Juan Villegas Martín | Profesor de Francés e investigador

“La cofradía que les gustaba más a los viajeros franceses era el Santo Entierro”

  • Acaba de publicar ‘La Pasión francesa’, un ameno recorrido por la visión que escritores y periodistas francófonos tuvieron de la Semana Santa sevillana durante los siglos XIX y XX

Juan Villegas, durante la entrevista.

Juan Villegas, durante la entrevista. / Antonio Pizarro

Aunque es de la parte de Huelva por los cuatro costados (nació en San Juan del Puerto, reside en Cartaya y enseña francés en el Instituto de Lepe), Juan Villegas Martín (1964) tiene una vieja relación con la Semana Santa de Sevilla, que se forjó gracias a sus años universitarios y a los paseos con Ginés Riquelme, antiguo veterinario de la Plaza de Toros de la Maestranza y pariente de su mujer. Fruto de muchos años de investigación es su libro ‘La Pasión francesa. La Semana Santa de los viajeros francófonos’, recién salido del horno de la editorial El Paseo, un amenísimo recorrido por la visión de los gabachos sobre uno de los acontecimientos más importantes de la ciudad. Investigador incansable y autor de un centenar de artículos de temas históricos, Juan Villegas pertenece a esa noble estirpe de los investigadores locales, fundamentales para el mantenimiento de la cultura y la historiografía en el ámbito provincial. Otros temas en los que ha trabajado, además de la religiosidad popular, son las fortificaciones costeras, la evolución de los señoríos onubenses o la historia de las mentalidades. Es licenciado en Filología Románica por la Universidad de Sevilla y máster en Historia Comparada por la de Huelva.

–Profesor de Francés en el Instituto de Lepe y residente en Cartaya, ¿pero tiene predilección por alguna hermandad sevillana?

–Por las Siete Palabras. Su Cristo antiguo está actualmente en Cartaya. Durante un tiempo estuvo en la capilla del cementerio de Cartaya, prácticamente abandonado. Unos amigos interesados por el patrimonio conseguimos trasladarlo a la iglesia. Es un Cristo de papelón del siglo XVII.

–¿De papelón?

–Cartón piedra, digamos. Lo hicieron así para que fuese menos pesado.

–El título de su libro es ‘La Pasión francesa’. Uno piensa en cualquier cosa menos en Semana Santa.

–Fue idea del editor, David González, de El Paseo. En principio yo lo titulé El extranjero de Pascua, porque es la expresión que usaba Peyré para definir a los franceses que visitaban Sevilla durante la Semana Santa. Pero David, que sabe mucho más que yo de esto, me recomendó el de La Pasión francesa. La Semana Santa de los viajeros francófonos.

–¿Cuál es la visión de los franceses sobre este fenómeno?

–Depende de cada uno. No es una visión unitaria. Hay de todo. Algunos lo captan muy bien, aunque habría que hacerse una pregunta: ¿cuál es la realidad, la que vemos los de aquí o la que ven los visitantes?

Exbrayat escribió una novela policiaca de la Semana Santa en la que el protagonista era un agente del FBI nacido en San Juan de la Palma

–Antes, cuando le estábamos haciendo las fotos en la Plaza de la Magdalena, me comentó que era el lugar favorito de los viajeros franceses.

–En la antigua plaza del Pacífico (así se llamaba entonces) estaba el Hotel de París, que es donde se alojaban los viajeros franceses más conocidos. En la otra esquina, en la que se unen las calles San Pablo y Méndez Núñez, estaba el hotel Madrid, también uno de los favoritos de estos visitantes. La salida de Méndez Núñez a la Magdalena es la que sale en la famosa película de los hermanos Lumière en la que se ve venir el paso de Jesús de las Penas. Todo está muy cambiado. De aquella época ya sólo queda la fuente.

–¿Y a todos estos franceses les gustaba la Semana Santa?

–Como decíamos, hay de todo. Algunos venían sobre todo para ver la obra de Murillo y se llevaban un gran chasco cuando se daban cuenta que, por ser Semana Santa, los museos estaban cerrados. Otros se limitan a sentarse en los palcos de la Plaza de San Francisco y aguantar el tirón de todas las hermandades sin moverse. Se aburrían tremendamente. Por ejemplo, los hermanos Tharaud, dos escritores, se llevan una gran decepción. Dicen que todo es una gran mascarada y que el sentido religioso estaba perdido, aunque salvan la imagen del Gran Poder. Sin embargo, el periodista Pierre Plessis afirmaría años después que los Tharaud no se habían enterado de nada. De hecho, algunos franceses advierten que la Semana Santa no se puede ver en la Carrera Oficial, que no es más que un teatro donde sólo están la gente bien, las autoridades y los extranjeros, pero no el pueblo de Sevilla. Recomiendan ver las cofradías en los barrios.

–Es decir, que hubo algunos que sí entendieron el asunto.

–Sí, aunque otros... Algunos creían que no había varias cofradías, sino una sola. Era el resultado de verlas todas en la Carrera Oficial. Hablan de “la procesión de Sevilla”.

–¿Qué cofradías le llaman la atención a estos viajeros franceses?

–Durante la segunda mitad del siglo XIX, sobre todo el Santo Entierro. Creo que ese gusto está muy influido por los Santo Entierro Magnos promocionados por los Montpensier. Eran procesiones con muchísima variedad, con figuras bíblicas, la canina... También citan mucho El Silencio, que incluso lo confunden con el Gran Poder. Hay una imagen de El Silencio muy conocida de Gustave Doré que en el pie de foto pone Nuestro Padre Jesús del Gran Poder. Este error se fue trasmitiendo a otros autores, hasta que llegó uno que se dio cuenta y lo rectificó. Doré vino a Sevilla durante su viaje por España con el barón Davillier.

–¿Hacia dónde evolucionó ese gusto?

–En los últimos años del XIX ya empezó a despuntar la Semana Santa más popular, especialmente la Macarena y su barrio. En el siglo XX se fijaron mucho en la Amargura, porque era la cofradía de Joseph Peyré, el de La Pasión según Sevilla. Peyré tiene dos novelas anteriores que, aunque son de tema taurino, se meten muy a fondo en la Semanas Santa: La Torre del Oro y Guadalquivir.

–Novelas se debieron escribir unas cuantas.

–Hay una muy curiosa del género policíaco que se titula La nuit de Santa Cruz, de Charles Exbrayat. La acción transcurre con las cofradías en la calle...

–Un poco como ‘Nadie conoce a nadie’, de Juan Bonilla.

–Sí, un poco eso pero en 1957. Hay cuatro nazarenos que atacan al protagonista, que es un detective del FBI que había nacido en el barrio de San Juan de la Palma, pero estaba trabajando en Nueva York... Toda una historia.

Con la Semana Santa los Montpensier se montaron a un caballo que ya estaba empezando a tirar

–A ver si se anima alguien a editarla en español.

–La editó en 1962 la editorial Juventud. Los capítulos se titulan como los días de la Semana Santa: Sábado de Pasión, Lunes Santo, etcétera. Por cierto, otra de las imágenes muy populares entre los franceses es El Cachorro, al que uno lo nombra como le petite chien (el pequeño perro). Otro, al interpretar el nombre dice que viene de “¡Qué chorro!”, por sangre que mana del costado del Cristo. Sin duda debió de ser una interpretación popular que el autor recogió sin ninguna crítica.

–Ya ha salido el Duque de Montpensier. Me imagino que durante su época vendrían muchos franceses a Sevilla.

–El primero de todos fue Antoine de Latour, que había sido preceptor del duque y, después, su primer secretario. Escribe varios libros sobre Andalucía y Sevilla en los que toca la Semana Santa con mucha profundidad. Él cogió la Semana Santa en un momento muy interesante, el de los grandes cambios de la segunda mitad del siglo XIX. Los años anteriores habían sido complicados: las reformas que hicieron los ilustrados, la invasión francesa, los años del Trienio Liberal... Hasta los años 50 del XIX no empieza a revitalizarse el fenómeno de las cofradías. Rafael Jiménez Sampedro, en su libro sobre las cofradías en el XIX, demuestra como en las décadas de los 20, 30 y 40 hay un bajón enorme, pero después empezaron a remontar. Es cuando se refunda Montserrat...

–Con el apoyo de los duques.

–Quizás eso habría que ponerlo en solfa. Yo creo que los Montpensier se subieron a un caballo que ya estaba empezando a tirar. Hay un detalle que yo creo que es fundamental. Cuando el propio De Latour habla de Montserrat, que es la cofradía que se dice que fue rehecha por los duques, afirma que quiénes la han revitalizado son los comerciantes de la ciudad, no los Montpensier. Que eso lo diga su propio y fiel secretario...

–El duque también fue muy de la Carretería, ¿no?

–Sí, pero tampoco sale de una manera tan explícita en los escritos de De Latour. Es sí, habla de las muchas limosnas y donaciones que los duques daban a las hermandades.

–Más allá de las imágenes y el arte, ¿qué le llama la atención a los franceses de la Semana Santa sevillana?

–La exterioridad del culto, los ritos en plena calle. Hay que pensar que la iglesia francesa había pasado por todas las revoluciones del XIX y Francia se había descristianizado. Allí el culto se celebra sólo dentro de las iglesias y apenas se concibe lo que ven en Sevilla, donde la calle es el templo. Vienen muchos abades: Corblet, Postel, Chauvierre, Bernard... Entre ellos se observan dos tendencias: los que ven que es fantástico que exista un país donde el cristianismo está tan presente; y los que consideran algunas de las cosas de la Semana Santa como blasfemas. ¿Qué es eso de vestir a las imágenes y “bailarlas”? ¿Qué es eso de que los costaleros vayan borrachos? El tema de la ebriedad de los costaleros es permanente, y les llamaba mucho la atención que parasen la procesión para entrar en las tabernas y los café cantantes. Incluso hay quien dice que la ebriedad de los costaleros se notaba en el andar del paso. A los franceses les llama la atención cómo se mueven los pasos, alguno dice que le parece un insecto enorme con muchas patas. Muchos critican el ambiente popular y que la gente le hable a las imágenes como si fuesen de la familia. Otros, sin embargo, lo alaban.

–Es la base de la religiosidad popular andaluza.

–También les llama mucho la atención (como a muchos de nosotros) la falta de cronología, el que pueda salir un crucificado el Domingo de Ramos y el Jueves Santo salga un nazareno con la cruz al hombro. O que la gente encendiera los cigarros en los cirios de los nazarenos e, incluso, en los candelabros de los palios, como se ve en algunos dibujos del pintor Eugène Gallois. Fue precisamente este artista el que dijo que una procesión por la noche es como una serpiente de fuego que se desliza por las calles, como después se vio en la película Semana Santa dirigida por Gutiérrez Aragón y producida por Juan Lebrón.

Uno de estos escritores franceses describe los pasos como insectos enormes con muchas patas

–¿Cuál es la mención francesa de la Semana Santa más antigua que recuerda?

–Que yo tenga localizada la de un boticario del ejército de Napoleón, Sebastien Blaze, cuyas memorias están editadas por Renacimiento. Había c aído prisionero en la batalla de Bailén y lo pasó fatal en el barco prisión de la Bahía de Cádiz. Consiguió llegar por el río a Sevilla, que estaba ocupada por los franceses. Asistió a las procesiones en 1810 y escribió que José Napoleón estuvo presente en las mismas. Esto llama la atención, porque la versión sevillana siempre ha sido que José Napoleón se había quitadode en medio y había despreciado a las hermandades. Blaze cuenta el miedo que tenían los franceses a que los nazarenos portasen armas y los atacasen.

–¿Y la obra fundamental?

–Hay cosas muy diferentes... podemos hablar de la famosa novela El flagelante de Sevilla, de Paul Morand.

–Un gran escritor sobre el que pesó mucho tiempo la losa de haber pertenecido a la Francia de Vichy.

–Fue íntimo amigo de Romero Murube y llegó a Sevilla medio exiliado. En su obra mezcla la Semana Santa que él ve en los cuarenta, la de los antiguos flagelantes que habían desaparecido con Carlos III y el tema de los afrancesados en época de Napoleón. Con todo eso hace un batiburrillo y crea un personaje, don Pablo, antiguo afrancesado, que no deja de ser un trasunto del propio Morand. Lo más curioso es que se inventó una cofradía, La Gran Disciplina, que hacía la carrera oficial entre la Macarena y el Gran Poder.

–¿Qué más novelas hubo?

–Son curiosas dos novelas folletinescas. La primera es La Pamplina, de André Théuriet, que cuenta la historia de una cantaora de los famosos café-cantantes, mujer fatal al estilo de la Carmen de Mérimée, que vuelve loco a un seminarista. Acaba trágicamente.

–¿Y la segunda?

–El amor que mata, de Félix Léonnec. Va sobre los amores de un potentado de la Macarena y una cigarrera que era de la Virgen de la Victoria. También acaba en tragedia.

–Hemos hablado poco de la visión de los clérigos franceses.

–Reflejan cosas muy interesantes que ya ha desaparecido, como la Fiesta de los Corderos.

–¿En qué consistía?

–El Domingo de Resurrección se celebraba una feria en la Puerta de la Carne, junto al antiguo matadero, en la que se les compraba a hijos y ahijados un corderito. Esto duró hasta los años 30 del siglo XX. Tuvo que ser algo muy general. En San Juan del Puerto se celebra el mismo día una rifa de los borregos. También se daba en Sevilla la matanza de Judas, que sigue existiendo en algunos pueblos, como Hinojos. En las calles populares se ponían monigotes que representaban a Judas y se les fusilaba o se les prendía fuego. También está perdida la ceremonia de la Seña, que consitía en que los clérigos tremolaban una bandera dentro de la catedral una serie de días de la Semana Santa. Por cierto, las banderas que hoy en día llevan los nazarenos en las procesiones también se tremolaban antiguamente. De hecho hay una película de la Macarena entrando por el arco en la que esto se ve perfectamente.

La gente encendía los cigarros en los cirios de los nazarenos y en los candelabros de los palios”

–Curioso. Dígame alguna ceremonia perdida más.

–Los campaneros de la Giralda el Domingo de Resurrección, en el repique, salían impulsados al vacío. Contaban que uno se cayó y no le pasó nada porque lo hizo encima de un burro.

–¿La prensa francesa solía recoger todas estas cosas?

–Dedicaba todos los años una o dos columnas que se titulaban invariablemente La Semana Santa de Sevilla. Los artículos más llamativos son los de la II República. Algunos creían que esta tradición no podría sobrevivir “al bolchevismo”.

–¿Contaba muchas falsedades?

–Algunas, como que la Canina del Santo Entierro es un esqueleto de verdad. El periodista Francis Carco llega a decir que a Joselito el Gallo, cuando murió, lo pusieron en el regazo de la Macarena, como si fuese una Piedad. Algunos ven al nazareno como un personaje truculento y lo identifican con la Inquisición. Otros se dan cuenta de la raigambre popular de la Semana Santa.

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