Camila Ferraro | Cocinera
“Un menú degustación es, al fin y al cabo, una sucesión de tapas”
Dan Kaplan | Músico
Parece un personaje de una película de Woody Allen: judío, neoyorkino y nacido en Brooklyn. Pese a que lleva en Sevilla desde 1986, es padre de béticos y tiene la doble nacionalidad, no ha perdido su acento de guiri. Llegó a la ciudad buscando maestros de la guitarra clásica y se quedó para siempre. Hoy es un sevillano más que vive en el Prado y despotrica de la turistificación. Perteneciente a la Iglesia de Dylan, al que en alguna ocasión ha comparado con Bach o Mozart. La música que toca con su grupo Krooked Tree bebe fundamentalmente del folk americano, el blues y el rock. Llega a la entrevista con gorra, gafas de sol y una camiseta en la que deja claro sus simpatías por Taylor Swift, cantante de hiperéxito que le ha descubierto su hija. Cuando se quita las lentes ahumadas deja ver unos ojos azul asquenazi que no tuvieron que desentonar en la universidad “progre” de Oberlin, en Ohio, donde estudió Música y Filológía. Ha compuesto música de acompañamiento para películas de cine mudo de Ford, Griffith, Chaplin y Murnau. Actualmente, en el Cicus, se puede ver la exposición de Curro González ‘En un modo melancólico: las animaciones con Dan Kaplan’, una cita obligatoria en el arranque de la temporada veraniega.
–¿De la misma Nueva York?
–Nací en Brooklyn, pero como mis dos padres eran periodistas nos mudábamos muy a menudo y nos fuimos a Washington DC. Después hice el instituto en el Bronx...
–El Bronx... eso suena a barrio duro y peligroso.
–No en la zona donde yo vivía, que era más bien un barrio burgués. El Bronx duro es el del sur, el que está pegado a Manhattan, pero nosotros vivíamos en la zona que está junto al río Hudson. Es otro mundo.
–Estudió en la Universidad de Oberlin, en el estado de Ohio. ¿Por qué ahí?
–Oberlin es una universidad pequeña dedicada a las artes liberales, pero tiene mucho renombre en el país. Fue la primera en admitir mujeres y afroamericanos. Formaba parte de la ruta de escape de los esclavos que se dirigían a Canadá. Allí les protegían de los cazadores de esclavos y les ayudaban a cruzar la frontera. Digamos que Oberlin tenía una tradición liberal, progre y, sobre todo, una muy buena escuela de música, una de las más importantes de EEUU.
–Además de música hizo Filología.
–Sentía verdadera pasión por Dostoyevski y Faulkner, aunque en la Facultad se estudiaba sobre todo literatura victoriana, Dickens... También me encantaba.
–Nada de español, me imagino.
–Casi nada. Algo Lorca y García Márquez. Cien años de soledad pegó muy fuerte.
–Llegó a Sevilla en 1986. ¿Cómo se le ocurrió?
–Vine a visitar a un amigo y en dos días me enamoré de la ciudad. Mi intención en España era estudiar guitarra clásica. Me apunté en el conservatorio e hice la carrera. Pero me di cuenta de que estaba más dotado para el folk y el blues, que tenía más que aportar en esos campos. La clásica la tengo más como una disciplina. Me encanta, pero no se me ocurriría actuar en un concierto.
–Entre la Sevilla pre Expo a la que llegó y la actual hay mucha diferencia.
–Yo creo que sí, aunque nunca se sabe si el que ha cambiado de verdad es uno mismo. Es difícil calibrarlo. Cuando llegué tenía una visión muy romántica de la ciudad. Los primeros años vivía en un sueño. Comparada con Nueva York, Sevilla era una ciudad segura, bonita y relajante. Era como vivir en el campo, en un pueblo grande. Yo vivía por la Macarena y en la azotea de al lado un señor criaba un gallo que cantaba por la mañana. Ya con el tiempo ves más los fallos y las carencias de la ciudad, pero me sigue encantando Sevilla. Nunca me he arrepentido de quedarme a vivir en esta ciudad. Me gusta ir en verano a EEUU a ver a mi familia, pero no se me ocurre quedarme. Hace poco vendimos la casa que teníamo en Woodstock, el famoso lugar del festival hippie. Mis hijos pasaron sus veranos allí.
–El gran tema del que se habla ahora en la ciudad es el turismo.
–Es brutal, aquí y en todo el mundo. Vivo en El Prado e intento no venir al centro. No puedo con la masificación en los bares. Supongo que es bueno para la economía de la ciudad, pero se pasan. En algún momento habrá que controlarlo.
–Una de sus pasiones es el blues. En Sevilla siempre ha existido una minoritaria pero entusiasta afición.
–Ahí están grupos como la Caledonia Blues Band...
–Algunos apuntan a cierto paralelismo entre el blues y el flamenco. Ambos son dos géneros muy marcados por una minoría racial históricamente marginada: los negros y los gitanos.
–Eso es cierto. Ambas músicas emergen de culturas discriminadas. Gentes como Raimundo Amador y BB King han tocado juntos y fomentado esa conexión. Cuando uno escucha buen flamenco y buen blues se da cuenta del parecido que hay entre los dos. Son fórmulas aparentemente muy simples y uno se pregunta cómo usando apenas tres acordes se puede hacer una música tan variada. Ambas músicas tienen una expresión poética muy fuerte. Es difícil encontrar tanta intensidad en otros géneros.
–¿Cuántas guitarras tiene?
–No lo sabría decir exactamente... unas doce, alguna en casa de mi hermano en EEUU.
–¿Alguna favorita en el harén?
–Supongo que la Fender Telecaster. No es que sea nada muy excepcional, pero me gusta mucho.
–¿Es muy importante la guitarra que se usa en el resultado final?
–Sí, porque cada una tiene un tacto y un sonido. Pero mucho más en la guitarra clásica que en la eléctrica. En esta última, al fin y al cabo, son unas pastillas las que producen el sonido, y podrían ir montadas en cartón en vez de en madera y seguir sonando bien. Sin embargo, en la guitarra clásica la madera y la técnica de construcción son importantísimas. Son guitarras que están vivas.
–¿Algún lutier de referencia en España?
–En Madrid estaba Torres, cuyos descendientes siguen trabajando. En Granada, Marín.
–¿Y en Sevilla?
–La mejor escuela está en Granada. Cuando yo estaba metido en el mundo de la guitarra clásica, iban allí muchos holandeses y belgas a aprender la técnica y después se volvían a su tierra. De hecho, mi guitarra era de un holandés, Alejandro. Esa quizás fue mi guitarra favorita, pero muy a mi pesar tuve que venderla.
–¿Un bache económico?
–Sentía que no la estaba aprovechando en todo su potencial. Un alumno aventajado de Antonio Duro –uno de los grandes guitarristas clásicos de España– necesitaba una guitarra como esa y la lista de espera era de diez años.
–Un acto de generosidad.
–Bueno, me pagó bien. Alejandro era uno de los grandes lutiers, vivía entre Holanda y Torremolinos y murió hace poco.
–¿Cuál es su escuela de blues?
–Muddy Waters, Howlin’ Wolf... toda esa escuela de los años cincuenta y sesenta del Misisipi es fundamental. Para mí el blues negro es el blues de verdad.
–¿Puede cantar bien blues un blanco o un chino?
–Sí, Bob Dylan o Tom Waits son muy buenos cantantes de blues cuando lo hacen. Lo importante es tener profundidad artística.
–¿Y Eric Clapton?
–Es muy buen guitarrista, pero no tan buen cantante de blues.
–Ya ha salido uno de sus nombres icónicos, Dylan. Algunos dicen que canta mal.
–Este tema es muy importante. Para mí Dylan es un gran cantante, lo hace muy bien. Es como en el cante flamenco Chocolate. Evidentemente ninguno de los dos son cantantes de ópera, su cante tiene asperezas, pero tiene algo importantísimo: soul.
–Ángel...
–Los bluesmen no son cantantes finos, no siguen técnicas de afinación y belleza melódica... Dan más importancia a la expresión. Lo que les interesa es comunicar algo profundo. Dylan es capaz de cantar muy bien, como lo hace en su disco Nashville Skyline. Pero a Dylan no le interesa especialmente cantar bien, no es parte de su expresión. Tom Waits es parecido en este aspecto.
–Es curioso, porque Dylan ha hecho siempre lo que le ha dado la gana, nunca le ha importado lo que piensen los demás, pero ha seguido conectando con todas las generaciones.
–Es que es muy bueno y eso lo saben valorar todas las generaciones. Una de las principales características de todos los grandes artistas es que saben seguir su luz interior y no se preocupan de lo que opinen los demás. A Dylan lo mismo le da por el rock que por el godspel...
–Lo único por lo que no entra es por el hiphop.
–Hay gente que dice que Subterranean Homesick Blues es la primera canción rap de la historia.
–Algunos diagnostican que el rock está herido de muerte, que a la gente joven ya solo le gusta el rap o el reguetón.
–El rock sigue vivo. Es curioso, antes de venir aquí estaba viendo una entrevista a Bruce Springsteen y el periodista le hacía la misma pregunta. Es cierto que ya no estamos en la edad dorada del rock y que el género compite con muchos otros. Pero sigue habiendo gente que ama el rock y muchos músicos que no son rockeros sí son capaces de hacer buen rock de vez en cuando. Es el caso de Taylor Swift, a la que me he aficionado por mi hija. Es cierto que no es Led Zeppelin ni The Who, pero...
–¿Qué le gusta más, Taylor Swift o AC/DC?
–Me gusta más Taylor Swift de aquí a Lima. De AC/DC están bien algunos temas y seguro que disfrutaría escuchándolo, pero el heavy nunca ha sido mi rollo.
–Ha compuesto para varias películas clásicas de cine mudo (Chaplin, Ford, Griffith, Murnau). En verdad el cine mudo no lo era tanto. Solía acompañarse de música en directo.
–Siempre había gente tocando en las salas donde se proyectaban las películas. La primera que hice fue El caballo de hierro, de John Ford. El proyecto me lo propuso Carlos Colón, que era entonces el director artístico del festival de música de cine que había en Sevilla. Según me dijo Carlos, a Ford no le gustaba la música de cine para sus películas, sino introducir en ellas algún tema de folk americano. En sus obras hay banda sonora, pero muchas veces se encarga de que en el fuerte haya un soldado tocando la guitarra, y esa música es la que más llena la película. Lo que buscaba Carlos Colón es que yo tocase piezas de folk americano mientras se proyectaba El caballo de hierro, pero cuando vi la película decidí incluir, además de las canciones de ese repertorio, música instrumental propia que hilase la película y le diese fluidez. Fue algo que disfruté muchísimo. A partir de ahí la Filmoteca de Andalucía me propuso hacer El nacimiento de una nación, de Griffith. No fue fácil por el contenido racista de la película y por su larga duración.
–¿Y cómo lo solucionó?
–Incluí mucha música negra para demostrar su riqueza y, de alguna manera, contrarrestar el mensaje.
–Como músico mantiene su propio grupo de folk-rock Krooked Tree. Un proyecto un poco guadinesco, aparece y reaparece.
–Sí, llevamos ya unos 20 años y hemos sacado un par de discos. no soy un hombre muy ambicioso y no me gusta estar todo el día vendiendo la burra. El grupo me sirve para juntarme con diferentes músicos. El grupo lo componen también Juan Miguel Martín (bajo), Jesús Muñazurri (guitarra) y Fernando Jiménez (batería)
–Ahora, en el Cicus, se exponen tres animaciones de Curro González que llevan su música.
–Curro y yo somos amigos y, además, es Dylaniano como yo. Él lleva ya años haciendo animación, pero en la pieza central de esta exposición usa técnicas con las que no había trabajado antes. Ha abierto su propio abanico de posibilidades. Es como un juego de sombras e imágenes.
–También se ha dedicado a la educación musical, antes en el San Francisco de Paula y ahora en la escuela de música municipal de Los Palacios. ¿Es difícil?
–Es difícil hacerlo bien. Con el tiempo he ido aprendiendo a ser mejor profesor. No es fácil conseguir resultados, depende mucho de los chavales. Para que aprenda a tocar un instrumento, hace falta que el alumno se mantenga en la brecha, que insista. Una de las prinicipales misiones del profesor es intentar que el chaval no se aburra. La guitarra es una técnica difícil y no todo el mundo tiene la habilidad para tocarla.
–¿Le ha dado satisfacciones la enseñanza?
–Bastantes. Creo que tengo vocación. Sinceramente, empecé porque necesitaba una forma de ganarme la vida. Dedicarme a la enseñanza no era lo que quería en principio. Pero me di cuenta de que conecto con los chavales fácilmente. Es bonito ver como alguien que al principio crees que no va a ser capaz de tocar tres notas seguidas termina manejando un instrumento.
–¿Algún alumno destacado?
–José Calcedo. Cuando empecé con él tenía diez años y algunos problemas de coordinación con la mano, pero tenía buen oído. Le encantaba la guitarra y estudiaba como ninguno. Ahora está terminando el conservatorio superior y toca como solista en orquestas juveniles. Tiene un nivelazo. Sigue dando clases particulares conmigo, aunque no sé por qué, debería ser él el que me las diese a mí. Debe ser por la conexión humana.
–En 2007 estrenó la opereta titulada ‘Los Planetas’.
–La realicé con alumnos de la Escuela Municipal de Música de Estepa. La obra, con música cantada y tocada por los propios estudiantes, fue representada en varios pueblos y escuelas de música de la provincia (Santiponce, Arahal, Los Palacios, etc.) y premiada en el Festival de Teatro de La Rinconada. Lo único que puedo añadir sobre la experiencia de producir está opereta, es que me enseñó que cuando los alumnos conectan de verdad con una actividad musical, revelan recursos y habilidades insospechados.
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