“A Albares le achacaría sus prácticas autoritarias”
Alfonso López Perona | Diplomático
Este liberal confeso y “sevillano de adopción”, con una larga trayectoria en el Cuerpo Diplomático, imparte en la actualidad clases de geopolítica en la Universidad Loyola “De mayor me gustaría ser sevillano serio” “El amor pasa, el ajo permanece”
No hay duda de que estamos ante un diplomático de pura cepa. Alfonso López Perona (Madrid, 18 de febrero de 1956) se presenta a la entrevista en el Hotel Alfonso XIII perfectamente vestido y, en todo momento, se muestra afable y sumamente educado, combinando la cercanía y sinceridad con la discreción en sus opiniones. Los diplomáticos, como los militares, los curas y los toreros, nunca dejan de serlo. Liberal confeso y “sevillano de adopción” López Perona terminó su bachillerato en el colegio Portaceli y estudió Derecho en la Universidad de Sevilla. Ingresó por vocación en el Cuerpo Diplomático, en el que ha desarrollado una larga y fructífera carrera el servicio del Estado en países como Zaire, Perú, EEUU, la India, Argelia, Marruecos, Suiza o Portugal. En 2011 tuvo el honor de ser designado como embajador de España en Guinea Bissau. También ejerció como subdirector general de Programas de Cooperación de la Agencia Española de Cooperación Internacional y como subdirector general de América del Norte. Fuera de la diplomacia, fue jefe del Gabinete Técnico del Presidente del Tribunal Constitucional cuando su presidente era Pedro Cruz Villalón. Ya jubilado, en la actualidad es profesor asociado de la Universidad Loyola de Sevilla.
Pregunta.–¿Ser diplomático sigue siendo como un título de nobleza?
–El cuerpo diplomático ha experimentado los mismos cambios que toda la sociedad española en las últimas décadas. Cuando yo entré en la carrera el listado de diplomáticos estaba lleno de títulos nobiliarios; ahora queda alguno, pero muy pocos. Es cierto que la carrera estaba reservada a una elite social e intelectual, pero ya en la época de Franco empezó a cambiar. El cuerpo diplomático en el que yo entré en 1984 y el actual son sustancialmente diferentes. El actual ministro de Exteriores, José Manuel Albares, que es diplomático de carrera, es de una familia de clase media, como yo.
P.–Ya que ha salido el nombre de Albares… Dicen que hay cierto malestar entre los diplomáticos por sus formas de proceder. ¿Es eso cierto?
–Sí, es verdad. Se han violentado ciertas costumbres y maneras de proceder del cuerpo diplomático. Conozco a Albares desde hace muchos años, pero le achacaría sus prácticas autoritarias, no estamos acostumbrados a ciertas formas. Lamento tener que decirlo, pero es cierto. En la diplomacia es muy importante la experiencia. Hay que saber muchas cosas que no se aprenden en los libros, pero sí con la práctica. Y esa es una de las cosas que se están minusvalorando en estos tiempos.
P.–Famoso es el caso del cese del embajador en Bélgica, Alberto Antón. Dicen que fue por quedarse dormido en un discurso de Albares. Algo, por otra parte, de lo más disculpable.
–Muy amigo mío y gran diplomático. Pero no sé si esa fue la verdadera razón de su cese. Y si lo fue me parece absolutamente sin sentido. No puedo decir otra cosa.
Don Antonio Fontán era una gran figura cuyo modelo intelectual era Cicerón
P.–Usted perteneció a un grupo de jóvenes liberales que orbitaban alrededor de la figura de Joaquín Garrigues Walker, un personaje muy olvidado hoy en día.
–Joaquín no llegó a más porque se lo llevó el cáncer, pero fue ministro con la UCD. Era un líder y un hombre carismático, con una experiencia personal que derivaba de haber vivido en EEUU, que en aquella época estaba a una distancia sideral de España en muchos sentidos. Esto le daba un mundo y una aproximación a las cosas que aquí no existía. Junto a él estaba el sevillano de pro don Antonio Fontán, que además de ministro fue presidente del Senado, y al que traté muchísimo. En parte porque era muy amigo de su sobrino, el abogado sevillano Antonio Fontán Meana. Don Antonio era una gran figura cuyo modelo intelectual era Cicerón, una combinación entre intelectual y político. Le tenía una gran admiración.
P.–¿Se sigue considerando un liberal?
–Sí, me considero un liberal-conservador o un liberal clásico, como prefiera. Pero más allá de estas etiquetas, todos los liberales tenemos en común, independientemente de las opiniones concretas sobre determinados asuntos, la creencia en el pluralismo, el diálogo como forma de entendimiento humano, el respeto a otras personas en sus opiniones, religión, raza, orientación sexual…
P.–¿Un talante más que una ideología?
–Es una ideología que tiene que ir acompañada de un talante. Joaquín Garrigues, que tenía mucho gracejo, me comentó que en un almuerzo en la embajada de España en Londres cuando Fraga era embajador, éste le dijo: “Mira Joaquín, yo soy un liberal, pero un liberal de los que fusilan”… Hombre, el general Espartero era un gran liberal y practicó lo del fusilamiento, pero ya más modernamente no tendemos a fusilar. Hay liberales más conservadores y otros más progresistas… Yo me considero un liberal dentro del respeto a la ley, para mí es fundamental el Estado de Derecho.
P.–Pese a la importancia casi absoluta que tuvo el liberalismo en la construcción del Estado Español contemporáneo, después de Sagasta ha sido imposible que triunfe un partido bajo este título.
–El Partido Liberal de la Restauración acabó porque empezaron a salirle ramas a derecha e izquierda, de manera que quedó sin mensaje y desdibujado. Los más a la derecha se unieron al Partido Conservador y los más a la izquierda al reformismo deMelquíadess Álvarez o se hicieron republicanos… Es curioso como han fracasado las operaciones centristas de las últimas décadas: UCD, el Partido Reformista, UPyD o Ciudadanos. Esto se puede deber a que las personas que las han impulsado no han acertado (es claramente el caso de Ciudadanos) o a que no hay un electorado para esta opción
P.–¿Se puede decir que el liberalismo se encuentra hoy en el PP?
–Sin duda es una corriente que existe en el PP, aunque no es la mayoritaria. Ya quisiera yo que también estuviera en el Partido Socialista, como sí lo estuvo en algún momento con personalidades como Miguel Boyer o Tomás de la Cuadra Salcedo… Eran liberales de izquierdas. No es el caso del PSOE de hoy.
P.–Hoy en día, una de las cosas peores que te pueden llamar en política es “neoliberal”.
–Bueno, hay cosas peores... El problema del neoliberalismo es que está cargado de doctrinarismo. El liberal auténtico tiene que dejar cierto margen a la flexibilidad y el pragmatismo. En cualquier idea política, el doctrinarismo es malo. La realidad es mucho más amplia que una ideología, que nunca puede ser una verdad revelada.
P.–Hablando de verdad revelada. La reciente muerte del Papa ha demostrado que España sigue siendo un país católico, al menos sentimentalmente.
–Rudolf Otto, en su libro Lo santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios, nos cuenta cómo hay varias formas de acercarse al fenómeno religioso, pero la emotividad es una de las más poderosas. No creo que tenga que hacer mucho hincapié sobre esta idea en una ciudad como Sevilla. Somos seres racionales, pero también emotivos. Algunos intentamos que la racionalidad prime sobre la emotividad, pero sin negar ese fenómeno real que hay aceptar. España tiene un fondo emotivo sin el que es difícil comprender algunas cuestiones.
Cuando era embajador en Londres, Fraga le dijo a Garrigues: “soy liberal, pero de los que fusilan”
P.–Actualmente, usted da clase en la Universidad Loyola.
–Sí, como profesor asociado. El semestre pasado di un curso de análisis de política exterior y este año otro de geopolítica, disciplina que ahora está muy de moda. Hay un eterno retorno de la geopolítica. Estuvo muy demonizada en los estudios internacionales porque se asociaba a la geopolítica nazi, al “espacio vital” y ese tipo de cosas. Pero es algo mucho más amplio y menos ideológico.
P.–Hace poco el Gobierno nos sorprendió con una de sus soflamas sin matices contra las universidades privadas, escudándose en que hay algunas que no tienen la calidad deseable.
–Para un liberal es muy difícil defender otra cosa que no sea la libertad de enseñanza a todos los niveles. Las universidades más prestigiosas del mundo son, en su inmensa mayoría, universidades privadas. La universidad privada es una necesidad y una libertad. El control de calidad de los poderes públicos ya se viene ejerciendo desde hace tiempo, y que convivan ambos sistemas, el público y el privado, es lo lógico en un país libre. Para mí que el Gobierno solo ha querido hacer un guiño para enardecer a su clientela.
P.–El gran tema de hoy es el enfrentamiento entre China y EEUU. ¿Ha comenzado ya la guerra del Pacífico que se lleva anunciando desde hace tanto tiempo?
–Es difícil saberlo. En EEUU hay una enorme preocupación por la competencia de China. Ha sido admirable la forma en que este país ha resurgido en los últimos cuarenta años. China ha desarrollado una política global ambiciosa con su estrategia “One Belt, One Road” (una franja, una carretera), también conocida como Nueva Ruta de la Seda. Actualmente, China tiene intereses económicos importantísimos en todos los continentes. Incluso, ha amagado con controlar el Canal de Panamá, una vía fundamental para conectar las dos fachadas marítimas de los EEUU. Es difícil saber cómo va a evolucionar esta competencia.
P.–Pero más allá de Trump, sería muy negativo que el pulso lo ganase China, un país con valores claramente antidemocráticos.
–Esperemos que la confrontación la gane el mundo occidental y democrático. Pero me parece bien hablar con China y establecer buenas relaciones, siempre que se tenga muy claro que es un país autoritario que tiene apetitos expansionistas, al menos en lo económico. Es un fenómeno que hay que seguir muy de cerca y, sobre todo, defender nuestros intereses. No hay que ser ingenuos en este asunto.
P.–Marruecos inquieta últimamente y muchos no entendemos la forma de actuar del Gobierno al respecto. Su bandazo en el asunto del Sahara ha sido especialmente preocupante.
–El cambio de la política española en Marruecos se produjo cuando la desacertada decisión de acoger al presidente de la República Árabe Saharaui Democrática, Brahim Gali, en un hospital español.
P.–¿Pero un error justifica tal bandazo? ¿Qué pasó?
–El Gobierno marroquí se ha movido con habilidad. Además, tienen formas de presionar a España muy eficaces, admitámoslo.
P.–¿Con movimientos migratorios?
–Por ejemplo. El asunto hay que verlo con perspectiva histórica. Marruecos ya estuvo presente en el origen remoto del cambio de la Monarquía a la República en 1931, que no se entendería sin el golpe previo de Primo de Rivera, que fue motivado por la cuestión de las responsabilidades de Annual. Cuando la Marcha Verde, Marruecos contó con complicidades internacionales muy importantes, como ahora. Es el caso de EEUU y Arabia Saudí. El toro marroquí tiene una lidia muy complicada.
P.–Nuestras deterioradas relaciones con EEUU actualmente no pueden traer nada bueno en esta cuestión.
–Como país, EEUU aprecia enormemente la coherencia y la continuidad. Quieren saber de quién fiarse y hasta qué punto. Los bandazos no le gustan. Sin embargo, en nuestras relaciones con EEUU pasamos del casi forofismo de Aznar a la ducha fría de Zapatero… hasta nuestros días.
Está muy bien que se tengan buenas relaciones con China, siempre que se tengan en cuenta sus apetitos expansionistas
P.–En Iberoamérica, hemos pasado de la luna de miel de las Cumbres Iberoamericanas del felipismo a unas relaciones muy enrarecidas. Parece que España no pesa en la zona y recibimos provocaciones de patio de colegio, como hemos visto en México.
–El populismo requiere de chivos expiatorios y enemigos. Resulta sumamente ridículo que una presidenta que se llama Sheinbaum, un apellido que no es precisamente maya, recurra en su toma de posesión a unos sortilegios de unas hechiceras tradicionales indígenas... Pero los diplomáticos tendemos a ver las cosas con distancia y escepticismo. España sigue siendo un país influyente en Iberoamérica. Allí tenemos intereses económicos muy importantes y, por tanto, somos de esos países que cuentan. Ahora bien, el fervor iberoamericanista de las cumbres se ha pasado.
P.–Fue embajador de España en Guinea Bissau. Da la impresión de que solo llegan noticias negativas de este continente.
–Es cierto que África es un continente sumamente conflictivo. Creo que sus independencias fueron, quizás, un poco precipitadas. Hay algunos desarrollos positivos, pero son lentos. Lo cierto es que hay pervivencias de problemas como las pandemias, la desnutrición o el terrorismo que incluso llegan a países como Nigeria, que es la principal potencia demográfica de África y un gran productor de energía. En casos como el Congo, que fue mi primer destino, se ha retrocedido con respecto a los años 80, cuando estaba el mariscal Mobutu. Hay países que han caído en el estado fallido. Poner solución a esto es muy complicado.
P.–El Sahara sigue muy presente en la sociedad española, pero hemos olvidado completamente a Guinea Ecuatorial.
–Siempre estuvo un poco olvidada. Nos hemos alejado de ellos y viceversa. Es un país que juega diversas barajas de una manera curiosa, pertenece al mismo tiempo a la lusofonía, a la francofonía, a a las conferencias iberoamericanas... en fin, se apuntan a todo. La primera vez que yo fui a Malabo me sorprendió y apenó encontrarme una ciudad bonita y muy española, aunque muy abandonada. Se caía a trozos. No se había hecho una obra desde la independencia.
P.–Fue jefe del Gabinete Técnico del Presidente del Tribunal Constitucional. No es el puesto donde te esperas encontrar a un diplomático.
–Pues ha habido varios. Serví con un gran presidente y sevillano, Pedro Cruz Villalón. Yo intervenía en todo lo que tenía que ver con el aspecto institucional, algo que es muy importante en el Tribunal Constitucional.
P.–La percepción es que el TC es un campo de batalla político.
–El TC tiene una función importantísima, ya que debe dirimir cuestiones muy complicadas, más en un Estado como el nuestro tan complejo, con continuos conflictos entre el Gobierno central y las autonomías. Como todo órgano jurisdiccional es importantísimo cuidar su independencia y su prestigio.
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