Rafael Ruibérriz de Torres | Músico y gestor cultural
"El boom cofradiero está limitando mucho el repertorio de las bandas"
Ignacio Trujillo | Presidente de la Asociación Sevillana de Amigos de la Ópera
Es Ignacio Trujillo (Bilbao, 1969) una persona siempre sonriente y caballerosa, un ejemplo de esa clase profesional culta que es el sostén fundamental de toda ciudad europea que se precie. Licenciado en Derecho e Historia del Arte, Ignacio Trujillo nos recibe en su domicilio, un mirador privilegiado de la ciudad desde el que casi podemos tocar la mole de El Salvador. Vocal de Cultura del Real Círculo de Labradores, el entrevistado empezó a frecuentar la Asociación Sevillana de Amigos de la Ópera, que ahora preside, para acompañar a su padre, el hombre que le inculcó el placer por un género que históricamente tuvo una gran aceptación en Sevilla hasta el gran parón que va desde la Guerra Civil hasta los años 90, cuando se inauguró el Teatro de la Maestranza. Ignacio Trujillo representa el cambio generacional en la afición a la ópera de Sevilla, sangre nueva que quiere acercar este género musical a los más jóvenes, liberándolo de los sambenitos y los tópicos con los que carga para hacerlo más atractivo a las quintas del TikTok. Con sólo un pollo que deserte del reguetón y se pase a las triunfales y vibrantes mesnadas operísticas, el esfuerzo habrá merecido la pena.
–Imagino que en su gusto por la ópera sería fundamental su padre, el médico internista Francisco Trujillo, gran aficionado y socio fundador de la Asociación.
–En mi casa se escuchaba ópera continuamente. Mi padre se gastaba el dinero en música y en la tecnología para escucharla. De hecho, el amplificador de mi casa sigue siendo el mismo que él compró hace 30 años, un Pioneer espectacular; ponía la ópera en el salón y todos la escuchábamos, nos gustase o no. Me sé todas las arias importantes de memoria: Rigoletto, La Traviata… Tenía una discoteca fantástica que fue comprando en Casa Damas y la tienda de El Corte Inglés, ambas ya desaparecidas. Esos vinilos siguen sonando maravillosamente. Son insuperables.
–La afición a la ópera en Sevilla sufrió un espectacular crecimiento con la inauguración del Teatro de la Maestranza, pero ¿cómo era antes de este acontecimiento?
–Un páramo. En Sevilla había existido una gran afición operística gracias, fundamentalmente, al Teatro San Fernando, que como bien explica Andrés Moreno Mengíbar en su libro La ópera en Sevilla, tenía temporadas de cuarenta o cincuenta obras. Fue la época de los Montpensier y, como ocurría en toda Europa, la ópera era un acto social al que no sólo se iba a escuchar música, sino a ver y a que te vieran. De hecho, fue Wagner el que dijo que en sus óperas no se podía hablar y, además, había que apagar las luces. En esos tiempos, durante las representaciones, el teatro permanecía iluminado, porque si no era imposible admirar los trajes de las mujeres. Recuerdo leer un artículo de la prensa madrileña en la que se criticaba la moda de apagar las luces.
–¿Y hasta cuándo duró esa gran época de la ópera en Sevilla?
–Hasta la Guerra Civil. Mis dos abuelos, que generacionalmente pertenecían a los años 20, venían mucho a la ópera a Sevilla desde Utrera, donde vivían. En esa época todavía actuaban aquí las grandes estrellas. Sin embargo, mis padres apenas pudieron ver representaciones en la ciudad y eran aficionados gracias a los discos. Mi madre cuenta que su primera ópera en Sevilla fue Rigoletto con veintitantos años. Ya en Bilbao, donde mi padre estuvo destinado, escucharon mucha y muy buena ópera.
–Veo que tiene sobre la mesa 'Los europeos. Tres vidas y el nacimiento de la cultura cosmopolita', de Orlando Figes, un libro que ha tenido una gran acogida. Quizás podemos decir que la ópera es una de las señas de identidad de Europa.
–Sí. Ese libro es muy interesante, porque habla de Pauline Viardot una francesa de ascendencia sevillana. Era hija de Manuel García, que fue bautizado en la Magdalena y quien llegó a ser un gran barítono –estrenó como protagonista El barbero de Sevilla de Rossini–. Aún así sigue siendo un desconocido en Sevilla.
–La de Manuel García fue una descendencia más que ilustre.
–Tuvo un hijo y dos hijas. El varón fue Manuel, que se convirtió en el máximo exponente del estudio de la voz en el siglo XIX, hasta el punto de que inventó el laringoscopio. Las niñas fueron dos grandes divas, la gente se volvía loca con ellas. Una fue María Malibrán, que murió en pleno apogeo antes de cumplir los treinta años. Los aristócratas y monarcas le regalaban collares de brillantes.
–¿Y la segunda?
–Era la Viardot de la que hablábamos. Fue otra gran diva que murió con 91 años, un personaje fundamental en la cultura del París de su momento. Todos los artistas importantes de la segunda mitad del siglo XIX –Chopin, Schubert, Schumann…– estuvieron alrededor de ella. La Viardot cantó en toda Europa y ganó muchísimo dinero. Tuvo una relación, no se sabe si consumada o no, con Turguénev, que dejó de vivir en Rusia para estar a su lado. Ella, cuyo nombre de soltera era Paulina García, se casó con el hispanista francés Louis Viardot, que tradujo al francés el Quijote y dejó su carrera por ser su manager. Los tres siempre estuvieron juntos sin pelearse. Todo esto lo describe muy bien el libro.
–Muchos se quejan de que la ópera es un espectáculo de otro tiempo. Demasiado largo y al que hay que llegar descansado como un aristócrata del XIX, no agotado y estresado como un profesional del siglo XX.
–Pero la ópera también es un gran espectáculo visual que se renueva. Es evidente en la escenografía. Hace treinta años las óperas eran de cartón piedra; hoy, sin embargo, son grandes montajes, muy modernos y que pueden llegar a fascinar a personas que lo desconocen todo sobre el género. Aparte de eso, una buena voz es algo que te eleva siempre, independientemente de la época en la que vivas.
–Una vez fui al Teatro Mariinsky de San Petersburgo y el público iba en chándal. ¿Cómo hay que ir vestido a la ópera?
–La gente va como quiere y los códigos de etiqueta han desaparecido totalmente. Sigue habiendo una cierta tradición de ir arreglado, sobre todo en la gente mayor, pero creo que el tema realmente no tiene ninguna trascendencia. Está totalmente superado. Ya nadie va a la ópera a ver y ser visto, se va a contemplar un gran espectáculo y disfrutar de la música, todo lo demás es secundario. Lo que sí es importante, y ya no tanto la indumentaria, es saber estar. A la ópera se va a escuchar y por respeto a los cantantes y al resto del público hay que estar en absoluto silencio, no se debe hablar, ni toser, ni abrir un caramelo como hacen algunos. No se aplaude hasta que no termine el último compás, no se comenta con el vecino... En Sevilla, a veces se escucha más un concierto de toses que la obertura de una ópera. Eso sí que es importante. Ahora bien, si el carácter festivo, especial, de evento singular, se acompaña con una vestimenta a tono pues estupendo... yo animo a la gente a que se lo tome así, como una diversión, en ningún caso como una exigencia, ni identificado con ningún estereotipo del pasado. El glamour no es malo.
–Sevilla es la ciudad del mundo donde se ambientan más óperas. ¿A qué se debe?
–A sus grandes mitos como Don Juan, Carmen, Fígaro… La ópera del XIX es romántica y el exotismo sevillano se avenía muy bien a esta estética: los toros, las gitanas, los moros… Es llamativo que la única ópera de Beethoven, Fidelio, transcurre en Sevilla, en el Castillo de San Jorge de Triana.
–¿Cuántos socios tiene la Asociación de Amigos de la Ópera de Sevilla?
–Algo más de trescientos. Durante la Expo llegó a haber más de dos mil, pero eso fue por la novedad y la efervescencia que se vivía en la ciudad. El perfil ahora mismo es gente profesional mayor, de la edad de los que la fundaron en el año 90. Uno de nuestros objetivos es intentar atraer a la gente joven.
–Como aficionado, ¿cuáles han sido los grandes momentos del Maestranza operísticamente hablando?
–Aparte de los grandes cantantes de la Expo, Kraus, Plácido... para mí fue impactante ver en Sevilla la tetralogía wagneriana representada en varias temporadas con escenografía de la Fura del Baus. ¡Algo impensable sólo unos años antes! A partir de ese momento, entendí que Sevilla se había convertido en una verdadera ciudad de la ópera con un público maduro y un futuro prometedor.
–Kraus… no tuvo la popularidad de los tres tenores, pero los mejores aficionados siempre lo tienen en un altar.
–Kraus era un caballero, una persona con una educación exquisita. Yo lo conocí personalmente en alguna de sus visitas a Sevilla. Pese a su pinta de divo era encantador y muy cercano. Si no fue tan popular se debió, considero yo, a que a él no le gustaba eso de cantar en los estadios de fútbol y creía que la ópera debía representarse en los teatros. Digamos que no le parecía bien la mercantilización extrema.
–Hay toda una secta de krausistas (no confundir con los institucionistas).
–Es cierto. Hay gente que todo lo que escucha lo compara con Kraus. También pasaba con Maria Callas. A sus incondicionales se les conocía como “los viudos de la Callas”.
–¿Cómo va la cantera sevillana?
–Están surgiendo nuevas voces, como Fran Fernández-Rueda, Leonor Bonilla… En Sevilla hay un conservatorio de voces muy bueno y el teatro de la Maestranza tiene ojeadores que siempre nos sorprenden con gente joven y voces nuevas. Pero como dice el maestro Soriano, lo más difícil es conseguir hacer carrera, introducirse en los circuitos adecuados. Muchas veces las voces brillantes no destacan por la falta de oportunidades.
–¿Qué ópera que no haya venido a Sevilla le gustaría que se estrenase en el Maestranza?
–María de Padilla, de Donizetti. Pese a que trata de la favorita de Pedro I el Cruel nunca se ha representado en España. También nos hemos quedado con las ganas de asistir a Jenufa, de Janácek, que, aunque estaba programada, no la hemos podido ver debido a la pandemia de covid.
–¿Al Teatro de la Maestranza se le ve futuro?
–El teatro ha pasado por lo peor que le podía suceder: la pandemia. Sé por Javier Menéndez, el director general, lo terrible que ha sido todo. Pero eso se ha superado y las administraciones han apoyado al teatro, incluso aumentando sus dotaciones económicas. La temporada musical del Maestranza es muy importante no sólo para Sevilla, sino para toda Andalucía. Que en la ciudad no hubiese un teatro de la ópera durante décadas era una auténtica vergüenza. Si queremos ser una ciudad de primera tenemos que tener un teatro como el Maestranza. No se puede tirar a la papelera una temporada de ópera que es de las mejores de Europa. No se puede ser una gran ciudad europea sin un teatro de ópera.
–Dejemos la ópera para hablar de patrimonio histórico. Una de sus muchas actividades es la de organizar visitas culturales a diferentes lugares de interés de la ciudad. ¿Están bien conservados los monumentos?
–Sevilla tiene un patrimonio inmenso y muy desconocido por los propios sevillanos. En general podemos decir que está bien conservado, pese a los grandes destrozos que ha habido a lo largo de los siglos, pero especialmente en los años sesenta y setenta. Hoy se siguen haciendo disparates, pero ya hay una legislación de patrimonio que lo hace mucho más difícil. Actualmente son impensables desmanes como los que se hicieron en las plazas del Duque y la Magdalena…
–Lo del Duque fue tremendo.
–Es que se cargaron el palacio de los duques de Medina Sidonia, que pese a una reforma historicista guardaba muchos elementos originarios. Lo mismo hicieron con el palacio de los Sánchez-Dalp, que es como si hoy tirásemos el Alfonso XIII, y con el colegio Alfonso X el Sabio, que era una casa con patio. Enfrente se tiraron el palacio de los Cavaleri y, en la Magdalena, el Hotel Madrid, antiguo palacio de los Condes de Gelves reconvertido en el hotel decano de Sevilla. El segundo más antiguo era el Inglaterra, donde se llegó a alojar Verdi. Pero no quiero ser negativo, a pesar de todo Sevilla ha conservado mucho y sigue siendo una ciudad para disfrutarla.
–Díganos un rincón desconocido que se salga de lo habitual.
–La gente no conoce las capillas de la Orden Tercera y de San Pedro de Alcántara, que están unidas en la calle Cervantes. Apenas se abren y son espectaculares. Me encanta también la Puerta de Córdoba, la única que queda original de la época almohade. Es alucinante, cuando entras en ella parece que estás en la Sevilla musulmana. Muchos no saben siquiera donde está ubicada.
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