio Voltaire. Fue una ocasión para el intercambio de ideas y para repensar el sentido de la existencia. Ha sido Michel Onfray el que más ha insistido en que en este debate pudo estar una de las raíces del ateísmo contemporáneo. Los meteoros también motivaban importantes debates teóricos sobre su explicación y sentido, no ya entendidos como signos de la providencia que marcaban un destino, sino como expresión de otros mundos que debían ser explicados racionalmente.

-¿Y qué más le llamó la atención de estos relatos de terremotos?

-El cuestionamiento del poder político. En esas situaciones se evidencian los déficits en la organización de los abastos, en la capacidad o incapacidad de garantizar una seguridad mínima en el espacio urbano...

-Cambiemos de tercio. Háblenos de la fabulosa entrada de Felipe V en Sevilla.

-Fue inusual, porque la hizo por la Puerta de Triana, cuando las de los reyes medievales se hacían por la Macarena y la de Felipe II fue por la Real. Además, significó la visita del primer Borbón, una nueva dinastía que tenía que legitimarse en la medida que había estado cuestionada por un sector de la sociedad española. Sin embargo, en Andalucía tenía mucho que agradecer a las élites locales, que la habían apoyado en la Guerra de Sucesión, y particularmente a esa nueva nobleza representada en la Maestranza de Caballería. Todo esto se puso en evidencia en el desfile de entrada y en el aparato ceremonial de la acogida a Felipe V. Otro rasgo diferenciador es que el Rey viene a quedarse durante un lustro y a ocuparse de cuestiones relacionadas con la economía y la política o el gobierno de las Indias (de hecho visitó otras ciudades reales de la Bahía de Cádiz). En definitiva, durante la entrada de Felipe V a Sevilla, se quería poner de manifiesto la imagen del Rey audaz y buen gobernante frente a la opinión extendida de que era un monarca melancólico que se desentendía de sus funciones. También se quería transmitir la idea de una continuidad en el proyecto imperial que superaba el hiato histórico que se produjo con la interrupción dinástica. Felipe V se quería proyectar en los antepasados de la monarquía castellana y por eso, durante su estancia en Sevilla, se produjo el traslado de Fernando III a la nueva urna que acababa de terminar el orfebre Laureano de Pina.

-¿Y cómo entraba un rey en una ciudad?

-Con un amplio cortejo de autoridades, caballeros y carrozas que traspasaba una serie de arcos del triunfo que recordaban la mitología clásica ligada a las hazañas de la dinastía. Estas entradas se preparaban con mucho tiempo, para lo cual se avisaba a las autoridades locales con antelación. Antes de la entrada, el Rey se alojaba en una localidad cercana donde esperaba a que pudiese efectuarla la con toda solemnidad. Hay que destacar el papel de la música, con grupos de ministriles encaramados u ocultos en algunas construcciones efímeras estratégicamentes situadas.

-Imagino que todo el mundo se echaría a la calle.

-Sí, era un día feriado y, previamente, se había anunciado en un pregón público.

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