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Pedro Giménez de Aragón | Historiador y escritor

“En 1868 Sevilla era una ciudad con más industrias y obreros que Madrid”

  • Aunque su especialidad universitaria es el judeocristianismo antiguo, ha escrito novelas sobre la Edad Media y el Sexenio Revolucionario y ha investigado sobre escultura sevillana contemporánea

Pedro Giménez de Aragón, durante la entrevista

Pedro Giménez de Aragón, durante la entrevista / José Ángel García

Pedro Giménez de Aragón (Sevilla, 1969) exhibe un apetito omnívoro por la historia. Esto hace que no se contente con su especialización universitaria (la corriente judeocristiana dentro del cristianismo primitivo, los manuscritos del Mar Muerto o la organización territorial del Imperio Romano) y haga incursiones en otros campos, vía novela histórica, como la Edad Media o el Sexenio Revolucionario (o Democrático, según el gusto), que transcurrió entre 1868 y 1874. Precisamente el desarrollo de este periodo en Sevilla es lo que centra su última novela, ‘Memorias de un cantonalista andaluz’ (Ediciones En Huida), inspirada en un antepasado suyo que fue masón y diputado provincial en aquellos convulsos años. Su anterior novela, ‘Trova a la Reina’ (Ediciones En Huida), fue nominada al Premio Nacional de Novela Histórica Alfonso X el Sabio. Este docente en la Universidad Pablo de Olavide y en la sección de adultos del Instituto San Isidoro es también un estudioso y apasionado del arte del siglo XX, y sus trabajos de investigación y como comisario han sido fundamentales para la recuperación y valoración de los escultores Manuel Echegoyán o Antonio Cano. Asimismo, fue el encargado de la exposición ‘Los orígenes de la pintura abstracta sevillana’.

–Esta conversación nos va a llevar desde el cristianismo primitivo al Sexenio Revolucionario y el cantonalismo andaluz. Incluso algo hablaremos de escultura sevillana contemporánea. Empecemos, como es habitual, por el principio: ¿Cuándo aparecen los primeros indicios de Cristianismo en Hispania?

–La mención más antigua que hay es en la Carta de Pablo a los romanos, cuando afirma que quiere viajar a España. Ese texto lo escribe desde Oriente y todavía no conoce Roma. Les dice a los romanos que antes de viajar a Hispania los va a visitar. El contacto, pues, es desde prácticamente los inicios del cristianismo.

–¿Pero hay alguna prueba de que san Pablo estuviese en España?

–No. En general, las pruebas arqueológicas del cristianismo en España son a partir del siglo III y IV. Pero esto ocurre en todas partes.

–Me imagino que la Bética sería una de las regiones más cristianizadas.

–Sí, porque también fue la más judaizada. La cristianización se inició en las sinagogas, que es a donde acude Pablo a predicar a los gentiles que sentían una cierta atracción por el judaísmo por su monoteísmo y otras cuestiones sociales. La presencia de un alto número de judíos en la Bética se debió, probablemente, a las guerras judeo-romanas. Tenga en cuenta que la primera de estas guerras, la de Vespasiano y Tito, el general de la X Legión es Trajano el Viejo, que luego, como premio, sería nombrado gobernador de la Bética. Esto debió suponer la llegada de muchos judíos esclavos. La segunda guerra es la del emperador Trajano, y eso supuso también la llegada de esclavos a la Bética, donde su familia tenía tierras y minas. La tercera es la de Adriano, también muy vinculado a Hispania.

Aunque la fuente es tardía, la historia de las santas Justa y Rufina tiene visos de verosimilitud

–¿Cuál es el primer gran testimonio del cristianismo bético?

–El Concilio de Elvira. La fecha está muy discutida, pero fue en torno al año 300. Estuvo compuesto, fundamentalmente, por obispos de la Bética y presidido por los de Guadix y Córdoba, que era el confesor de Constantino y el que dirigía su política religiosa.

–¿Y el cristianismo en Sevilla?

–Aquí tenemos la famosa historia de Santa Justa y Rufina.

–¿Pero podemos creer en su historicidad?

–Aunque la fuente que nos transmite el episodio es tardía, tiene visos de verosimilitud. Así lo indican historiadores como Jaime Alvar, catedrático de la Carlos III. Parece claro que en Sevilla se adoraba a Salambó, que es probablemente un apelativo de Astarté, cuyo culto está documentado desde muy antiguo en Sevilla gracias al yacimiento del Carambolo. Como sabe, ambas mártires fueron ejecutadas por negarse a rendir culto y destruir una imagen de Salambó.

–Cuénteme más del primer cristianismo sevillano.

–Una tesis de 2008 realizada por Daniel González Acuña, Forma Urbis Hispalensis, defiende que fue en los siglos V o VI, aproximadamente por el obispado de San Isidoro, cuando se traen a Sevilla las columnas de la calle Mármoles, que es por donde estaría el foro de la antigua Hispalis. Las columnas son de granito egipcio y de fuste único, algo que no era normal en un templo provincial, sino más bien de otro de corte imperial. Muy probablemente son las que trajo Adriano para hacer el Traianeum de Itálica. Aunque González Acuña no lo afirma en su tesis, estas columnas, una vez trasladadas a Sevilla, pudieron formar parte de la catedral de San Vicente.

–La famosa catedral que aún no ha encontrado la arqueología.

–Ahora hay obras por la zona. A ver si dan algún tipo de información.

–Los mártires del primer cristianismo han producido bastante literatura y cine.

–Lo cierto es que hay pocos mártires cuya historicidad esté cien por cien comprobada. Las persecuciones son un tema muy cuestionado hoy en día.

El cristianismo dejó de ser muy plural cuando se convirtió en la religión oficial del Imperio Romano

–¿De veras?

–Persecuciones generales sólo hubo en el siglo III, como las de Decio o Diocleciano, la más amplia de todas. Me refiero a que el Estado romano como tal persiguiese por ley a los cristianos. La de Nerón es una persecución local a unas personas a las que se acusa de un incendio. De Trajano no hay constancia de una persecución real, pese a la carta a Plinio en la que dice que hay que ejecutar a los cristianos si se confiesan como tal. Hay ejecuciones, insisto, locales, como la del hermano y el primo de Jesús... pero todo esto lo termina parando Adriano. Ahora bien, las persecuciones del siglo III fueron brutales.

–El cristianismo primitivo era un fenómeno muy plural y complejo.

–En el mundo antiguo anterior al triunfo de Constantino no existía el dogma, lo que había eran diferentes corrientes filosóficas que interpretaban las cosas de distintas maneras. Esto pasaba tanto en el judaísmo como en el cristianismo. Cuando el historiador Flavio Josefo habla de saduceos, fariseos y esenios no se refiere a sectas religiosas, sino a escuelas filosóficas. Las corrientes cristianas eran corrientes de filosofía. Lo primero que sorprende cuando estudias la historia del cristianismo es la gran pluralidad que existía en los orígenes, corrientes judeocristianas, gnósticas... No son dogmas, sino aproximaciones a la realidad metafísica del más allá. La palabra hereje viene de la misma palabra griega para denominar a las escuelas de filosofía. ¿Cuándo deja de ser plural el cristianismo? Cuando se convierte en la religión oficial del Imperio Romano.

–Usted es un especialista en los manuscritos del Mar Muerto, cuya sola mención dispara todas las fantasías.

–El problema de los manuscritos del Mar Muerto es que quienes los descubrieron ejercieron un estrechísimo control sobre estos e impidieron la participación de otros investigadores. Ese secretismo animó todo tipo de especulaciones, como que hablan de Jesús y el Bautista.

–¿Y de qué hablan de verdad?

–Son manuscritos judíos de libros, muchos de ellos bíblicos, que pertenecieron a esenios que vivían en la zona del desierto. Las reglas de los esenios tenían algunas similitudes con el cristianismo primitivo, fundamentalmente el de Lucas, con la entrega de bienes a la comunidad, el ascetismo, etcétera... Estamos hablando de una época en la que el judaísmo tampoco era dogmático y se leían libros muy diversos. Los manuscritos se guardaron en vasijas para miel datilera, porque en Qumran había una fábrica de este producto. Arqueólogos israelíes han demostrado que aquello no era un monasterio, como se había creído en un principio, sino una aldea con dos fábricas, una de miel y otra de cerámica. Lo más probable es que los rollos se escondiesen durante la primera guerra judeo-romana.

–¿Cuál es el error más común cuando hablamos del cristianismo primitivo?

–Que en aquel momento el cristianismo es una religión distinta y diferenciada del judaísmo; que Jesús vino a fundar una nueva religión o que Pablo fue el verdadero creador del cristianismo. Ni Jesús ni Pablo hablaron jamás de cristianismo, palabra que no aparece hasta el siglo II con Ignacio de Antioquía. Lo que hizo Jesús –y Pablo apoyó– fue crear una filosofía particular dentro del mundo judío, pero extrapolable al mundo gentil.

–Cambiemos de tercio. Usted es autor de dos novelas históricas: ‘Trova a la reina’ y la recién publicada ‘Memorias de un cantonalista andaluz’. Es curioso, porque normalmente los historiadores desdeñan este género.

–El problema que tenemos los historiadores con la novela histórica es cuando se cometen errores graves y anacronismos. La verdad es que yo leo poca novela histórica, sólo las de autores de mucha garantía, como Marguerite Yourcenar y sus Memorias de Adriano.

Durante el Sexenio, en Sevilla se defendió un cantón andaluz, un ente autónomo con capacidad de legislar

–Lo llamativo es que las dos novelas que ha escrito están ambientadas en la Edad Media y el siglo XIX, que no son las épocas de su especialidad. En la última, trata la figura de un personaje del Sexenio Revolucionario, Blas Enrique Giménez. ¿Quién era?

–Era mi tatarabuelo y fue abogado y diputado provincial en la I República durante la época del cantonalismo. Esta novela, en parte, es también un homenaje a mi padre, a quien le gustaba mucho estudiar la historia de la familia. A partir de las cosas que mi padre había investigado sobre el personaje quise profundizar en un periódico histórico que es tan interesante como desconocido. En Sevilla, el mayor especialista es Eloy Arias. Por ejemplo, casi nadie sabe que en la revolución de 1868 en Sevilla, el Partido Demócrata (que luego sería el Republicano Federal) salió a la calle con una pancarta que ponía “Cantón Andaluz”. Todos, inclusos los profesores, tenemos una idea del cantonalismo como agente disgregador: el cantón de Málaga, el de Granada... Pero aquí en Sevilla se defendió la unión de toda Andalucía en una entidad autónoma con capacidad legislativa.

–No siga hablando que como le escuche Juanma Moreno le hace consejero de algo.

–Estoy encantado con la deriva de Juanma Moreno y lo del 4-D.

–Entiendo, pues, que es usted andalucista.

–Sí, pero no militante. Creo en un andalucismo que es compatible con la unidad de España.

–Volvamos al XIX.

–Fue un siglo muy duro. En 1868, Sevilla tenía más industria y más población obrera que Madrid. Era la segunda ciudad industrial de España, sólo por detrás de Barcelona. ¿Qué pasó? Que triunfó el centralismo, Madrid se enriqueció y Sevilla se hundió. El daño que le hizo el centralismo a Sevilla fue terrible. Y esto es muy poco conocido. Más divulgado ha sido el caso de Málaga, cuya industria siderúrgica fue perjudicada para favorecer a la del País Vasco. Andalucía era librecambista y si aquí hubiesen llegado los barcos ingleses cargados de carbón de hulla, que era mucho mejor que el asturiano, y se hubiesen llevado productos andaluces como vino, aceite, plomo y cobre, hubiésemos hecho unos negocios magníficos... Y la siderurgia malagueña habría prosperado. Pero esto no le interesaba ni a Cataluña ni al País Vasco, y el Gobierno central apoyó sus intereses por tenerlos más tranquilos y callados tras las guerras carlistas.

Es increíble que en Sevilla no tengamos un museo de escultura como el de Valladolid

–Háblenos un poco más de su antepasado.

–Vino de Almería a estudiar con una beca, porque era hijo de campesinos. Estudió Filosofía y Letras y Derecho, lo mismo que Antonio Machado Álvarez, Demófilo, el padre de los hermanos Machado. Lo curioso es que el nombre en la masonería de Blas Enrique Giménez fue precisamente Demófilo. Los dos personajes estudiaron juntos, lo que me sirvió para especular con una amistad y vincularlos con el mundo del flamenco. Así los podemos ver de parranda por los cafés cantantes que tan de moda estaban en la época. También toco el origen de la Feria y, en general, esa Sevilla que culturalmente fue tan potente. Fue aquí y en esos años cuando, en el salón Oriente, creo recordar, se usó por primera vez en un cartel la palabra flamenco para referirse al baile y al cante. También reflejo en la novela la política en la Diputación, de la que el protagonista es archivero. Las diputaciones provinciales eran muy relevantes en aquellos momentos y de ellas dependían los institutos de bachillerato o la sanidad. Es decir, lo que hoy consideramos los pilares del Estado del Bienestar.

–Demos otro salto. Me han llamado la atención sus trabajos sobre Manuel Echegoyán, uno de los grandes escultores sevillanos del siglo XX.

–Siempre he estado muy vinculado al arte contemporáneo. Durante un tiempo fui asesor cultural de la Fundación Caja Rural del Sur, antes de la crisis de 2008. Además fui director artístico de la galería GP13, en Jesús del Gran Poder. Comisarié la exposición que se hizo de Echegoyán en el Alcázar. También la de Antonio Cano, el autor del monumento a Elcano, frente al Costurero de la Reina, que se celebró en la Casa de la Provincia y la de Los orígenes de la pintura abstracta sevillana.

–Es una pena lo desconocidos que son los relieves de Echegoyán que se encuentran en el edificio sindical del Puerto .

–La hizo como una especie de ejercicio de expiación después de la guerra, pues llegó a estar unos meses en un campo de concentración como republicano y sindicalista. En el mismo puerto tiene otra escultura más abstracta, estilo que introduce en Sevilla. Fue un artista muy renovador en la ciudad. Los relieves de los que usted habla yo los llevaría a un museo. Es increíble que en Sevilla no tengamos un museo de escultura como el de Valladolid, pese a la importancia que ha tenido este género en la ciudad, sobre todo en el Barroco. Además de Echegoyán y Antonio Cano, hay muchísimos escultores contemporáneos olvidados. Hace poco falleció Nicomedes Díaz Piquero y nadie lo recordó, pese a haber sido un gran escultor en los años 70 y 80.

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